“No esperemos otro disco, ni verlo empuñando una de sus fabulosas guitarras o en conferencias de prensa donde exponía sus genialidades”
El 15 de mayo, se cumplieron dos años desde que comenzó el profundo sueño/pesadilla de Gustavo Cerati. Figura central, protagónico del rock en español en las últimas tres décadas; el guitarrista y cantante argentino sigue en coma profundo, postrado en una cama de alguna blanca habitación en la bonaerense Clínica ALCLA.
24 meses pueden parecer mucho, o poco, el tiempo siempre es relativo. Para los allegados al músico debe ser una eternidad y más si esta percepción se acompaña de la incertidumbre, pues nadie sabe cuando despertará Cerati, o si algún día lo hará. Las opiniones de su círculo más cercano se han expresado desde los extremos; por un lado su madre, Lilian Clark, representa el sentimiento positivo, de fe en que Gustavo volverá y se recuperará. Y por el otro Charly Alberti, amigo cercano, cómplice durante la larga carrera de Soda Stereo, opina que deben dejar ir al músico, desconectarlo de las máquinas que lo mantienen vivo ante los pronósticos médicos sombríos que aseguran que el paciente tiene pocas posibilidades reales de salvar la vida.
Y, ¿qué decir de Cerati que no se haya dicho ya? Puso música, puso canciones en el soundtrack vital de miles y miles de personas, sin exagerar. Desde la brillante Soda Stereo y con una genial faceta de solista, que explotó desde el aclamado Amor Amarillo hasta el Fuerza Natural, un álbum que -ironías crueles de la vida- refleja al Cerati más positivo y luminoso que hayamos escuchado. Para muestra, algunas frases devastadoramente optimistas que se encuentran en esta placa: “Puedo equivocarme / Tengo todo por delante / Nunca me sentí tan bien” canta en “Fuerza Natural”; y en “Tracción a Sangre”: “Siento, que pasan los días / Y sigo adelante, tracción a sangre”. ¿Alguna más? Sí, Magia es otra oda contra el pesimismo: “No trates de persuadirme, voy a seguir en esto / Sé, nunca falla, hoy el viento sopla a mi favor / Todo me sirve, nada se pierde, yo lo transformo / Sé, nunca falla, el universo está a mi favor / Y es tan mágico…”.
Seis meses antes de que Gustavo Cerati sufriera el devastador ataque cerebrovascular en Caracas, a mediados de mayo de 2010, tuve oportunidad de asistir a los dos conciertos que ofreció en el Auditorio Nacional, si no me equivoco, en noviembre de 2009. En las dos fechas mostró que se encontraba en el momento cumbre de su carrera. Con 50 años cumplidos, sin nada que probar a nadie, consagrado, Cerati obsequiaba su mejor versión, la de un músico maduro, en plenitud artística y, aparentemente, física; por desgracia poco después se reflejó lo contrario.
Lo de Gustavo (sí, uno lo siente cercano para llamarlo simplemente así, “Gustavo”) es una desgracia para el rock y, en general, para la música, por una sóla razón: todavía tenía mucho que dar. En una época donde las propuestas musicales de nuestro pedazo del mundo se confunden, disfrazan y se reciclan sin superarse, se extraña muchísimo la figura de un hombre que luchó siempre por reinventarse y mutar, desde las placas firmadas junto a Alberti y Zeta Bosio hasta sus años en solitario. Y es que cada disco de Soda Stereo se desmarcaba del anterior, así como había grandes diferencias entre sus discos solistas. Aquí se vale adjetivar: el Ahí vamos es rockerísimo; Siempre es hoy más introspectivo, visceral y electro; su etapa con el proyecto Ocio es lo más experimental, así como Bocanada es su álbum más brillante, el mejor logrado y el más ecléctico. Con Soda, marcó los años 80 con joyas que igual te hacían bailar como el disco debut homónimo de 1984 y una década después con dos discos adelantados a su tiempo, Dynamo y Sueño Stereo. Y que decir de su Unplugged, un show eléctrico, con un guitarrista magnífico, demoledor, que ejecutó quizá la mejor presentación de una banda iberoamericana en la saga de desenchufados para MTV.
Al pensar en Cerati como seguidor de su música se siente nostalgia, un sentimiento de pérdida. No es que uno se lamente permanentemente por su condición de enfermo grave, como si se tratara de un familiar o un amigo, pero sí es notable acordarse de él tan seguido y tener tan presente su ausencia (y más en estas fechas). Como fan, el deseo egoísta es que Gustavo despierte en algún momento, se recupere favorablemente y, sobre todo, siga creando música. Pero todo indica que, aún en el mejor de los escenarios, no volverá a ser el mismo. ¿Por qué? Porque su cerebro sufrió daños permanentes e irreversibles que comprometerán sus capacidades intelectuales, por no hablar de las funciones motrices y otras que lo convertirán en dependiente de por vida. Así, no esperemos otro disco, ni verlo empuñando una de sus fabulosas guitarras o en conferencias de prensa o entrevistas donde exponía, lúcido y con autoridad, sus ideas, sus conceptos, sus sueños… sus genialidades.
Queda la pregunta abierta para quien quiera responderla: ¿que sería mejor para Gustavo, mantener la fe como lo hace su madre Lilian o despedirlo como propone Charly Alberti? No es un cuestionamiento vacuo. Yo ahora mismo no sabría que responder; prefiero, mejor, como en “Puente”, “cruzar los dedos”. Y decirle gracias por la música, “Gracias por venir”.
Víctor Serrano Lira
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