Peña Nieto inicia hoy su primera visita oficial a Estados Unidos. El momento no es el mejor para él ni para el presidente estadounidense, Barack Obama. Ambos países pasan por una profunda crisis de derecho. En México, el problema de la infiltración del crimen organizado en diferentes esferas de poder, fruto de la corrupción, es más urgente que nunca. En Estados Unidos, las políticas migratorias ofrecidas por Obama parecen todavía bastante tibias, las políticas policiales racistas y los métodos de tortura usados por la CIA han sacado a los ciudadanos a las calles y su incapacidad para negociar con los republicanos ha frustrado sus planes de desarrollo sistemáticamente.

No obstante, una cosa es segura: aunque en términos de política social ambas ciudadanías lo estén viendo todo bastante mal, en asuntos económicos el perdedor es sólo uno: México.

Estados Unidos pasa por una época de abundancia tras los largos años del estancamiento iniciado en 2008. Esta abundancia no viene de otro lado que del petróleo y el gas: las compañías de nuestro vecino del norte lograron una producción que nadie preveía, suficiente para generar un exceso de oferta mundial que, como consecuencia, ha logrado un abaratamiento histórico en el precio de los energéticos.

Por su parte, México sufre las consecuencias. Cuando Peña Nieto propuso la reforma energética, ésta lucía como la esperanza de la economía nacional: abría las puertas del mercado energético para atraer inversionistas de todo el globo. Ahora, con la caída del precio del petróleo y con un gran negocio en Estados Unidos, las compañías de ese país no buscarán invertir en México en el corto y mediano plazo. Esta situación ha derivado en la caída del peso que todos podemos observar hoy.

Definitivamente, el contexto de la visita de Peña a Estados Unidos es muy diferente al de mayo de 2013, cuando Obama vino a nuestro país con una aceptación mayor al 60% entre sus votantes mientras aquí, el presidente mexicano presumía un paquete de novedosas y, a sus ojos, prometedoras reformas.

Con seguridad, uno de los principales temas en la agenda de este encuentro será el precio social del caso Ayotzinapa y, una vez en reunión privada, el precio político. Distintas organizaciones han exigido a Obama que urja a Peña para poner una solución al problema del crimen organizado en el país. Se lo exija o no, ciertamente le hará saber cuánto le afecta la situación mexicana en asuntos de imagen y capital político.

Recientemente, Obama ha pasado por encima del congreso y ha promulgado nueva políticas migratorias que buscan la integración del sector hispano al gran grupo de los votantes estadounidenses. Los migrantes latinoamericanos han sido algunos de los principales pilares para Obama, lo que lo obliga a prestar atención a México y a interceder, al menos en lo diplomático, para solucionar sus problemas. Hoy se sabe que Estados Unidos apoyó a México con elementos de inteligencia y del FBI para las investigaciones en torno al caso Ayotzinapa.

Otro de los temas a tratar será el de a cooperación entre fuerzas armadas en ambos países. La iniciativa Mérida, que en 2008 acordaran Bush y Calderón, necesita un revisión profunda: centra sus esfuerzos en la lucha contra el narcotráfico, cuando la cooperación entre ambas naciones debería conducirse en contra del crimen organizado. La diferencia no es sutil: actualmente, ninguno de los más de 80 grupos catalogados en “delincuencia organizada” en nuestro país tienen como principal fuente de ingreso la venta de drogas. Si la lucha no es integral y bien dirigida, entonces el problema no sólo persistirá, sino que crecerá.

En efecto, el de la seguridad está relacionado con otro tema importante: el de las políticas públicas. Mientras México no logre solucionar su problema de criminalidad, la migración hacia Estados Unidos tendrá graves crisis, como la ocurrida este año, cuando miles de niños latinoamericanos en busca del sueño americano captaron la atención internacional. Y, por otro lado, mientras Estados Unidos no tenga una agenda coordinada con México para el control de armas y, eventualmente, legalización de algunas sustancias, el enfoque equivocado de lucha contra una sola sección del crimen organizado persistirá.

En el ámbito económico, a Peña no le quedará de otra que rogar a Estados Unidos para darle prioridad comercial: México está maniatado por el crecimiento petrolero en el país del norte y, bajo los esquemas convencionales, la importación resulta un dolor de cabeza (en gran medida, la caída del peso responde a la necesidad de procurar el consumo de productos mexicanos y no extranjeros, que se han encarecido mucho).

Un anuncio de convenios educativos, que es lo que suele resultar de encuentros de esta clase, resultará a todas luces insuficiente. México y Estados Unidos necesitan tomar medidas económicas, sociales y de seguridad realmente nuevas y eficientes si en verdad desean terminar con la mala racha de derecho que atraviesan.

@plumasatomicas 

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