Por Sofía Mosqueda
Hay muchas cosas que nos provocan desesperanza en tiempos electorales: la integridad de nuestras instituciones, la desinformación, el fraude, la violencia; la vacuidad y condescendencia de las propuestas electorales. Sin embargo, hay algo que a las feministas nos tiene, además de desesperanzadas, enojadas: la completa ausencia de feminismo en las propuestas de quienes contienden a la presidencia de la República. Sí, ha habido mención de temas relacionados con género pero, además de ser completamente abstractas, no son propuestas feministas.
Las propuestas que hasta ahora han mencionado los y la candidata a la presidencia en temas de género son discursos que no sólo no están acompañadas de estrategias o herramientas precisas para conseguir lo que alegan, sino que no son producto de un entendimiento claro de la desigualdad de género, ni de la discriminación y violencia que son producto de ésta.
La diferencia esencial entre las políticas o discursos con perspectiva de género y el feminismo (o propuestas feministas) es que el segundo, además de una plena conciencia sobre la desigualdad de género –producto del patriarcado-, tiene una intención expresa y activa de resolverla; cuando la –ya prostituida, por lo menos conceptualmente- perspectiva de género se ha convertido, las más de las veces, en una herramienta discursiva paliativa de un problema estructural, así como una moneda de cambio político.
Esto es particularmente claro en la forma en que se construyen los discursos en temas de género, en la formulación de las propuestas y políticas públicas para mujeres; en la constante concepción y construcción de las mujeres como un grupo minoritario al que se debe atender, como la otredad. Las propuestas de los candidatos presidenciales no son excepción. Resulta evidente que la mención de temas de género y de diversidad sexual responde a un pretensión meramente electoral –lo que raya en la burla, y no a una intención genuina de erradicar un sistema histórico de opresión (quién sabe por qué). Revisémoslas tan brevemente como han sido en contenido:
Margarita Zavala, pese a ser la única candidata mujer que llegó a la boleta, ha reducido sus propuestas en temas de género al ámbito económico, enfocándose, como buena neoliberal, en los obstáculos que enfrentan las mujeres en la vida laboral y su desarrollo profesional. Esto sin mencionar lo abyecta y conservadora que ha manifestado ser en temas como el derecho a elegir y el matrimonio igualitario.
José Antonio Meade, candidato del PRI y de la Coalición Todos por México, no ha tenido reparo en autonombrarse el [futuro] presidente de las mujeres (sic), reiterando en sus mítines que la prioridad [de su gobierno] serán las mujeres pero omitiendo hablar de los feminicidios hasta cuando se ha presentado el Estado de México; el chiste se cuenta solo. Uno de sus 11 compromisos, “la hora de la mujer mexicana” (sic) propone, para variar, igualdad de oportunidades y un entorno libre de violencia y discriminación mediante un listadito de medidas al aire: Seguridad (¿gracias?), créditos a la palabra para emprender negocios, mismo salario que a los hombres (…).
A manera de estrategia de campaña, Ricardo Anaya, candidato del PAN (y de la Coalición de México al Frente), lanzó hace un par de semanas el hashtag #NoEsNormal para visibilizar las distintas manifestaciones de la violencia de género, declarando además que tiene un compromiso personal con la erradicación de estas violencias. Sin embargo, las propuestas del Frente relacionadas con temas de género no hacen más que repetir en abstracto lo que se lleva diciendo sobre el género desde hace años: que se van a diseñar políticas públicas transversales (sic) que garanticen derechos, la atención a las personas que enfrentan discriminación o violencia y el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia; que ahora sí se van a crear fiscalías especializadas con personal capacitado (sic) para atender los delitos contra las mujeres. El listado de propuestas es, en resumen, lo que se supone que nuestro país debería estar haciendo desde, por lo menos, 1979, año en que se firmó la Convención Sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW).
Por el otro lado, la izquierda enarbolada por Andrés Manuel López Obrador (es decir, de la coalición Juntos Haremos Historia), ha evitado hacer mención específica sobre temas de género. El proyecto de nación que propone Morena dedica un párrafo, en su documento de 461 páginas, a decir que entienden la desigualdad de género (no sé cuánto puedan entender sobre la violencia que viven las mujeres quienes acceden a aliarse con un partio evangélico provida), pero no explicando cómo harían para resolverla. Eso sí, AMLO declaró que, de ganar, va a garantizar la libertad a la diversidad sexual y a los derechos humanos –lo cual comprendería hacer valer todos los derechos de las mujeres.
Un argumento recurrente para defender la agenda de la izquierda cuando ésta peca de omisión en temas de género es que el objetivo principal de esta corriente es el derecho de (las) repúblicas (Latinoamericanas) a ejercer plenamente su soberanía, en una construcción de proyectos nacionalistas –en contraposición a los colonialistas/neoliberales. La redistribución de la riqueza como primer paso de un régimen nacionalista que, consecuentemente, otorgaría el acceso a derechos de todos los sectores de la población.
Sin embargo, ello parecería indicar que la articulación de los actores políticos en torno a un conflicto de clase resulta, inexplicablemente, excluyente de “los derechos de las minorías”. Considerar los temas de género, e incluso los derechos humanos, como un tema de grupos minoritarios (o de identity politics [sic]) revela una clara incomprensión de lo que el feminismo lleva tratando de hacer entender por décadas. La lucha feminista no es en ninguna medida excluyente de la lucha de clases; al contrario, cualquiera que haya puesto atención entendería que las luchas contra las diferentes desigualdades se remontan al mismo objetivo de erradicación de opresiones.
Se dice que la acción política a veces se subordina a un fin mayor. Sin embargo, es hora de reconocer que los temas de género no sólo atañen a las mujeres, sino a todo el mundo y que no hay forma de que éstos correspondan a una minoría, puesto que somos más de la mitad de la población. Cualquier programa de gobierno, cualquier Estado, cualquier política o propuesta de campaña que pretenda mejorar las condiciones en las que vivimos, tiene que diseñarse a partir de una concientización plena sobre la tremenda desigualdad de nuestro país y de aceptar un compromiso honesto de tratar de superarla, lo que va, evidentemente, mucho más allá de las propuestas que han hecho los y la candidata a la presidencia de nuestro país. Es, por lo tanto, nuestra responsabilidad como ciudadanas, como feministas, como personas, exigir mucho más tanto de quienes buscan conseguir nuestro voto como de nosotras mismos.
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Sofía Mosqueda estudió Economía y Relaciones Internacionales en El Colegio de San Luis y es maestra en Ciencia Política por El Colegio de México.
Twitter: @moskeda