Por Diego Castañeda
Hemos dedicado las últimas dos semanas a hablar de cosas que podríamos aprender de los países nórdicos; primero, tocamos el delicado tema de los impuestos; después; platicamos sobre las bibliotecas como espacios públicos; sin embargo, en esta tercera entrega hablaremos sobre algo un poco más controversial: bicicletas y medio ambiente.
No me gustan la bicicletas (no se andar en bici), no estoy completamente convencido de que México pueda cubrir al 100% su demanda de energía con renovables (pero sí debería moverse en esa dirección), pero me encanta el aire limpio. Y es que los países nórdicos son por excelencia bicicleteros; los ciclistas son los reyes del camino, no importa si es la pequeña Lund en Suecia o la gran Copenhague en Dinamarca. A los ex vikingos les gusta andar en bici y tiene sus ventajas: gran ejercicio, no contaminan, no hay tráfico, etcétera. Pero en parte esto es obra de una gran herramienta que hemos discutido bastante en este espacio: los impuestos.
En Dinamarca comprar un automóvil tiene un impuesto sobre el valor de la venta que pasa el 150 por ciento, es como si por comprar un auto que vale 100 mil coronas se acabaran pagando 250 mil. Eso sin duda es un incentivo para el transporte público (de primera) o andar en bicicletas. La contaminación en las grandes ciudades de la región (Oslo, Estocolmo, Copenhague, Helsinki) es pequeña, los estados gastan enormes cantidades de recursos públicos atendiendo problemas ambientales desde la transición energética, hasta un montón de cosas francamente hippies de cómo cuidar los jardines. Dinamarca, por ejemplo, ha logrado que casi la mitad de su energía sea producida en fuentes limpias. En principio, no es la forma más barata; recordemos, sin embargo, que el desarrollo es caro.
Una cosa positiva es que cuando tienes tantos impuestos al carbono, a los coches, etcétera, puedes usar ese dinero para que las cosas sean literalmente más verdes. Un estado de bienestar fuerte también incluye ese tipo de impuestos.
En México, éste no es un asunto sencillo. La matriz energética de México esta súper cargada hacia los hidrocarburos y tiene sentido que lo sea. Las bicicletas no son precisamente sustitutos inmediatos de eso y la generación de energía eléctrica con gas natural, por ejemplo, es difícil de superar en costos cuando tienes el gas natural más barato del mundo al lado. México tiene una industria petrolera que, aunque descuidada, sigue siendo de las más importantes del mundo. Además, es un país muy grande y mucho más poblado; todo la población de los países nórdicos, por cierto, cabría sin muchos problemas en la Ciudad de México y su zona metropolitana.
No obstante, a la luz de que nos gustan como modelo a copiar y que hace algunas semanas la Ciudad de México se estaba ahogando en humo, hay aspectos que podríamos aprender en la CDMX. En lugar de cosas como el hoy no circula, quizá serían mejores algunos impuestos a los automóviles; para hacerlo más progresivo, podrían exentar autos cuya función sea primordialmente trabajo o por precios o por tamaño de motor, algún buen diseño de algo parecido a una tenencia verde. Sin embargo, cosas más sustanciales tendrían más impacto.
Como país quizá deberíamos ver en las renovables no la solución automática a los problemas energéticos del país. Eso no va pasar pronto; nos guste o no, los hidrocarburos seguirán siendo importantes en nuestra matriz, pero sí como un sector con mucho valor agregado y capacidad de generar innovaciones y empleos de alta productividad. Vaya, es buen negocio porque tiene muchas ramificaciones a otros sectores.
Y los impuestos al carbono como país ultimadamente son otra forma de ir arreglando la debilidad fiscal que tenemos: cobrar más ISR no va a generar los recursos que necesitamos; requerimos ir por más cosas, impuestos a la riqueza, al carbono, etcétera. Las cosas bonitas, hay que repetirlo, no son baratas.