Por Diego Castañeda

Una de las tantas cosas que se pueden comprar con tantos recursos fiscales es buenas bibliotecas. El capital humano es importante y no nada más son las escuelas y los hospitales, también son lugares de cultura; sin duda, son pocos los lugares de cultura mejores que una biblioteca.

A los nórdicos les gusta leer. Cuando tienes “inviernos” que pueden durar casi 6 meses, leer se vuelve una actividad muy atractiva; igualmente, juegos de mesas y condones son las otras compran de entretenimiento invernal en las economías escandinavas. Hasta cierto punto, el clima dicta estas conductas. Entonces, para ellos leer es importante.

Biblioteca pública en Suecia
Foto: Getty Images

Los países nórdicos construyen bibliotecas increíbles. Incluso la “pequeña” biblioteca es impresionante. La de mi ciudad, Lund, tiene secciones que van desde el manga y el cómic hasta novelas en chino y en farsi. Tiene espacios para niños, para adolescentes, cafetería, jardines y un montón de cosas. Un día cualquiera entre semana, si uno entra encuentra niños, universitarios haciendo trabajos y adultos y viejitos leyendo periódicos, libros o teniendo debates sobre la esclavitud en África durante el colonialismo europeo y su impacto en el desarrollo económico de los países africanos de hoy (anécdota real, por cierto).

Si vamos a ciudades más grandes, como Estocolmo, la biblioteca de la capital no sólo es de una belleza arquitectónica tremenda, sino que tiene colecciones de juegos de mesa, de videojuegos, áreas para que las personas vean cine, escuchen música de cualquier parte del mundo, la colección de obras de los premios Nobel más completa que se puedan imaginar y los mismos montones de personas de todas las edades y ocupaciones haciendo cosas ahí, desde eventos hasta leer el periódico o tener un fika (la tradición de tomar café y cosas dulces).

Foto: Yoray Liberman/Getty Images

Quizá el mejor ejemplo de lo que debería ser una biblioteca es la central de Helsinki, llamada Oodi: un edificio moderno espectacular que tiene todo lo que otras grandes bibliotecas tienen, pero que cuenta, además, con impresoras 3D que cualquiera puede utilizar, áreas de herramientas para diseño, salas de cómputo para videojuegos o para trabajo especializado con software y más personas que en cualquier otra biblioteca que haya visto en mi vida en cualquier país.

Esto, hacer uno uso cotidiano de bibliotecas públicas, es de esas cosas en las que podríamos aprender algunas cosas de los países escandinavos. No necesariamente por su escala o por todos los servicios que contienen. Hay que ser realistas, algo como Oodi no sería el espacio ideal para ciudades pequeñas o comunidades remotas que tenemos en México. No obstante, lo que hay que aprender es a construir espacios vivos, donde las personas vayan porque se la pasan bien. Eso incentiva la lectura y otras actividades culturales como pocas cosas. Es hacer de las bibliotecas centros donde la comunidades se encuentren para hacer cosas; en suma, hacer espacios públicos.

Naturalmente esto no es barato (pocas cosas que valen la pena en aspectos de este tipo lo son). Lo que discutimos la semana pasada del estado bienestar incluye estos juguetes y hay que hacer una reforma fiscal para impulsar este tipo de proyectos por todo México.

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Diego Castañeda es economista por la University of London.

Twitter: @diegocastaneda

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