Hasta hace unas semanas, el Hospital General Regional No. 72 en Tlalnepantla era un centro de salud común y corriente de nuestro país: muros grises, barandales verdes, pasillos poco iluminados… y claro, tiro por viaje se convertía en la sede de numerosas manifestaciones por la falta de equipo médico y por el insuficiente presupuesto.
Sin embargo, durante la emergencia por COVID-19, esta clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) dejó el anonimato y quedó en el centro de los reflectores.
Antes de que los casos a nivel nacional crecieran exponencialmente —durante los primeros días de abril—, en el Hospital General Regional No. 72 de Tlalnepantla, en el Estado de México, se confirmó que había más de 40 doctores, doctoras, residentes y enfermeras contagiadas de coronavirus.
Esta es la historia de una médico residente de este centro hospitalario que ha decidido mantener el anonimato.
Ella no ha dado positivo a COVID-19 pero se encuentra en aislamiento, pues el 75% de todos sus compañeros residentes no tuvo la misma suerte. Vía telefónica, nos cuenta cómo las fallas en los protocolos, la histórica falta de material en las instituciones mexicanas y la inacción de las autoridades han provocado esta emergencia.
“El día 24 de marzo, llegó una paciente que venía de un medio privado”, recuerda la doctora. “Llevaba siete días con un cuadro respiratorio severo que venía progresando. Ella salió negativo a la prueba de influenza y llegó de urgencias a nuestro hospital para que le hicieran más pruebas. Llegó como caso sospechoso de COVID, pero nunca le hicieron ninguna otra prueba”.
De último momento, a la paciente le modificaron el diagnóstico. “Pasó de ser caso sospechoso de COVID a tener fibrosis pulmonar y probable edema de pulmón”, acusa la médico residente. “Así es como ella sube al piso de Medicina Interna”.
El piso de Medicina Interna
Actualmente, el Hospital No. 72 de Tlalnepantla se encuentra dividido.
En los pisos inferiores se trata —en aislamiento y con todo el equipo necesario— a los pacientes de coronavirus y de enfermedades respiratorias sospechosas.
En los pisos superiores está el departamento de Medicina Interna reservado para el resto de las personas. Los protocolos oficiales estipulan que ningún paciente sospechoso de COVID-19 subiría a esta sección, pues ahí no contaban con el equipo necesario.
“Los recursos siempre han sido limitados”, apunta la doctora. “Al piso de Medicina Interna se le negó el material de protección para que todo se ocupara en el área de urgencias y atención de aislamiento de pacientes sospechosos”.
Fallaron los protocolos: la paciente sospechosa de coronavirus subió al piso equivocado y tuvo que ser atendida.
“Cuando esa paciente sube, venía muy grave. Mis compañeros la tienen que intubar: lo hacen sin ningún equipo de protección, porque era eso o que la paciente muriera … aún así no responde y fallece en menos de 24 horas. Fallece durante la guardia y esa cama vuelve a ser ocupada esa misma noche”.
La médico residente acusa que el compañero que atendió a la paciente que perdió la vida fue uno de los primeros doctores en presentar síntomas y dar positivo a COVID-19.
Esta historia se repetiría muchas veces más durante los siguientes días en Tlalnepantla: pacientes con cuadros clínicos sospechosos de coronavirus subían al piso de Medicina Interna con diagnósticos distintos. “Tenían EPOC o la famosa neumonía atípica, pero aún así no debían haber subido: ya estaba establecido que nadie con patologías respiratorias debía subir a nuestro piso”.
“Nosotros los teníamos que atender”
Es parte del trabajo. En medio de una emergencia, los esfuerzos al interior de un hospital se multiplican, pero la exigencia del material mínimo de protección sigue siendo lo esencial. “Cuando vimos que nuestros compañeros comenzaban a sentirse mal, a tener fiebre o a tener tos, nosotros solicitamos todos los materiales al jefe de Medicina Interna”, recuerda la doctora.
“Ellos nos dijeron que no. Que no eran necesarios”.
Los médicos residentes del piso de Medicina Interna compraron sus propias mascarillas, sus propias caretas y sus propio equipo de protección. No les permitieron utilizarlas.
“Cuando nos íbamos a poner las mascarillas, el jefe de Medicina Interna se molestaba. Decía que no debíamos utilizar ese material, que era exclusivo para emergencias y que nada más íbamos a alarmar a la población. Que no estaba pasando nada de demasiada importancia”, recuerda la doctora.
Días después, las autoridades mexicanas confirmaron la importancia de esta emergencia.
Al interior del Hospital No. 72 de Tlalnepantla se reportaron más de 40 contagios de doctores, doctoras y enfermeros. De los 26 médicos residentes en el piso de Medicina Interna —que llevaban días pidiendo material— 19 han dado positivo de coronavirus y están recibiendo tratamiento.
Ser médico residente durante una pandemia… en México
En México, ser médico residente de un hospital público es una pesadilla.
Sí, se escuchan chistes y experiencias nostálgicas sobre aquellos que “están hasta abajo de la cadena alimenticia”, pero la vida diaria de los médicos en formación es un constante turno entre abusos y castigos. Durante una pandemia, las jornadas laborales —de por sí eternas— se duplican.
¿En un hospital público? Agrégale los estragos de décadas y décadas de descuido, presupuestos mínimos y falta de atención.
“En la central de enfermería había poco de jabón y sanitas que no duraban un turno”, recuerda la doctora. “A nosotros los residentes no se nos daba nada y cuando lo solicitábamos, nos recordaban que era nuestro compromiso, como médicos, comprarlos para proteger a los pacientes. Nos veíamos obligados a juntar para comprar alcohol, jabón, cloro y todos los equipos de limpieza. Incluso papel”.
Con un salario aproximado de 6 mil pesos, los médicos residentes tienen que pagar rentas, comprar comida, mantener familias, surtirse de su propio equipo médico y conseguir transporte.
Pese a todo, la médico residente del Hospital No. 72 de Tlalnepantla nos recuerda que siguen buscando trabajar.
“Todos somos médicos y en una situación de emergencia, todos tenemos que ayudar. Nunca hemos estado en contra de eso”, señala. “Lo único que pedimos es el material mínimo de protección, porque no tiene caso que nosotros también estemos enfermos. Además, cuando nosotros regresamos a nuestras casas pensamos en nuestras familias: algunos tienen hijos o vivimos con nuestros papás. Nuestros papás son mayores de edad y tenemos miedo por nuestras vidas y la vida de nuestra familia”.
“De forma indirecta podríamos ser la causa de muerte de nuestros propios seres queridos”.
A principios de abril, los reflectores de la prensa y de las autoridades llegaron al hospital del IMSS en Tlalnepantla para convertirlo en una batalla política. Mientras comunicadores y funcionarios se agredían buscando culpables de la situación, más de 40 médicos presentaban los síntomas de contagio de coronavirus.
Gracias a que el caso cobró relevancia nacional —más por el pleito mediático que por la salud de los doctores— se han comenzado a tomar medidas al interior del Hospital General Regional No. 72.
Mientras las portadas de los periódicos y las discusiones de Twitter se centran en los dichos de políticos, la preocupante realidad nos ayuda a enfocar la conversación: durante la pandemia se hace cada vez más presente la falta de equipo, las fallas en los protocolos y el descuido de décadas que México ha tenido con su sistema de salud.
“Sabíamos a lo que veníamos cuando elegimos una institución pública, pero hay un límite donde no puedes aprovecharte de las carencias legales de un grupo de personas. Ahora ya ni siquiera para atender personas tenemos tiempo”, acusa la doctora. “Estamos debatiéndonos entre mi salud, la de mi familia y la de los pacientes. De nada sirve que yo también termine hospitalizada”.
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