Por Hannia Quezada
Desde muy corta edad nos han enseñado a que los trabajos del hogar es un deber que tenemos como mujeres. La mayoría de nosotras hemos crecido escuchando que tenemos que saber cocinar/planchar/lavar para ser buenas madres, esposas o compañeras. Y no sólo eso, sino que a través de los años hemos aprendido que mediante estas tareas se demuestra nuestro amor hacia nuestra familia y/o pareja. No es casualidad que muchas de nosotras creciéramos escuchando frases como “mi mamá no trabaja, es ama de casa”, pues desde muy pequeñas aprendemos que las tareas del hogar no son un trabajo, sino un deber de las mujeres.
El trabajo de los cuidados ha quedado históricamente invisibilizado. Se ha enseñado generación tras generación a no verlo como un trabajo, porque ¿para qué habríamos de pagar algo que se hace por amor? La economía feminista, corriente que incorpora el estudio de género al análisis económico, propone principalmente un cambio en la forma de ver estas tareas, visibilizando su importancia y dándole el valor debido. Ya que son ellas las que permiten tanto las tareas extra-domésticas como el desarrollo y sostenimiento de la vida de las personas y la sociedad en general*.
Esta alternativa, a diferencia de la economía ortodoxa, nos presenta una visión en la que lo importante son las personas y el cuidado de la vida. Señala la necesidad del trabajo del hogar para el desarrollo de las personas y por consiguiente el desarrollo del mismo mercado. Y gracias a la misma es posible explicar una serie de desigualdades en el mercado laboral, desde el acceso a puestos hasta cuestiones de salarios o jerarquías laborales; gracias a la división sexual, según los roles de género impuestos que se ha dejado el trabajo reproductivo, que consiste en el conjunto de tareas necesarias para garantizar el cuidado, bienestar y supervivencia de las personas, en manos de mujeres.
En la actualidad tenemos un sistema económico que se sostiene gracias a la red de cuidados en la que participan millones de mujeres, las cuales al momento de que se introdujeron al mercado laboral se vieron forzadas a una doble jornada de trabajo, una remunerada y reconocida y otra al llegar a su casa.
Son pocas las mujeres que tienen el privilegio de pagar por alguien más para que haga las tareas domésticas; sin embargo, normalmente se contrata a otra mujer. En la mayoría de los casos, no tiene el mismo privilegio; por tanto, no sólo es contratada en condiciones precarias, sino que se repite el ciclo de la doble jornada laboral, provocando que el tiempo que tienen estas mujeres para su propio cuidado, estudio, ocio, entre otras cosas, sea nulo.
Una de las formas en las que podemos ir reorganizando las redes de trabajo doméstico y de cuidado para aseguraros de que sea igualitario tanto para hombres como para mujeres es implementando políticas públicas comprometidas con sistemas de cuidados accesibles y gratuitos para todas las personas. Así como las guarderías, centros de cuidados maternales, casa de retiro, entre otros servicios para quien los necesite y, por supuesto, la extensión de licencias tanto para mujeres como para hombres. De esta forma aseguramos que las tareas del hogar no sean vistas como un deber exclusivo de las mujeres, sino como una responsabilidad compartida.
“Eso que llaman amor, es trabajo no pago”
Silvia Federici
Es momento de rechazar la idea de que los trabajos domésticos son de naturaleza femenina y redistribuir las tareas del hogar entre quienes viven en él; de esta forma, podemos mejorar el desarrollo y bienestar de todas las personas.
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Hannia Quezada es una tapatía de 19 de años. Es estudiante de gestión pública y políticas globales en ITESO. Feminista y participante en Futuro Jalisco.
Twitter: @_hanniaq
* Fraga, Cecilia. (2018). Cuidados y desigualdades en México: una lectura conceptual. Ciudad de México: OXFAM, México.