Por Guillermo Rodríguez

El pasado domingo tuvo lugar el segundo debate presidencial y, para sorpresa de pocos, los candidatos nos robaron dos horas de vida para aturdirnos con ataques personales y evasivas olímpicas. México en el mundo era la línea sobre lo que debió haberse centrado la discusión. En su lugar, nos quedamos reflexionando sobre la seguridad de la cartera de AMLO. Ninguno —porque ahora ya todos son hombres— ofreció una perspectiva clara del lugar que México debería ocupar en el mundo: prácticamente sólo se habló de EEUU. Podrá decirse que los asuntos exteriores no son tan relevantes cuando el país recién vivió el año más violento de su historia o resulta que estamos perdiendo la batalla contra la desigualdad. No obstante, la lectura internacional es una tarea relativamente sencilla cuando se tiene un proyecto político claro y consistente.

Donald Trump amenaza a Irán pacto nuclear
Foto: Getty Images.

Frente al río revuelto de los candidatos presidenciales, hay un pescador que salió ganando: Donald Trump. El gobierno estadounidense tiene claro lo que quiere; de este lado de la frontera no parece que sea así. Además de la influencia natural de EEUU, Trump llevará un paso adelante siempre que sus contrapartes no sepan contestar al proyecto político que representa. La razón más evidente de por qué es importante que México responda con astucia es que nuestra economía y política están íntimamente vinculadas con las de EEUU: el 80% de nuestras exportaciones son hacia ellos y vivimos con la amenaza de la deportación de 3 millones de personas, buena proporción de los cuales México tendría que ser capaz de recibir y ofrecerles una oportunidad de vida.

Además de los evidentes costos que podrían potenciarse con la política trumpista, lo más preocupante es que parece ganar gradualmente el discurso internacional. La retórica xenófoba ha inspirado a los partidos más conservadores de Europa, que ya son tercera fuerza en Alemania y están a un paso de gobernar Italia. Por su parte, el odio también gana terreno en la región con la resistencia a los derechos humanos de Jimmy Morales en Guatemala y el surgimiento de fuerzas opositoras a la población LGBTTI en distintos países. El cada vez menor compromiso con la resolución de problemas globales deja en abandono aquellas causas humanitarias y políticas que deberíamos estar mirando: Nicaragua lleva más de un mes de enfrentamientos donde el gobierno ha asesinado al menos 76 personas; mientras Nicolás Maduro se reelige con el 54% de abstención en los comicios y con toda la oposición desconociendo los resultados. No es de risa loca hacerse de la vista gorda con lo que pasa afuera cuando 70% de nuestro PIB viene del comercio exterior y cuando en los últimos 5 años las solicitudes de asilo a nuestro país se han incrementado más del 1000%. Tal vez la xenofobia en Europa y la crisis en Venezuela suenan distantes, pero sí hay una deuda histórica de cooperación que nos cuesta: el bienestar de nuestros vecinos centroamericanos.

Foto: Twitter @nicolasmaduro

Hay varias razones, más allá de darle la vuelta al discurso trumpista, por las que es relevante cambiar la perspectiva mexicana para con esa región. De acuerdo con la Agencia de la ONU para los refugiados, la violencia ha empujado a que casi 550 mil personas de Honduras, El Salvador y Guatemala busquen asilo en México y EEUU: muchas pasan por nuestro país; algunas están eligiendo quedarse. Además de salvaguardar sus derechos humanos resolviendo los asaltos, secuestros y desapariciones forzadas que viven durante su estancia y viacrucis al norte, la región centroamericana comparte males muy parecidos a los nuestros: 16 de las 50 ciudades más violentas del mundo están en México o Centroamérica. Nos hace falta humildad para reconocer que el combate a la violencia es un tema en el que podemos aprender juntos y compartir experiencias: desde revisar con seriedad la polémica amnistía salvadoreña entre 2012 y 2013, hasta entender cómo rayos es que Honduras logró reducir su tasa de homicidios 26.4% en tan solo un año y alrededor o más de 50% en ciudades como San Pedro Sula y o el Distrito Central. Finalmente, también hay temas de conveniencia para México, pues hay una verdad incómoda que poco a poco se asoma: cada vez menos mexicanos emigran a EEUU al tiempo que el reloj de arena marca que la pirámide poblacional se invierte cada vez más. Esto es, que nuestra población envejecerá durante los próximos años y hará falta mano de obra para las labores que una población mayor no podrá hacer. Eventualmente estaremos obligados a poner sobre la mesa una discusión de regulación de mercado laboral con Centroamérica.

Si las hostilidades en el exterior se mantienen, y la indefinición prevalece entre los candidatos y el futuro Presidente de la República, habrá que tomar los asuntos internacionales desde nuestras trincheras inmediatas. La política exterior de un Estado sí es facultad del gobierno en turno, pero gradualmente son más los movimientos y resistencias locales que se asocian para resolver los conflictos globales que los gobiernos nacionales siguen ignorando. Las luchas municipalistas en España frente a la crisis económica; la resistencia de los gobiernos locales en EEUU y las ciudades binacionales frente a las políticas xenófobas; la coordinación de las grandes metrópolis contra el cambio climático, y la heroica labor de la sociedad civil transnacional documentando las violaciones a derechos humanos en Nicaragua y Venezuela son buenas expresiones de que buena parte del rumbo global lo podemos llevar con nuestras propias manos.

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Guillermo Rodríguez es miembro de Wikipolítica CDMX   organización política sin filiaciones partidistas.

Facebook: WikipoliticaCDMX

Twitter: @GRodriguez__

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