Todos los que alguna vez han tomado clases de RCP conocen a los maniquíes que usan para ensayar. Uno de los más comunes es Resusci Anne, un maniquí con un rostro apacible que inspira confianza a quienes se acercan por primera vez a esta técnica de resucitación. Lo extraño es que el maniquí está inspirado en una persona real, una mujer anónima que murió ahogada.
A finales del siglo XIX una misteriosa mujer fue encontrada muerta a orillas del Sena, en París. Inmediatamente después de ser encontrada, la llevaron a la morgue, en donde los cadáveres de desconocidos se exhibían con la esperanza de que alguien los reconociera. Nadie supo nada de esta mujer, pero el encargado de la morgue se quedó impactado con sus suaves ojos cerrados y su leve sonrisa; tanto así, que mandó a hacer una máscara de yeso.
De alguna manera, los artistas de principios del XX encontraron esa máscara y quedaron absolutamente prendados de ella. Rainer María Rilke, Louis Aragon, Man Ray y Vladimir Nabokov fueron algunos de los escritores que se enamoraron del rostro de la Inconnue, nombre que pronto adoptó la máscara. Su misteriosa belleza inspiró numerosas historias que especulaban acerca de su origen y su sonrisa.
Años más tarde, el fabricante de juguetes Asmund Laerdal fue encargado de crear un maniquí apropiado para ensayar la técnica del RCP. En el momento de planear el diseño, Laerdal se acordó de una máscara de yeso que colgaba de las paredes de su abuelo. Se trataba de una misteriosa dama con el rostro tranquilo. El juguetero se convenció de que todos preferirían acercarse a un rostro apacible como ese para ensayar la técnica del “beso de la vida” o RCP.
Así fue como una muchacha que murió trágicamente en el Sena se convirtió en la Inconnue, la adoración de los artistas; y más tarde Resusci Anne, el maniquí que ha salvado indirectamente miles de vidas a lo largo y ancho del mundo. Uno podría pasarse horas pensando en la paradoja de la mujer ahogada cuyo rostro ahora sirve para prevenir los ahogamientos.
