El litio es uno de los minerales más importantes a nivel mundial actualmente. Se encuentra al centro de la mayoría de las estrategias internacionales de transición energética. Su uso en baterías  ofrece mayores rendimientos y por más tiempo en casi cualquier dispositivo con ellas: desde celulares, tabletas y autos eléctricos, hasta para guardar energía solar. Por ello, sus precios han aumentado exponencialmente a lo largo de los últimos cinco años; además, su explotación y concesión se encuentra constantemente en pugna.

México no escapa esas dinámicas. De tal manera, no es de sorprenderse que esta semana hayan pasado reformas a la Ley Minera para volver al litio patrimonio de la nación; con ello, tratar de establecer marcos normativos para su exploración, uso y comercialización. El proceso legislativo y la ley no están exentas de controversias. Y, vaya, probablemente nada que haga la 4T en los próximos años lo estará. Sin embargo, al menos en papel hay un reconocimiento de la importancia de este mineral de cara a las siguientes décadas del siglo XXI.

Pero más allá de las implicaciones políticas a nivel nacional, el litio no es actualmente una opción enteramente sustentable como alternativa para el consumo energético mundial. Es considerablemente menos contaminante que los combustibles fósiles y, sin duda, presenta mejorías en comparación con las baterías desechables que aún se utilizan. No obstante lo anterior, el uso del litio tiene impactos ambientales que no se pueden perder de vista, más allá de fronteras nacionales y debates políticos de coyuntura. Particularmente, en la medida que su preponderancia en las industrias de los próximos años incremente todavía más.

Los peligros latentes del litio

Buena parte de los impactos ambientales del litio recae en el uso que se le da en baterías. Por un lado, a pesar de que este mineral es más eficiente que otros, los materiales que se necesitan para emplearlo en baterías son mucho más contaminantes. El cobalto, el níquel y hasta el grafito necesarios para que funcione una batería de litio tienen consecuencias graves para el medio ambiente, desde los procesos para su extracción hasta el manejo inadecuado de sus desechos.

Por otro lado, sólo 1% de las baterías de litio son recicladas; por el contrario, 99% de las baterías de ácidos sí son recicladas. Esto sucede por al menos dos razones importantes. Primero, la tecnología detrás de ellas está en constante evolución. Los cambios en su composición hacen que no se puedan crear protocolos generalizados para su reutilización, a pesar de que se trata de componentes caros de fabricar. Su durabilidad es extensa, pero por el momento no se ha podido convertir en una industria enteramente sustentable. En segundo lugar, aún es carísimo transportar los materiales peligrosos asociados a las baterías de litio, y los marcos normativos en todo el planeta todavía están en pañales. Todo esto hace que sea difícil imaginar un ciclo de vida más extenso para los usos actuales del mineral.

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Foto ilustrativa: Getty Images.

Asimismo, es necesario mencionar que los métodos actuales para la exploración y explotación del litio implican reestructuraciones enormes para los ecosistemas de los países con yacimientos importantes. Se deben mover cantidades gigantes de piedras y tierra para poder minarlo; con ello,  se consumen millones de litros de agua para comenzar la extracción del litio. Estas modificaciones ponen en riesgo a especies en peligro de extinción y a comunidades aledañas a las minas del que es conocido como el “Oro blanco” del siglo XXI.

¿El futuro energético está en manos del litio?

Y, sin embargo, el litio presenta una de las pocas oportunidades actuales para cubrir las necesidades energéticas del mundo; por lo pronto, en el mediano plazo, pero los avances en las tecnologías contemporáneas hacen creer que es posible lo sea para el futuro venidero. Pero para que eso ocurra se deben tomar la mayor cantidad de precauciones ambientales y aminorar su impacto negativo en los ecosistemas del planeta.

Todo esto sucede en medio de los intereses de gobiernos y corporaciones por apropiarse de la mayor cantidad de litio posible. China, en un plan agresivo por liderar los esfuerzos de una transición energética global, constantemente compra yacimientos y forja alianzas estratégicas para ganar esta carrera a nivel mundial, muchas veces sin importarle los derechos humanos y el cuidado de comunidades y países que le surten para su producción.

Los cambios en la industria del litio traerán rearticulaciones y reconfiguraciones en las dinámicas de poder en todo el mundo a lo largo de las próximas décadas. Quienes cuenten con yacimientos importantes tendrán que saber manejarlos, negociarlos y explotarlos adecuadamente. Necesariamente eso tendrá que pasar por una atención importante a su impacto medioambiental. Por el momento, esa es una de las asignaturas pendientes de las discusiones alrededor de tan preciado mineral. 

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