Transparencia Internacional (TI) la organización alemana que mide el Índice de percepción de Corrupción en todo el mundo, acaba de publicar sus resultados.
En lo que se refiere a América Latina, a la cabeza están Chile (72 puntos), Uruguay (72), Puerto Rico (63) y Costa Rica (54), seguidos por Cuba (48), Brasil (43) y Salvador (38), sobre un máximo de 100 (corrupción mínima). El país más corrupto de la región es Venezuela con 19 puntos.
México obtuvo una puntuación de 34, un punto arriba de Guatemala y uno debajo de Argentina. México se encuentra atrapado en “la mitad más baja del índice, en el que pesa la percepción que tiene la gente de los sobornos, el abuso de poder o los acuerdos de autoridades por debajo de la mesa”.
¿Nos sentimos felices porque estamos lejos de Corea del Norte o Somalia (con ocho puntos los dos) o nos sentimos tristes porque estamos también lejos de Finlandia y Dinamarca, ambos con 90 puntos?
La TI (por sus siglas en inglés) afirma que “[Latinoamérica] salió bien de la crisis mundial. Su modelo económico da buenos resultados macroeconómicos, pero no se traduce en una mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. América Latina es la región más violenta, donde mayor es la desigualdad”
Está ahí la peculiar verdad de que la estabilidad macroeconómica (si de verdad existe) no garantiza estabilidad social.
La corrupción va más allá de un problema ético, es un problema que tiene consecuencias sociales. Si el desvío de recursos públicos es una constante, el desarrollo social se ve mermado; si el tráfico de influencias es permanente y los cargos públicos no obedecen a una meritocracia, todos salimos perdiendo, se trata de que las personas que toman decisiones que afectan la vida de millones trabajen en beneficio de los demás y no por el suyo propio.
***vía Transparency International
