Por Luis Ángel Monroy-Gómez Franco
Si alguien se acercara y te dijera que a partir de las estaturas es posible reconstruir la historia de un país, en términos de bienestar socioeconómico y de desigualdad, ¿le creerías? Podrá parecer increíble o poco realista, pero, en efecto, es posible reconstruir parte de la historia de un país a partir de los datos de estatura de sus habitantes.
Nuestra estatura depende, a grandes rasgos, de dos factores: los genes transmitidos por nuestros padres y las condiciones en las que crecimos cuando éramos infantes. Los genes determinan la estatura potencial que podemos alcanzar, mientras que las condiciones en las que crecimos determinan la estatura que efectivamente alcanzamos. Pensemos en un escenario típico de telenovela: dos gemelos separados al nacer y criados en hogares diferentes, uno en un hogar pobre y otro en un hogar rico. Aquel criado en un hogar pobre estuvo expuesto a más enfermedades y recibió una alimentación deficiente, mientras que el que creció en el hogar rico no estuvo expuesto a tantas enfermedades y recibió una alimentación apropiada. Si los reencontramos después de 30 años, es muy probable que observemos que el gemelo criado en el hogar rico es más alto que el gemelo criado en el hogar pobre. Y esa diferencia, dado que sabemos que tienen los mismos genes, se debe a las condiciones en las que fueron criados.
Esto, que puede parecer muy específico, es lo que han encontrado los estudios realizados hasta el momento: que los factores de contexto terminan determinando en buena medida la estatura alcanzada, más allá de lo que delimitan los factores genéticos. Así, la estatura que alcanzamos en la edad adulta se convierte en una medida resumen de las condiciones de vida en las que crecimos y nos desarrollamos. Por tanto, si tenemos registros sobre las estaturas de la población (o de una parte de ella) correspondientes al pasado, se puede tener una idea de la evolución de las condiciones socioeconómicas en que dichas personas vivieron.
Y ésa es justo la base del trabajo de una serie de historiadores y economistas que, a partir de las estaturas, han buscado trazar la evolución de las condiciones de vida de los mexicanos del siglo XIX en adelante. Los registros que utilizan provienen de los archivos del ejército y de los pasaportes, así como de algunas encuestas más recientes en donde se recopila información sobre la estatura del entrevistado. La ventaja de contar con información de los pasaportes y de los registros militares es que permiten observar la evolución de las estaturas de los dos extremos de la distribución: aquellos para quienes enlistarse en el ejército era una alternativa para mejorar sus condiciones de vida y aquellos que podían y querían tramitar un pasaporte. Es decir, podemos observar de forma separada la evolución de los trabajadores de altos ingresos (los que tienen pasaporte) y del resto. Ahora, si bien no son datos que reflejen con certeza las características de toda la población, sí nos permiten darnos una idea aproximada de cómo evolucionaron las condiciones de vida en ese periodo.
Pero bueno, yo dije que a partir de la estatura de las personas era posible contar el pasado de un país. Y eso es lo que hacen Moramay López Alonso y Roberto Vélez Grajales para el caso mexicano. Lo primero que podemos decir es que el siglo XIX fue particularmente malo para la estatura de la gran mayoría de los mexicanos. ¿Qué tan malo? Entre los nacidos en 1850 y los nacidos en 1900 es posible observar una marcada tendencia decreciente en la estatura (una reducción aproximada de 4 centímetros en la estatura promedio, de 1.68 a 1.64 metros). Esto es señal de que las condiciones de vida de la gran mayoría de los trabajadores mexicanos en ese periodo se deterioraron sustancialmente. Más aún, para 1920 la estatura promedio seguía estando por debajo de la estatura promedio en 1850. Si se preguntan por qué en promedio somos más chaparros que el promedio de los argentinos y colombianos, aquí está parte de la respuesta.
Ahora, esta caída en la estatura no se observó para toda la población. La estatura promedio de los trabajadores con pasaporte nacidos en 1900 era cerca de 3 centímetros mayor a la estatura de los trabajadores con pasaporte nacidos en 1860 (1.68 a 1.71 metros). Esto es señal de la desigualdad presente en México desde sus inicios como país, en donde una minoría de la población vio mejorar sus condiciones de vida, mientras que la mayoría las veía deteriorarse.
Por último, ¿cuándo fue que la estatura promedio regresó a los niveles observados para soldados nacidos a mitad del siglo XIX? De acuerdo a la información disponible, ello ocurrió hasta inicios de la década de los noventa, en cuyo momento la estatura promedio volvió a alcanzar el 1.68 para los hombres. Esta recuperación no fue suficiente para ponernos a la par de lo que se observa en otros países latinoamericanos (Colombia, por ejemplo, tiene una estatura promedio más alta que la mexicana a lo largo del periodo entre 1950 y 1990).
¿Qué explica esto?
Los autores señalan que la presencia de altos niveles de desigualdad, junto con altos niveles de pobreza, implica que sólo una minoría de la población concentró los beneficios del crecimiento económico, por lo que éstos no se tradujeron en una mejora en las condiciones de vida de la mayor parte de la población.
Así, si alguna vez les preguntan por qué los mexicanos somos más chaparros que los habitantes de otros países, pueden decir que muy probablemente se deba a nuestra perenne desigualdad, y a un siglo XIX particularmente malo.
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Luis Ángel Monroy-Gómez-Franco es Maestro en Economía por El Colegio de México y consultor independiente.
Twitter: @MGF91