Por Georgina Ríos

En México nos hace falta aprender a cuestionar y debatir. Para muestra, el triste estado de nuestro debate público de cara a las elecciones del próximo año. Quizá si en vez de aprender mecánicamente, por poner un ejemplo, los artículos de la Constitución y las fechas importantes del legalismo mexicano, el sistema educativo nos enseñase de dónde vienen estos artículos, para qué sirven y por qué los hemos tenido que cambiar, tendríamos mayores capacidades de crítica y discusión sobre nuestro sistema actual.

Antes de que empiecen los llamados a emprender cruzadas contra cualquier acción que traiga la politización consigo, una cosa debe dejarse clara: todo lo público es político y, por tanto, la política, el proceso mismo de deliberación y creación de comunidad, o es pública o no se le puede llamar como tal. Dado que los problemas que como sociedad nos toca solucionar, desde el desempleo hasta la inseguridad, son públicos, es necesario politizarlos para solucionarlos, y el elemento que por excelencia genera conciencia política es la escuela.

El derecho a la educación está avalado por el art. 3º constitucional. En él, el Estado mexicano se compromete no sólo a que todo ciudadano de este país reciba educación de tipo básico y media superior, sino a garantizar la calidad de la misma para lograr el máximo aprendizaje de las y los estudiantes.

En este sentido, hablar de calidad educativa debe implicar no sólo cumplir el mandato constitucional de asegurar el máximo aprendizaje posible (aunque para ello también habría que suponer que todos los elementos del sistema educativo nacional están en condiciones óptimas para que los alumnos potencien sus cualidades en la medida que las propias capacidades lo permitan), sino fomentar el pensamiento crítico que avive el sentido público que la escuela inherentemente contiene. Es decir, para que la educación alcance los estándares de calidad que necesita para enfrentarse a los retos del siglo XXI, requiere politizarse.

Esto no significa que nuestros partidos políticos entren al salón de clases. Nadie quiere a la niñez aprendiendo de los partidos y corruptos que detentan el poder ni de la propaganda vacía que producen, sino que en el aula se sienten las bases de una ciudadanía crítica, participativa y deliberativa. Que se enseñe a la niñez a cuestionar, a conocer su papel en la sociedad, a ser conscientes de las limitaciones que se les han impuesto y de los privilegios que detentan. Una verdadera educación pública para lo público. Tampoco significa que se les bombardee con conceptos abstractos e impenetrables, sino que por medio de una enseñanza personalizada se les enseñen ideas de una manera clara y entendible según sus capacidades.  Lo anterior sin dejar de lado la diversión. Esta enseñanza no tiene por qué ser aburrida y seria. La política puede enseñarse con juegos y dinámicas entretenidas.  

La escuela, tanto en su dimensión física como en la de construcción de ideas y pensamiento, al igual que nuestras circunstancias, no debe estar condenada a ser un reflejo de la sociedad que la rodea. Debe ser el componente para generar la pedagogía que fomente el sentido comunitario, cree innovación social, desarrolle la creatividad y brinde herramientas prácticas para solucionar nuestros problemas. Si bien se ha hecho de “política” una mala palabra que muchos profesionales de la educación no quieren tocar, deben perderle el miedo a discutirla en clase. Es necesario para una democracia sana.

La forma corrupta y deshonesta de ejercer el poder ha tenido consecuencias desastrosas para nuestro país y ése es, sin duda, el reto más importante que la construcción de una nueva pedagogía política debe enfrentar. Quizá por eso la insistencia en no politizar lo cotidiano y hacer de la educación nacional lo que, en general, siempre ha sido: una eterna repetición de conceptos que amplifica los esquemas de mando y control y mitiga el sentido común. Es evidente que la educación pública actual trabaja en inculcar el mantenimiento del sistema actual.

Por ello, para mejorar la educación y estar a la altura de los tiempos que se vienen, no basta con hacer visibles los problemas; eso es necesario, pero nunca suficiente. Quizá debamos elevar el nivel de alarma para que el sentido de urgencia compartida llame ya no sólo a reflexionar sino a actuar. Y qué mejor que a través de una pedagogía política que desde pequeños nos incite a cuestionar cuando la norma es repetir y obedecer.

Quizá alguna niña o niño tendrá la solución a los problemas que aquejan a nuestro país. Quizá esa solución no es tan complicada: hay problemas que se resuelven atreviéndose a pensar distinto.

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Georgina Ríos  es miembro de Wikipolítica CDMX, una organización política sin filiaciones partidistas.

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