Este domingo, se cumple una semana del triste deceso de David Bowie y para recordarlo, recurrimos al siempre querido y extrañado Erich Martino, uno de los más fervientes seguidores y estudiosos de Bowie que jamás he conocido. En las siguientes líneas, Erich no sólo nos recuerda la importancia que Bowie ha tenido en la historia contemporánea, sino también refleja a la perfección el sentimiento de millones de personas alrededor del mundo tras enterarnos de la notica: “hemos perdido a un amigo”.
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Desperté. Las sábanas y mi almohada eran las mismas de siempre, también las muestras de cariño de mi querido perro James. Pero la poca luz que entraba por la ventana y el color de las paredes me revelaban que ya no estábamos en México. Mi vida había cambiado y el inclemente invierno finlandés me resultaba tan inhóspito que me sentía como un astronauta en un planeta desconocido.
Había que cubrirse por completo con tanta ropa que uno terminaba vestido como cosmonauta. El clima determinado por la nieve era tan ajeno a lo que yo estaba acostumbrado, que fue mi única fuente de inspiración: su conmovedora caída, la forma en que ilumina las oscuras noches en el norte del Planeta y sobre todo su inigualable característica de congelarlo todo… hasta el tiempo.
Me encontraba solo y extrañaba todo: la novia de ese momento, los amigos y la vida que ya no tenía. Esa mañana escribí una carta a la que éste texto le debe su principio. Una carta de amor a todo lo que había perdido, inspirada en la música que me acompañaba mientras experimentaba la vida de este nuevo mundo, donde me sentía cómo perdido en el espacio. Tomando frases de la letra de Space Oddity, interpreté mi vida como una misión, yo era Mayor Tom.
Cuándo vives en un país en el que se habla un idioma que tú no dominas, terminas dentro de una burbuja donde las conversaciones a tu lado, los anuncios de la calle, la radio y la televisión, no te dicen nada. El aislamiento y la sensación de tiempo suspendido que la nieve me provocaba, fueron el contexto perfecto para estudiar a profundidad las carreras de los artistas y músicos que me interesaban, estuvieran de moda o no. Los álbumes en vivo de todos los periodos de Bowie sonaron en eterno loop en mis audífonos durante meses. Una mezcla de diferentes momentos de su carrera, sus mejores éxitos con renovados arreglos e interpretados por diferentes músicos en cada versión qué me enseñaban la contribución que cada uno de sus colaboradores traía a su universo. En sus discos en concierto también es posible valorar cómo es que su voz y visión evolucionaron con la interpretación de acuerdo a la época en que eran grabados. Toda ésta sobreexposición tenía como consecuencia natural que yo frecuentemente despertara con alguna canción de Bowie en la cabeza.
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La música de Bowie tiene la peculiaridad de la permanencia: su música se adhiere a la memoria, para empezar, su voz es inconfundible. También lo son algunas figuras y progresiones de su composición. A veces todo su secreto se resume en un hook como en “Let’s Dance”, otras por la complejidad de una secuencia de acordes que no sigue al canon tradicional, “Life on Mars” o “Ashes to Ashes”, por ejemplo. En otros casos, es gracias al espíritu de liberación de un riff de guitarra como en “Jean Genie” (o muchos otros, la mayoría hechos años antes del Punk). Bowie entendió como nadie que la actitud puede a veces ser suficiente para comunicar el mensaje, pero a diferencia de sus imitadores o seguidores, él entendía también que la simplicidad no estaba peleada con la calidad, de ahí también que muchos de sus cortes más celebrados sean de una sutil, pero cautivadora belleza como “Where are we now?” la cuál llegó a mi vida también… despertando.
Hace tres años, ya en Londres, donde mi ritual matutino incluye leer las noticias al abrir los ojos, desperté con la noticia en Twitter de que Bowie había roto su silencio de 10 años con un sencillo estrenado hacía solo una hora antes. Mi reacción inmediata fue saltar de la cama, situación que apanicó a mi novia, que dormía en ese momento.
“Where are we now?” es en una primera impresión una “rareza” (Oddity) en el catálogo de Bowie: trata de su pasado y enfoca con nostalgia un momento y lugar en el tiempo. Sin embargo, Bowie revisitó su historia muchas veces: la gira Sound + Vision; la reedición de su catálogo completo en más de una ocasión, con ediciones extendidas y supervisadas por él; y hasta el proyecto de “Toy” en el año 2000 cuando grabó versiones renovadas de sus primeros cortes, compuestos en los sesenta. La búsqueda de Bowie no se centra en mirar hacia adelante o hacia atrás, se trata de encontrar lo atemporal y por eso existen innumerables cortes escritos hasta 10 años antes de la versión final, es el caso de “Bring Me The Disco King” o “It’s No Game”.
“Where are we now?” es especial. La canción habla sobre Berlín al final de los setenta, pero en su esencia y sentimiento habla de ti, y de todos, pero lo hace desde la perspectiva del amigo que te conoce y sabe de todos esos momentos tristes que guardas en la memoria. Habla de una pérdida, interpretada de manera individual por quién la escucha. Esa intimidad es la clave del éxito del sencillo que rompía con una década de separación con sus seguidores, y es la razón de que por primera vez me pregunté por qué David Bowie es una parte tan importante de mi vida.
Que “Where are we now?” fuera lanzada el 8 de enero, le otorgó un significado especial para quienes cada año en su cumpleaños hemos disfrutado de hacerle un pequeño homenaje, a veces personal, escuchando alguno de sus discos, y a veces público, posteando alguna de sus fotos o letras en redes sociales. Cada encuentro con él es una victoria para sus seguidores. Dos de tres veces que lo vi en concierto celebré mi cumpleaños.
La primera, [Sound+Vision Tour, Houston, 7 de Julio 1990], fue parte de la gira en que Bowie prometió que sería la última vez que tocaría sus grandes éxitos. La idea era evidentemente innovadora: una línea de teléfono permitía a sus fans llamar y enlistar las canciones que querían escuchar en cada ciudad, y así el programa sería diferente cada noche. Yo me gané el boleto siendo un radioescucha y participando en un concurso de WFM, conocí en el concierto a Alejandro González Iñárritu y esto sería el detonador para iniciar mi carrera en la radio.
La segunda vez, [Earthling Tour, México DF, Octubre 23 1997], con un grupo de amigos como Rulo y otros colegas de la radio conocimos al mismísimo Bowie después del concierto. Su sonrisa es lo que recuerdo primero, después su cover a “O Superman” de Laurie Anderson.
La tercera, [Glastonbury Festival, Junio 25, 2000], en compañía de Ilana Sod atestigüé el primer concierto de Bowie como parte de un festival después de 30 años sin hacerlo, es probablemente el único concierto en el que tuve la sensación de estar en un evento épico que pasaría a la historia; y tenía razón. Mi momento favorito fue descubrir el valor que “All The Young Dudes” (escrita por Bowie pero hecha famosa por Mott The Hopple) tenía para el público del Reino Unido, a donde, sin saberlo en ese momento, yo me mudaría 10 años más tarde, con una idea de Londres inspirada un poco por la música de personajes como Bowie, quién cuándo comienzas a ponerlo en ésta perspectiva descubres que ha estado ahí junto a ti, todo el tiempo.
Antes de “Where are we now?” todos esperábamos lo peor; pero ésta canción es la carta personal con la que te enteras de que tu mejor amigo, el que pensabas que sufría de un mal incurable, en realidad estaba a salvo y en buenas condiciones. En 24 horas el sencillo había hecho historia. Se escribieron artículos de ocho columnas en los diarios de Inglaterra. Tres meses después, la exhibición ‘David Bowie Is’ abrió sus puertas en Londres la primera parada de una gira global (actualmente en Amsterdam) y en el mundo entero se comenzaría replicar la misma pregunta que yo me hacía: ¿por qué David Bowie es tan especial para todos?
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Blackstar se anunció un par de meses antes de su cumpleaños, la fecha en que saldría a la venta. Dos polémicos videos y la inauguración de un musical basado en “The Man Who Fell To Earth”, con música escrita por Bowie, anticiparon el lanzamiento. El tren venía a toda velocidad y no se veía cómo detenerlo. Las reseñas describían al álbum como el verdadero regreso del maestro con una de las mejores producciones dentro de su discografía, algo que a los 69 años de edad pocos artistas consiguen. No son muchos los que cuentan con una medalla como Blackstar que adorne su uniforme cuando ya se lleva el pecho lleno de galardones, pero Bowie nos tenía preparada una jugada para lo que no encuentro un precedente. Durante todo un fin de semana nos levantó el espíritu, nos regaló 41 grandiosos minutos qué se repitieron incesantemente por todo el mundo, yo estuve particularmente atrapado en los últimos tres cortes, que, de alguna manera, eran lo único que no habíamos escuchado hasta ese momento. En “Girl Loves Me”, “Dollar Days” y “I Can’t Give Everything Away” se entreteje una historia, la música fluye como las escenas de una película que necesitaba un final.
El lunes de esta semana desperté y desde México mi amiga Elvis ya me había mandado un mensaje: “Compadre, lamento mucho decírselo, pero me parece que ha muerto David Bowie”. No hubo que esperar mucho, la confirmación estaba ya en todas partes, las pieza final embonaba en su lugar y un disco lleno de misterios se convertía en el epílogo más poético y sofisticado que el rock ha visto hasta ahora.
David Bowie planeó y ejecutó con una destreza inigualable su despedida, y nos invitó a todos a participar en la puesta en escena. La portada sin su foto, la misteriosa estrella negra, los mensajes crípticos y las visiones de redención nos han conmovido poco a poco, ahora entendemos, como ante un un libro para niños, que se trataba de la muerte más épica de una estrella del rock.
Completamente inmerso en la lluvia de homenajes que se desataron en Londres, me doy cuenta que mi relación (y probablemente la de muchos más) con Bowie es precisamente la de “despertar”, pero esta vez me refiero a despertar en un sentido metafórico: encontrar una voz que te acompaña a lo largo de tu vida, le da sentido al mundo que te rodea y que te hace aprender sobre ti mismo a través de astronautas, rebeldes, miedo a los norteamericanos, estrellas de rock ficticias, arañas de Marte y perros de diamante.
Las imágenes de la gente cantando sus canciones en Brixton, su rostro en los diarios vespertinos y su nombre en la BT tower de esta ciudad, alimentan en mí la necesidad de participar y atestiguar el momento. Me decido entonces a hacer algo así por primera vez y me dirijo hacia Heddon Street, donde Bowie se tomó la foto del álbum The Rise and Fall Of Ziggy Stardust and the Spiders Of Mars, y entre los regalos, flores y mensajes le dejo un disco de mi grupo Réplica con la dedicatoria “gracias por todo”.
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De regreso a casa aún influenciado por la tristeza, observo cómo poco a poco el mundo se vuelve a llenar de sus tragedias, la guerra en Syria, los refugiados en Europa y las demás historias que nos pueden hacer sentir como si el mundo se estuviera viniendo abajo. Recuerdo entonces la manera en que Bowie transformaba éste tipo de caídas en romances épicos.
“As the pain sweeps through,
Makes no sense for you.
Every thrill is gone.
Wasn’t too much fun at all,
But I’ll be there for you-ou-ou
As the world falls down.
Falling.
Falling down.
Falling in love”.
Esa noche me fui a dormir en un mundo donde David Robert Jones había muerto.
Pero cuando desperté… David Bowie todavía estaba aquí.
Y por ello doy una vez más las gracias.
Erich Martino, Londres Enero 2016
Para no presentar los hits que están en todas partes, éste es un playlist de Bowie con las canciones mencionadas en el texto y unos extras normalmente ignorados de su discografía.