Por José Acévez 

Para quienes vivimos el horror del temblor del martes pasado fuera de la Ciudad de México, Puebla o Morelos, dependimos por completo de internet para tejer las redes de solidaridad que han brotado estos días. No deja de ser sorprendente cómo la digitalidad de la vida ha llegado a tal punto que también ha rescatado vidas. Para quienes no estábamos cerca, nuestras intenciones de fraternidad pudieron ampliarse y definirse gracias a fotos, videos y testimonios que nos encontramos en Twitter o en WhatsApp. Agradecimos la inmediatez de la vida interconectada, agradecimos estar pegados a nuestros celulares, agradecimos el exceso informativo. Cuando se saturaron las líneas telefónicas, pero muchos en las zonas afectadas mantuvieron su conexión a internet, agradecimos que pudieran informarnos cómo se encontraban y si necesitaban algo. Para quienes no vivimos en la Ciudad de México pero tenemos muchos afectos ahí (muchos de los cuales se originaron gracias a las redes sociales digitales), encontrarnos con esos mensajes de “Me encuentro bien” era un alivio infinito. Se rompió, también, esa idea de que con internet vivimos cada vez más solos y ensimismados; desde el martes, las plataformas digitales nos ha permitido estar cerca, abrazar desde la distancia, seguir al pendiente, aportar con lo que podamos, recordar que estamos juntos en esto (y en lo que seguirá). Además, han sido días de extremada prudencia, donde el humor (muchas veces simplón) con el que los mexicanos enfrentamos las desgracias no se ha aparecido. Aunque es necesario recuperar la risa y darnos un respiro después de las experiencias tan fuertes que se han vivido y compartido, hemos sido (o es lo que me ha tocado ver) pertinentes y nos ha sobrado criterio para juzgar cuando se abusa del discurso lúdico.

Foto: Alejandro Hernández (tomada de Twitter)

Y no nos quedamos ahí, al contrario, la vida digital más que nunca antes salió a las calles, se encontraron rostros y se ampliaron las redes de apoyo. Para los que estamos lejos de las zonas afectadas, nuestra movilización consistió en generar centros de acopio y en ofrecernos como voluntarios para que la ayuda llegara a donde más se requería. Esta organización hubiera sido imposible sin generar la información que permite conectar necesidades con intenciones de apoyo. Es para conmoverse profundamente las brigadas que se organizaron desde la web, con invención de hashtags y encuestas hechas con Google Docs: donde arquitectos e ingenieros ayudaron a revisar inmuebles y calmar o alertar riesgos; médicos y psicólogos que salieron a las calles a atender situaciones de crisis; ilustradores y artistas que donaron su trabajo para apoyar; veterinarios que cuidaron a mascotas; cuentistas que compartieron sus historias en albergues; infinitos voluntarios que se enteraron de alguna necesidad por medio de sus redes digitales y no dudaron en salir a ayudar.

Sin embargo, el exceso de datos y la estrategia comercial de muchas redes sociales (que consiste en jerarquizar información según su popularidad, aunada a algoritmos que suponen que eso te interesa más, sin importar la urgencia) ha provocado mucha información desactualizada y que muchas veces resultó inútil. A la vez, muchos inconscientes quisieron aprovechar la situación haciendo que las noticias falsas surgieran sólo para provocar morbo. En un principio no supimos bien cómo controlar estos fenómenos y nos equivocamos varias veces al momento de querer compartir o aportar información. Sin embargo, como buenos usuarios de tutoriales y plataformas wiki, aprendimos rápido y fuimos sensibles al manejo adecuado de la información para que resultara pertinente, verosímil y, sobre todo, útil.

Una de las estrategias más interesantes y admirables es la de #Verificado19s, donde un grupo enorme de voluntarios ubica, reporta y pública daños, albergues y centros de acopio, donde la información está siempre verificada y constantemente actualizada. También en la tragedia, aprendimos a ser mejores usuarios de internet, así como a ser audiencias y emisores más críticos y enterados.

Por otro lado, también, fuimos consientes muy rápido de que la ayuda se estaba concentrando en la Ciudad de México (al ser la capital, el impacto es mayor porque muchos más tenemos referentes ahí que otras ciudades) y combatimos con mucha habilidad ese riesgo de centralismo también en la desgracia. El día después del temblor, Puebla, Morelos y el norte de Oaxaca nos fueron simbólicamente igual de relevantes que la Roma, la Del Valle y Xochimilco. Esta noción ha hecho que se sienta una unidad que podría no diferenciar regiones y apostar por un país que se reconoce capaz en cualquiera de sus coordenadas.

Con internet hemos activado no sólo las alertas de solidaridad urgente, hemos sido capaces de reconocer los huecos que tenemos como sociedad para intentar resolverlos lo antes posible. Retomo la brillante reflexión de José Ignacio Lanzagorta, en la que las redes de solidaridad extendidas desde internet han aportado a reconocer un “nosotros” que no necesita de la incompetencia gubernamental para reaccionar. Un “nosotros que mucho nos queremos” y que niega esa orfandad de cohesión social a la que nos estábamos acostumbrando. No, ya no. Después del 19 de septiembre de 2017 podemos reconocer un “nosotros” que, interconectado, es capaz de ser activo y sensible, responsivo y solidario, justo y observador.

Foto: Christian Palma/Getty Images

Si mucho se ha dicho que somos los “jóvenes”, los “millennials”, los que hemos reaccionado con mayor vehemencia ante el horror del temblor, es porque hemos tenido en internet y en sus redes digitales la posibilidad de reconocernos: para actuar ante la tragedia, para acompañar desde la distancia, para reaccionar colectivamente ante la corrupción y los abusos, para no sabernos solos.

Lo más complicado apenas comienza, el trayecto de la reconstrucción es largo y empedrado, sobre todo porque al pasar la urgencia retomaremos la normalidad. Pero esa reconstrucción también será moral, encontraremos caminos nuevos para ser un “nosotros” que está a la altura de nuestra solidaridad, que ya quedó demostrada y que no piensa ceder. Porque ya vimos de lo que somos capaces de hacer y de cuál es la organización social que nos merecemos. Aprovechemos esa empatía para exigir, para transformar, para no soltarnos.

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José Acévez cursa la maestría en Comunicación de la Universidad de Guadalajara. Escribe para el blog del Huffington Post México y colabora con la edición web de la revista Artes de México.

Twitter: @joseantesyois

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