Por Esteban Illades
Qué más quisiera uno, querido sopilector, que pasar las siguientes dos semanas hablando del gol del “Chucky” Lozano. Pero pues en el país vamos a tener una elección presidencial, de Congreso, de gobernadores, de presidentes municipales en dos domingos.
Y ni modo, hay que hablar de eso. Pero antes volvamos a ver el gol.
Los debates presidenciales, por suerte, ya terminaron. Aunque los tres excedieron nuestras expectativas –recuerden nada más los de las dos últimas elecciones–, igual no sirvieron para iluminarnos mucho sobre qué clase de presidente sería cualquiera de los cuatro candidatos al puesto.
(Bueno, sí, “El Bronco” sería un líder fundamentalista que mocharía manos y daría azotes.)
José Antonio Meade, primero presentado como ciudadano, luego como priista, luego como ciudadano semi-priista y después como quién sabe qué, continúa en campaña con la promesa de que las cosas ahora sí van a cambiar con el PRI. Estilo perdóname, ahora sí voy a cambiar. Pero, como hemos dicho en reiteradas ocasiones en este espacio, si algo no quiere la gente para el próximo sexenio es PRI. Quizás jale algunos votos de personas que no crean que Ricardo Anaya tenga oportunidad de ganarle a López Obrador y entren en pánico, pero más allá de eso va camino a un mínimo histórico para su partido.
Ricardo Anaya, por su parte, sigue igual que Meade: sin definirse. Que si la tecnología y los teléfonos celulares nos van a salvar, que si va a meter a medio mundo a la cárcel, empezando por el presidente pero mejor no, que si es el cambio hacia la paz pero con la misma estrategia que los últimos gobiernos. Muy difícil considerar votar por él cuando ni él mismo sabe qué representa.
En ambos casos hay un problema conjunto, pues ninguno despunta. En encuestas están a unos cuantos puntos porcentuales de distancia, el peor de los escenarios posibles para ellos. Quien esté indeciso o quiera emitir voto anti-Andrés Manuel López Obrador no sabrá bien por dónde, y a la larga el voto va a acabar dividido.
López Obrador, por su parte, se ha mantenido en el mismo discurso de hace ya varios meses. Pocas frases, repetidas una y otra vez, pero que conectan bien con gente que está harta de lo que hay. Para quien quiera un cambio se presenta como la única opción distinta. Pero también como una muy limitada y terca: no muestra mayor profundidad en cuanto a temas de gran importancia. Vale la pena recordar, por ejemplo, que su propuesta de amnistía, tan discutida para bien y para mal, salió de una entrevista en la que más bien parecía que estaba presentando una ocurrencia que otra cosa.
En realidad, poco se ha movido desde el inicio de la campaña. El tema central ha sido el mismo: no más PRI, implique lo que implique. Contra eso no hay mucho que hacer si eres José Antonio Meade. Si eres Ricardo Anaya quizás más, pero pues el tiempo se acabo. La elección se enfila a un triunfo de AMLO, salvo algún cambio monumental.
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Y no, que el triunfo de México contra Alemania haya sido imprevisto no quiere decir que la elección vaya a cambiar. El futbol es distinto a la política, aunque muchos no lo crean.
Y no, tampoco es una cortina de humo para un fraude, ni para la privatización del agua. (Ése es un tema mucho más complejo que lleva ya varios meses y del que hablaremos más tarde; no la “privatizaron” mientras México le ganaba a Alemania, contrario a lo que les digan en redes.)
El caso es que en 13 días tendremos nuevo presidente. En lo que eso sucede, volvamos a ver el gol del “Chucky”.
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