Diez años después que iniciara la invasión en Irak, ni el ex presidente Bush, ni las personas cuyas decisiones impactaron directamente en el desarrollo de la guerra, han aclarado muchas acciones (estratégicas y morales) cuyas consecuencias fueron terriblemente contraproducentes. Las huellas de la guerra no desaparecen.
Enviar a soldados a Irak porque ahí había un arsenal nuclear escondido. Fantasmas paranoicos de la guerra fría parecían susurrar en el oído de George Bush… ese arsenal nunca apareció.
Enviar a soldados a Irak para imponer una de las prestidigitaciones favoritas de Occidente: la democracia. Gobiernos títeres, inestabilidad social, guerra civil. La democracia estadounidense se exporta al extranjero con la etiqueta “terror”.
Enviar soldados a Irak porque no sólo el Estado quería venganza: la caída de las torres gemelas fue más que escombros y cadáveres, más que vidas perdidas. Ahí se decidían muchas de las más importantes jugadas económicas, el golpe era un símbolo, un escupitajo en la cara de un sistema económico.
Enviar soldados a Irak… enviar jóvenes a matar jóvenes. Adolescentes de muchos colores cuya vida se esfumó en las arenas del desierto. Soldados que vuelven a casa y les tiembla la mano, ansiosa, que de tanto consumir muerte sufre ya un irremediable síndrome de abstinencia y entonces vuelven a jalar el gatillo, contra sus familias, contra ellos mismos.
Muchos han olvidado las imágenes de los bombardeos de los misiles estadounidenses a la ciudad de Bagdad, y en la memoria colectiva el nombre de Irak poco a poco ha sido borrado por otros como Siria, Egipto, Afganistán o Libia. A veces asumimos que, al no tener noticias tan frecuentes sobre la situación iraquí, las cosas por allá están más o menos bien.
La realidad, sin embargo, es muy diferente. Los últimos diez años han sido un auténtico suplicio para la población de Irak, quienes ven pasar los años sin que la violencia deje de ser un elemento constante en el paisaje. Corrupción, enfrentamientos étnicos y religiosos, lucha por el petróleo, violencia política y un estado fallido hacen que reinen la intranquilidad y la incertidumbre.
A continuación les ofrecemos esas imágenes únicas que sólo se capturan durante la guerra, porque sólo en la guerra el terror y la esperanza, la muerte y la amistad convergen en sus expresiones más potentes.
Detrás de cada una de las fotografías está el sufrimiento del pueblo iraquí y un valiente corresponsal que estuvo en el momento preciso para documentar ese infierno. Vale la pena valorar estas imágenes, prueba de lo que diez años de guerra pueden causar:
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