Imagínate, estás en la nada. Un edificio de 20 metros se abre ante tus ojos, pero no es nada, es basura. Un suelo irregular, un colage de colores informes, se extiende por kilómetros a la redonda, montículos forman algunos tentáculos, latigazos de pestilencia. Arriba está el sol, haciendo hervir los vapores, los gases de la alfombra. Nada, aquello que fue todo, aquello por lo que pagamos –el refresco de envase espectacular, la ropa que ya no nos queda, los tenis carísimos con las suelas gastadas, la alfombra que quemaste, el bote de pintura seca– ahora es nada, la masa inclemente de basura que se acerca día a día a nuestras inmaculadas casas.
Cada mañana, dejamos una bolsa de basura en la puerta para que el hombre de naranja, el mago de los desechos, por unos cuantos pesos la haga desaparecer en su camión. Luego, nada. Desaparece de nuestras manos, de nuestra casa, y sobre todo, de nuestra memoria. Pero mientras más se alejaba de nosotros el problema, más alimento recibía el monstruo, hasta que un día, las autoridades decidieron que había crecido lo suficiente: no hay más lugar para nuestra basura.
El Bordo Poniente, el relleno sanitario al que alimentaba la Ciudad de México, llegó a su punto más álgido, recibió el año nuevo cerrando sus puertas. Ahora, el monstruo en su plenitud, vomita pequeños basureros en las esquinas de la ciudad.
Quienes viven o trabajan en el centro histórico, se habrán percatado que a lo largo de esta semana y la anterior, la basura parecía multiplicarse bajo las luces amarillentas de los postes de nuestro primer cuadro. Hoy sabemos que este es un problema que no se solucionará tan fácilmente.
Cuando en 1985 se creó el proyecto de relleno sanitario del Bordo Poniente, nadie se imaginaba que el espacio destinado a la basura tomaría semejantes dimensiones. El proyecto se siguió hasta 1993, 249 hectáreas se usaron como relleno sanitario y ahora están cubiertas por vegetación e instalaciones deportivas. Sin embargo, en 1992, el Departamento del Distrito Federal y la Secretaría de Agricultura del Gobierno Federal, decidieron ampliar la zona para habilitar un lugar para el “aprovechamiento, tratamiento y disposición final de los residuos sólidos”. Se destinaron 472 hectáreas de la zona federal de lago de Texcoco.
Desde junio del 2003 se tenía el proyecto de limitar la capacidad del relleno a 12 metros sobre el terreno, teniendo el proyecto de cerrarlo en 2008. Sin embargo ese plazo se venció y una nueva prórroga llegó planeando el cierre para el 15 de enero del 2009.
Obviamente esos planes tampoco se cumplieron y fue hasta este primero de enero que el Bordo Poniente quedó cerrado contando con 80 millones de toneladas de basura que forman una montaña central de hasta 20 metros de altura.
El cierre del Bordo Poniente, nos lleva a una pregunta necesaria, y más que necesaria, obvia: ¿Qué va a pasar con las miles de toneladas de desechos sólidos que, claramente, seguiremos produciendo diariamente?
La respuesta la adelantaron los estados vecinos de Morelos y el Estado de México: no hay espacio para nuestra basura en sus territorios, y más allá de eso, tampoco hay espacio para su basura en su territorio. Según la Semarnat, además del Distrito Federal, hay doce entidades más que comparten este problema.
Según el compendio estadístico anual, cada una de estas entidades produce al día más de un millón de toneladas de basura, misma que no tiene espacio suficiente para ser acomodada. Sumado a esto está el problema que ha ocupado a las últimas décadas: la falta de conciencia acerca del reciclaje y la separación adecuada de los desechos.
Los estados más afectados son Jalisco, el Estado de México, Veracruz, Nuevo León, Puebla, Guanajuato, Baja California Norte, Chihuahua y Chiapas. En estos lugares, se calcula que la generación de basura crece a un ritmo de 2.5 por ciento anual, es decir que cada ciudadano produce en promedio 1.3 kilogramos de basura diariamente.
En lugares como nuestra ciudad en donde habitan –según el INEGI– 5956 personas por kilómetro cuadrado, diariamente se producen más de 8 toneladas diarias de basura en cada uno de los 1486 km2 con los que cuenta el Distrito Federal, es decir que a diario producimos 11 mil 948 toneladas de basura que muchas veces no separamos, no reutilizamos, y sobre todo, no recordamos haber generado. Esas casi 12 mil toneladas de basura, son transportadas diariamente a las 13 estaciones de trasferencia que se ubican en las 12 delegaciones de la ciudad –2 en Iztapalapa que apoyan con los residuos de la delegación Iztacalco y Central de Abasto (850 tons. por día)–; ahí se divide la basura: 6500 toneladas se dirigen a las tres plantas de selección y aprovechamiento, en donde sólo un 5 por ciento de materiales– plástico, vidrio, cartón, papel, fierro, trapos, llantas, huesos, y materia orgánica para la composta– se recupera. El resto solía depositarse en el Bordo Poniente.
Si en 27 años, el Distrito Federal ha generado 80 millones de toneladas de residuos sólidos, ocupando 472 hectáteas de su territorio con montañas de hasta 20 metros de altura, y si nuestra producción de basura crece a un ritmo del 2.5 por ciento anual –considerando también la elevadísima densidad de población de la ciudad– es claro que no nos queda mucho viviendo en calles libres de basureros.
Este panorama, aunque pareciera lejano, se complicará, según la Semarnat, en los próximos 3 años. Fuera del D.F., nuestro país produce 39.1 millones de toneladas de basura al año, cuenta con 650 basureros a cielo abierto, que en su mayoría han rebasado su capacidad.
Es cierto que nuestro gobierno debe implementar nuevos métodos para la evacuación de la basura, su reuso e incluso abrirse paso hacia su naturaleza comerciable. Sin embargo, por más que nos pese, debemos aceptar la responsabilidad que a cada quién le toca: la actualidad nos ha superado, hemos superado a nuestro territorio y a nuestra infraestructura; ya no basta con separar la basura, necesitamos uno por uno, reducir la cantidad de desechos que generamos. Según los organismos ambientales, el límite recomendado de generación de residuos es los 800 gramos, estamos medio kilogramo arriba de eso y, lamentablemente, los basureros están perdiendo su magia: no podrán seguir desapareciendo de nuestra memoria las toneladas de basura que generamos diariamente.
Fuentes:
Semarnat
Gobierno del Distrito Federal
INEGI