En el importante crisol cultural que es Sopitas ya hemos mencionado antes la obra del escritor uruguayo Mario Levrero (1940-2004), ya sea como un fiero crítico de la cháchara engendrada por la publicidad (acá) o como un punto de partida para reflexionar sobre la precariedad y la distracción que minan al trabajo del cognitariado (acá, en un texto del genial e inmortal Christian Mendoza). No me gustaría desaprovechar la oportunidad que brinda una noticia editorial para volver a Levrero, y es que desde hace un par de semanas puede volverse a encontrar, en las mesas de novedades de algunas librerías mexicanas, una reimpresión de Dejen de todo en mis manos, su novela publicada originalmente en 1996. No soy un experto así que no podría hablar sobre la historia editorial de esta novela (sé que apareció una edición en 2007, como parte de Caballo de Troya, a su vez un sello de Penguin Random House, que alguna vez tuvo el quiste de Mondadori; francamente, uno no puede llevar la cuenta…) pero sí da para hacer un comentario sobre la manera en que se lee a Levrero.
Por un lado, claro, está la dificultad de dar con su obra completa. Se dirá que es una dificultad a medias –uno, si se tomara el tiempo y sacara la tarjeta de crédito, podría conseguir ejemplares usados en línea– pero como sea, existente. Pero aunque uno tuviera a la mano su obra completa, deberá reconocerse que es una que se resiste a las lecturas sistemáticas. La obra de Levrero funciona como una constelación o un laberinto: en ella se puede notar algunas obsesiones que permiten la tarea de inventarse ciclos o trilogías (famosamente, está la “trilogía involuntaria”, conformada por La ciudad, El lugar o París; donde el peso de la influencia de Kafka es notable, como apunté acá; algunos críticos también hablan de una “trilogía experimental” y de una “trilogía luminosa”, siguiendo cronologías de publicación estrictas). Cualquier lector del uruguayo a estas alturas sabe ya, también, que Dejen todo en mis manos se inserta, a su vez, en otra trilogía.
Como lo hizo Beckett en su trilogía más famosa, Levrero incorporó a su narrativa elementos del género policíaco, aunque de una manera más obsesiva y a menudo paródica. Es un género que varios escritores han encontrado como un espacio fértil para crear relatos efectivos pero que son meros divertimentos (como lo hizo Juan José Saer con La pesquisa, o David Markson al inicio de su carrera); o para darle una vértebra estructural a su obra que es, sin embargo, flexible (como se nota en varios libros de Piglia o, de manera más programática, en novelas y relatos de Roberto Bolaño). En el caso de Levrero se oscila entre la parodia (como en Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, de 1975; o en La banda del ciempiés, que originalmente se publicó como un serial para un suplemento de Página/12) hasta el franco homenaje, como en Dejen todo en mis manos, donde el “investigador” se parece demasiado a Levrero: una casa editorial, va la anécdota, le encarga –a pesar de su incompetencia– buscar al autor de un manuscrito genial. Tal vez esa sea una razón editorial suficiente para publicar a esta novela de manera independiente, sin Nick Carter… y La banda del ciempiés (como ha ocurrido también). Como sea, es claro que así se abre la puerta para leer y releer la obra de Levrero desde distintas hebras.
Aunque esos relatos extensos, o novelas, son los más reconocibles en la obra de Levrero como deudores de su consumo irredento de novelas policiales, en su obra, aquí y allá, casi siempre, se encuentran estrategias que recuerdan al género negro: personajes que reaccionan meramente a circunstancias, investigaciones iniciadas y abandonadas, la resistencia al estilo, pesquisas. Deben mencionarse también relatos como “El factor identidad” (1975) y “Una confusión en la serie negra” (1983), o esa extraña incursión al cine, el corto “Alea jacta est: la jalea está hecha”, en la que Levrero actuó como el asesino y Elvio Gandolfo como el detective (está en YouTube). Finalmente, una recomendación: echarle un vistazo al texto crítico “Otra trilogía: las novelas policiales de Mario Levrero”, de Ezequiel de Rosso. Se incluye en la colección La máquina de pensar en Mario, publicado por Eterna Cadencia en 2013.
Acá se puede leer el primer capítulo de Dejen todo en mis manos de Mario Levrero.
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Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en Caín y colaborador en La Tempestad.
Twitter: @guillermoinj