Por Esteban Illades

La telenovela de las siete tiene fecha de caducidad, y eso lo sabe todo mundo. El protagonista es cada día menos querido –incluso odiado en algunos sectores– y el rating es cada día más bajo. El programa matutino diario, con un animador que no cambia ni en tono ni en mensaje, también se ha atorado en temas de audiencia. Lo que dice importa menos conforme avanza el tiempo. Por eso ha recurrido a la estridencia: insultar e insultar con tal de que se le voltee a ver. Pero los gritos cansan después de un rato.

Junto a esos dos hay un par de telenovelas inconsecuentes, pero ésas atraen a tan poco público que ni rating generan. Son tiempo muerto.

Por ello ahora viene una nueva serie, que de inicio promete las emociones estilo criminal estadunidense. No por nada resultó que en el primer capítulo había un decoy, un señuelo: el villano no iba a la cárcel como se pensaba, sino a un hospital privado donde podrá –covid mediante– llevar su proceso legal con toda tranquilidad. Si fuera capítulo de Netflix serviría para enganchar y ver todo de un jalón.

El detenido ya puso las cartas en la mesa. Hay videos, muchos videos. Alrededor de 18 horas. Ahí, según lo que se sabe, aparecerán figuras y políticos de todas las filiaciones –menos, claro, del partido en el poder, faltaba más–. Algunos en negociaciones, otros de plano recibiendo maletines llenos de efectivo, tal y como lo popularizara el señor de las ligas a principios de siglo.

La idea es que el detenido cante y así libre el pellejo. Y que también la libren su hermana, su esposa y su madre, las tres embarradas por él en distintas operaciones presuntamente ilegales. Para el gobierno eso es lo de menos y podrá incluso perdonarse: lo importante será –conforme a la ley– que eche abajo a uno de sus superiores con testimonios y evidencia. Arriba sólo había dos el sexenio pasado: el secretario de Hacienda y el presidente mismo. Lo que debe demostrar para no salir guillotinado es que él era una herramienta y no un autor. Que alguien más le ordenó hacer todo lo que hizo.

¿Y qué hizo? Hay por lo menos dos acusaciones graves. La primera, que, como coordinador de la parte internacional de la campaña presidencial ganadora en 2012, el hoy detenido arregló con compañías extranjeras –de aquellas que tienen la corrupción como principal forma de operar– recibir dinero a cambio de favores después. Ésa es la trama Odebrecht, que se ha castigado en todo el continente salvo en nuestro país y en Venezuela.

Foto: Getty Images.

La otra acusación tiene que ver con la compra de una planta de fertilizantes en estado chatarra –la infame Agronitrogenados– a precios elevadísimos. Eso ayudó a que su dueño –Ahmsa– se deshiciera de cascajo y de paso se forrara de lana. Mientras tanto el gobierno asumió el costo completo. Es decir, se defraudó al país entero en esa transacción.

Pero falta que ambas cosas se demuestren y hay un problema no pequeño de por medio: los dichos no son suficientes. Los videos tampoco, salvo que haya alguien tan poco listo como para admitir quién es, qué hace y a dónde se va a llevar el efectivo en esas bonitas maletas. De lo contrario la evidencia es circunstancial. Ahí es donde entra la Fiscalía General de la República, que tiene un trabajo muy complicado ahora: debe convencer a un juez, con evidencia en mano, de que lo que cante el detenido se sostiene. De lo contrario correrá el riesgo de quedar en ridículo, como hizo en más de una ocasión su antecesora, la Procuraduría General. De suceder eso –riesgo latente, debe decirse–, el país se quedará otra vez con el puro escándalo y sin justicia alguna.

Porque el gobierno y su partido –que aspiran a la mayoría, otra vez, en la Cámara de Diputados y a la mitad de estados de la república en gubernaturas– buscan un tema de campaña convincente: no lo será el coronavirus, que al día de hoy ha matado a cerca de 40,000 personas. Tampoco la economía, pues no han hecho nada para ayudarla. Les quedará, entonces, el show, como en sexenios anteriores. Pirotecnia y declaraciones para cruzar la meta.

Ojalá que no sea el caso y que haya visión de Estado, no nada más de elección.

Debe cantar el nuevo protagonista, sin duda, pero no por el mero espectáculo. Debe cantar para que el gobierno haga su trabajo de una vez por todas y cumpla al menos una de sus promesas de campaña. Y no sólo eso: cuando termine de cantar debe encerrarlo sí o sí. Por más que haya peces de mayor tamaño en ese mar de corrupción que es México, no hay que olvidar que el pez que ahorita tiene nadando el gobierno en un bonito tanque en el Pedregal también es responsable –como han sostenido varias investigaciones periodísticas sólidas– de un enorme desfalco al país. En algo tiene razón el presidente cuando lo recuerda un día sí y otro también: el desfalco a las arcas es norma, no excepción.

Pues bueno, hora de, como dicen los gringos, put your money where your mouth is

Pónganse las pilas, no queden en puro cacareo y pasen del dicho al hecho. Para que la telenovela pase de ficción a realidad.

Órale.

******

Esteban Illades

Facebook: /illadesesteban

Twitter: @esteban_is

Todo lo que no sabías que necesitas saber lo encuentras en Sopitas.com

Comentarios