Por Esteban Illades
La semana pasada hablábamos en este espacio sobre el tortuoso período de precampañas y cómo en realidad fue una simulación que funcionó como la primera mitad de una campaña que será larguísima. Ayer, por fin, terminó ese período, y en teoría tenemos poco menos de dos meses para desintoxicarnos un poco antes de que el proceso electoral nos ahogue por completo.
Aunque esto no es del todo cierto, pues en el período de intercampañas sí habrá publicidad política. Los precandidatos, que están en tránsito a convertirse candidatos, podrán dar entrevistas y salir en medios, sólo no podrán presentar propuestas o llamar al voto. El peor de los escenarios posibles: candidatos a todas horas que en realidad no pueden decir nada, pero que ahí estarán.
Dado que igual los seguiremos viendo, vale la pena analizar en qué posiciones están y qué es lo que puede suceder con ellos de aquí a julio. Entiéndase, éste es un primer corte de caja de las campañas presidenciales.
El PRI
José Antonio Meade inició su precampaña con un punto a favor y varios en contra. Los puntos negativos eran bastante grandes: era el candidato del PRI, que está en mínimos históricos de popularidad; el candidato del gobierno actual, del cual formó parte en puestos clave; y era visto, por quien lo ubicaba, como un tecnócrata que no tenía relación alguna con la gente común y corriente.
El bueno es que casi nadie, a nivel nacional, lo conocía. (Y no lo decimos nosotros, sino las encuestas levantadas cuando el PRI lo propuso.) Entonces, de haberlo hecho bien, Meade podría haber utilizado su desconocimiento para distanciarse del partido. Presentarse como alguien sencillo, alejado del partido que lo postula, otro ciudadano más.
Y lo intentó por unos días. Pero al ver que no funcionaba, y al ver que también tenía que hacerle fiestas al partido que lo postuló para mantenerlo contento, su campaña se vino abajo. Hoy, gran parte del país ya sabe quién es. Pero junto con ese conocimiento no ha venido la mejora en las encuestas. Al contrario, se ha quedado rezagado. Hoy es tercer lugar, al borde del desplome. Debe no sólo alcanzar y rebasar a Ricardo Anaya, a quien tiene a cerca de cinco puntos de distancia, sino alcanzar a López Obrador, que le lleva ventaja de dos dígitos.
Eso es, por decirlo amablemente, difícil: Meade tiene que malabarear al partido con sus propuestas personales, con los intereses particulares del resto de los involucrados en su campaña y al mismo tiempo intentar convencer a los mexicanos de que él no es corrupto, aunque de lograrlo todavía tiene que convencerlos de que hizo su mejor esfuerzo por evitar la corrupción de los funcionarios a su cargo durante sus años en el gobierno de Enrique Peña Nieto.
¿En dónde está?
Meade necesita recuperar mucho terreno, y para hacerlo sólo le queda jugar la carta de la técnica política priista –ya saben, ésa que ahora tiene bajo investigación a funcionarios federales por andar desviando fondos del gobierno a campañas del partido–. Es decir, parecería que sólo le queda ir por la mala.
El Frente
Ésta es quizás la operación política más complicada de la campaña. Ricardo Anaya, candidato de la coalición en la que compitió contra… sí mismo, tiene que mantener un equilibrio difícil: que PRD y Movimiento Ciudadano, que supuestamente son de izquierda, se queden relativamente contentos con las decisiones del PAN, de derecha. Al mismo tiempo, tiene que apelar al electorado como la única opción viable para vencer a Andrés Manuel López Obrador.
El gran problema es que nadie sabe quién es o qué piensa. Sus indices de reconocimiento son los más bajos de los tres principales candidatos y, a diferencia de AMLO, quizás sólo sus amigos pueden decir a ciencia cierta en qué cree o cuáles son sus principios (ahora, es cierto, AMLO ha tenido 18 años para dejarlos claros). Al mismo tiempo carga con múltiples escándalos que no ha podido quitarse de encima.
Al igual que Meade, está en un punto delicado. Anaya debe dar la imagen de que ya se distanció lo suficiente del tercer lugar como para que Meade ya no importe. Debe presentarse como la única alternativa frente a López Obrador. Y debe convencer a los priistas que ven que el barco de Meade se empieza a hundir de que en el Frente hay espacio para ellos. Sólo así podrá acercarse a AMLO e incluso ganarle, pues todavía quedan cinco meses para la elección.
¿En dónde está?
Anaya está al borde de lo que quiere, pero necesita dar un empujón. De lo contrario, no se quitará a Meade como competencia y ambos seguirán luchando hasta el último día, por lo que AMLO tendría el camino fácil para la presidencia. Mientras más se tarde en hablarle a los descontentos del PRI, más pierde para afianzarse en el segundo puesto.
Morena
La tercera campaña de López Obrador es, muy probablemente, la menos mala que ha hecho. Todos sabemos la historia de 2006: “¡Cállate, chachalaca!”, la ausencia en el primer debate y demás factores que le hicieron perder una cómoda ventaja y posteriormente la elección por medio punto porcentual. 2012 fue distinto, pero ni él estaba convencido del todo de su mensaje de la famosa república amorosa. A pesar de levantar mucho después del rechazo que generó tras el plantón en Reforma y la presidencia legítima, aún le faltó trecho para alcanzar a Peña Nieto.
Hoy se encuentra en una posición similar a la de 2006, aunque con mayor experiencia. Ahora juega completamente al revés: mientras que hace 12 años se jactaba de ser todo lo contrario a la clase política, hoy acepta a cualquiera que quiera purificarse, desde Gaby Cuevas en el PAN hasta Manuel Bartlett en el PT, pasando por la familia de Elba Esther Gordillo en el sindicato de maestros.
Donde puede equivocarse –más allá de los exabruptos que han comenzado a aparecer en estos días, que recuerdan al AMLO de 2006– es en ser demasiado pragmático. Quiere contrarrestar a como dé lugar el enfoque de la década pasada, pero se le está pasando la mano. Se alió con un partido evangélico, contrario a las creencias de muchos militantes de Morena, y ha sugerido amnistiar a capos del narcotráfico, lo cual tampoco ha caído bien en la parte indecisa del electorado.
¿En dónde está?
En una posición que puede ser demasiado cómoda y termine por afectarle. Lo que debe hacer es mantener el curso, evitar caer en provocaciones –cosa que se le da muy fácil– y dejar que los dos otros candidatos se peleen entre ellos hasta que llegue el día de votar. Ésta es, probablemente, la ocasión en la que López Obrador está más cerca de la presidencia desde que inició su candidatura perpetua.
Los independientes
Lo más seguro es que haya tres en la boleta: Jaime “El Bronco” Rodríguez, Armando “El Jaguar” Ríos Píter y Margarita Zavala. Si somos honestos, ninguno de los tres tiene nada que hacer ahí. Hoy ninguno pasa de los cinco puntos porcentuales en intención de voto, aunque tampoco han tenido espacio nacional de publicidad porque están en período de recolección de firmas. Una vez que tengan acceso a tiempos de radio y televisión subirán en popularidad, pero hay que ser realistas, no tienen oportunidad alguna de ganar.
¿En dónde están?
Los tres podrán hacer buenas campañas, y los debates seguro los empujarán algunos puntos. Con eso tendrán influencia importante sobre los otros tres candidatos: si se llegan a cerrar las encuestas, cualquiera de los no-partidistas podrá vender su apoyo de manera muy cara si ello significa vencer a López Obrador.
En resumen:
López Obrador muy adelante, pero con la siempre posible opción de meterse el pie o de que las otras campañas lo asocien con escenarios de miedo estilo Venezuela. Ricardo Anaya en un punto difícil, pues tiene que separarse de Meade lo suficiente como para que se le vea como la única alternativa para ganarle a AMLO. Meade con una misión imposible cuya única salida parece ser la –por ser amables, dudosa– operación tradicional priista y los independientes con una moneda de cambio que puede ser de oro en caso de que el día de la elección sea de photo finish.
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