Los llaman enfants sorciers, son niños menores de 7 años acusados de practicar brujería por lo que sufren humillaciones, exorcismos y quemaduras.
Se trata de una acusación deshonrosa de la que es imposible defenderse, por lo general son los mismos padres los que quieren deshacerse de sus hijos porque los consideran malos y peligrosos, culpables de atraer enfermedades, miseria y muerte. El fenómeno apareció en los años 90, ha alcanzado proporciones alarmantes. Por ejemplo, afecta a más de 30 mil niños en la población de Kinshasa (una megalópolis pobre y fangosa de ocho millones de habitantes, la mitad de los cuales tienen menos de veinte años).
Los acusados de brujería van desde los 3 a los 18 años, usualmente son huérfanos o aquellos que presentan una discapacidad física (cabeza grande, barrigas hinchadas, ojos rojos, etc), o una enfermedad física (epilepsia, tuberculosis, etc) y mental (autismo, síndrome de Down, tartamudeo).
Las familias buscan un responsable y encuentran en sus hijos la causa de todos sus males. El niño se convierte en el centro de las disputas domésticas violentas. Hoy en día este es el destino de niños indefensos, cuyo único delito es vivir bajo las desgracias cotidianas. No es casualidad que los enfants sorciers siempre provengan de familias pobres y necesitadas: la acusación de brujería se convierte en la excusa para deshacerse de una boca que alimentar.
Se les acusa de volverse invisibles para comer y beber la sangre de sus víctimas. Las niñas son sospechosas de convertirse en mujeres que atraen a los hombres hasta sus camas y después los castran. Otros se convierten en serpientes o cocodrilos. Se dice que los niños se convierten en brujos después de un regalo “envenenado” que se ofrece generalmente por una mujer: una madre, una abuela, una tía, un vecino o un conocido.
Desde el momento en que el niño es acusado de ser ndoki: brujo, deja su condición de infante para volverse chivo expiatorio, la reacción de los familiares y vecinos es bastante violenta.
Algunos casos
Eudes tenía seis años y era sospechoso de ser un pequeño brujo, Balndine, su madre, relata la muerte de Eudes:
“Fueron nuestros vecinos los que lo mataron. Lo acusaban de hacer hechizos y de preparar fetiches mortales. Lo quemaron vivo delante de mis ojos. Lo rociaron con gasolina y le prendieron fuego con un cerillo. Eudes gritaba, pidiendo clemencia, pero al cabo de un momento ya estaba envuelto en llamas. Esa mañana, aprovechando la ausencia de mi marido, lo secuestraron y se lo llevaron a su casa a la fuerza. A mí me inmovilizaron tres hombres. Eudes estaba a unos cuantos metros de mí y gritaba mi nombre mientras se quemaba”.
Armand tiene ocho años nadie se le acerca, incluida su familia. Traería ‘mal de ojo’. Por eso lo abandonaron hace unos meses. Ahora, sobrevive robando entre los puestos del mercado, que por la noche se convierten en un refugio para descansar, pero no mucho:
“Si te quedas dormido durante demasiado tiempo, pueden apuñalarte y robarte la ropa”.
A Chist, de siete años, lo corrieron de su casa porque su padre perdió el trabajo:
“Yo no hice nada malo. Me torturaron para obligarme a confesar que había hecho una maldición contra él”.
Cesar, de diez años, fue acusado de brujería por su padrastro:
“Mis padres están divorciados, mi padre se fue. El nuevo hombre de mi madre decía que yo era brujo, así que me echaron de casa”.
También Rudelle, de doce años, es una pequeña bruja; sus padres la han llamado tantas veces ndoki que se ha convencido de que lo es.
“Todas las noches mi alma se separa del cuerpo y entra un perro malvado que muerde y mata sin piedad”, explica.
¿Por qué la gente lo cree?
Esta creencia es alimentada por las nuevas iglesias independientes, cuyos pastores concentran su popularidad en exorcismos. Una profecía o una visión del Pastor es suficiente para acusar a un niño de ser un brujo. Y su palabra adquiere una fuerza sagrada. Muchos de los enfants sorciers son encomendados por sus familiares a los pastores de las sectas, que, según las creencias locales, son capaces de liberar a los “pequeños brujos” de los espíritus a través de violentos rituales de purificación.
Algunos niños dicen que fueron encerrados bajo llave durante semanas, torturados con hierros candentes, enterrados hasta la cabeza, obligados a tragar grandes dosis de medicamentos que inducen el vómito.
Según el pastor Onokoko, autoproclamado profeta de Cristo, uno de los exorcistas más reconocidos de Kinshasa (asegura que en treinta años de actividad ha exorcizado a trescientos niños, pero ha sido acusado de abuso y maltrato infantil), “Eso es mentira: no se utiliza la violencia para curar a los pequeños endemoniados”.
Onokoko ofrece “protección espiritual” a cientos de niños y tienen entres su colección muestras de demonios vomitados: un langostino entero, la concha de un caracol, incluso dos pescados.
“Salieron de la boca de niños que estaban poseídos”, explica.
¿Cuál es el destino de estos niños?
Los enfants sorciers están por todas partes. Los niños piden limosna todo el día o hacen pequeños trabajos como boleadores, cargadores o lo que les permitan en el mercado; otros se dedican a prácticas ilegales y peligrosas, como el tráfico o venta de drogas y alcohol. Vagan descalzos y sucios en las calles de Kinshasa, se les llama “shegues”, por lo general sólo reciben insultos y miradas de desprecio.
Para las niñas, la vida en la calle es aún más difícil, a menudo, tienen que dedicarse a la prostitución desde los 6 o 7 años.
La droga tiene un papel importante en la vida cotidiana de estos niños de la calle: cannabis, valium y solventes son lo más común. Al final del día, los niños se encuentran entre los puestos del mercado, donde, para aliviar el sufrimiento, inhalan los vapores de disolventes y se emborrachan con preparados alcohólicos artesanales.
¿Qué hacen las autoridades?
Los niños que viven en las calles viven con el temor a las autoridades: por casos de abuso, robo, amenazas y violencia por parte de las autoridades estatales. A veces estos niños son reclutados por estos policías para robar y saquear, los golpean o les quitan artículos que ellos puedan vender, como teléfonos móviles.
Los activistas que luchan contra la práctica de la “magia negra” se enfrentan todos los días a la indiferencia general, el silencio, la superstición y la inercia de las autoridades. Es habitual que la policía, en lugar de castigar a los autores de estas atrocidades, trate de obstaculizar que se denuncien los casos.
Según las estimaciones de organizaciones humanitarias, en Congo viven cerca de setenta mil niños sin hogar. Sólo en Kinshasa, los jóvenes shegué, son más de treinta mil.
El fenómeno de los enfants sorciers también existe, en Benín, Nigeria, Liberia, Angola, Sudáfrica y Camerún. En la República Democrática del Congo se ha disparado como consecuencia de la crisis socio-económica en que está inmersa la población: el noventa por ciento de los congoleses no tienen trabajo, el sida ya afecta a un millón y medio de personas y la guerra ha dejado diez millones de huérfanos.
Estas condiciones insoportables significan que estos niños rara vez alcanzan la edad adulta.