Por José Ignacio Lanzagorta García
¿Por qué las páginas del diario de la ex primera dama de Veracruz, siendo parte de un proceso de investigación judicial, son públicas para todos nosotros? Es imposible no burlarse de las planas de “si (sic) merezco abundancia”, pero, ¿a dónde nos llevan? ¿A qué sirven? ¿A qué agenda abrevan? Por lo pronto, es claro que el actual gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, parece continuar haciendo de su brevísima administración una (justificada) demonización de su antecesor y una catarsis estatal y nacional. El peligro, sin embargo, es caer en la caricaturización de Duarte, en verlo como el psicópata excepcional y no como un político perfectamente habilitado por todo el sistema local y federal para desfalcar el erario y, probablemente, huir con salvoconducto.
¿Es delirante el diario de Karime Macías? Es por lo menos ridículo, pero en un mundo donde constantemente buscan reclutarte para “la flor de la abundancia”, no me parece excepcional. Todas las noches, entre semana, el Ángel de la Independencia recibe a grupos de personas de algún tipo de entrenamiento en liderazgo, de ése que les da por llamar coaching, donde gritan una consigna de que son “guerreros del universo” o algo así. La radio matutina está plagada de programas donde escuchamos consejos sobre “programar” o “decretar” que nos pasen cosas buenas. Al final, la invocación del “merecer abundancia” no suena muy distinta a estas expresiones, rituales y prácticas de una religiosidad popular secular y aspiracional que no distingue clases sociales –ni niveles de educación–.
Seguro que si liberaran el diario íntimo de cualquiera, el ridículo sería inevitable. El tema en este caso es, por supuesto, que se decreta merecedora de abundancia alguien que en las mismas páginas habla de “exprimir” la dependencia pública a su cargo y que sobre la administración de su marido pende la investigación de haber administrado quimioterapias falsas. Pero, insisto, ¿es excepcional la administración de Javier Duarte? Sí en la magnitud, sí en la crudeza, no en la trayectoria. Es decir, puedo imaginarme a un buen porcentaje de políticos de este país decretándose merecer la abundancia de los erarios a los que tienen acceso.
Entonces, nos queda un dilema paradójico con este tipo de notas sobre los “horrores de los Duarte”. Por un lado, cada vez que Yunes nos revela una nueva faceta, una nueva fechoría, un nuevo desfalco de Duarte, un diario de telenovela, aumenta la presión por capturarlo. Por más alianzas, complicidades y protecciones con las que Duarte hubiera contado, el creciente precio político de su cabeza podría romperlas. Eso sería, sin duda, positivo. Finalmente, estableceríamos un parámetro de lo verdaderamente inadmisible en el permanente ambiente de corrupción en el que vivimos.
El otro lado de la paradoja es que, de continuar con su mistificación como la encarnación del Mal, si bien queda el precedente de un límite para la clase política, tal vez perdemos la oportunidad de que se valoricen agendas a favor de la transparencia y rendición de cuentas: Duarte sería un psicópata que debe ser detenido y no un político habilitado por un sistema y red de complicidades que hay que destruir y controlar su formación. Volándonos la imaginación, podríamos pensar que si Duarte posee información que le sirve como un seguro de prima infinita contra su captura: continuar con su demonización le eleva la posibilidad de un “abatimiento”, como le gusta a los gobiernos federales y a algunos periodistas llamar a las ejecuciones que hace el Estado. En ese caso, sin duda poco probable, salvo quien pueda colgarse la medalla del operativo, nada ganamos. El Maligno ha caído y ya.
En suma, no deberíamos tener acceso a las notas de Karime Macías. Pero lo tenemos. Y si es así, es porque si eres Yunes, no puedes no filtrarlas. ¡O incluso inventártelas! Al fin que no hay posibilidad de que los Duarte salgan a reclamar la difamación. Y nada malo hay en burlarse de lo ridículo que pudieran llegar a ser estos lamentables seres de la política mexicana. Incluso lo encuentro saludable justamente por lo ordinario: a lo mejor nos sirve para reflexionar hasta dónde llega esa cultura del auto “decreto” que tantos comparten. Pero, en todo caso, vale la pena tener presente si esta catarsis sobre la “locura” de los Duarte prófugos no es, al final, una renta política inútil para la construcción de un mejor Estado.
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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.
Twitter: @jicito