Por Esteban Illades
Está por terminar el año más largo –colectivamente hablando– de nuestras vidas. Sin embargo, este año probablemente se extienda al menos a la mitad del siguiente: en términos de nuestro día a día, que 2020-2021 sea en esencia un continuo que no termine hasta que un sector suficiente de la población se vacune. Con ello la vida podrá seguir su curso y quedará atrás esta catástrofe mundial conocida como covid-19. Pero para eso falta.
(Y, de hecho, si lo pensamos, el nombre –covid-19– nos dice que realmente todo es parte de una secuencia que inició el año pasado; ilusos nosotros que no teníamos idea lo que se estaba cuajando hace ya un año en Wuhan, China. Así que un año en realidad son tres.)
Con eso en mente, ¿qué podemos esperar para 2021? Si somos honestos, más de lo mismo. En México continuarán los contagios sin detenerse. No como en Estados Unidos o en Europa, donde las bajas temperaturas llevarán a un encierro que sólo contribuirá a que se esparza más el virus: esto debido a que los materiales aislantes que se han utilizado en las últimas décadas para combatir el frío hacen que sea mucho más difícil que circule el aire, lo cual, a su vez, hace más sencillo que el covid-19 permanezca en un solo lugar e infecte a varias personas.
Acá el aumento en contagios se dará por el relajamiento de nuestras medidas. No sólo las del gobierno que, como bien dijo Rafael Cabrera, al menos en la Ciudad de México se está descubriendo cuántos tonos de naranja existen, sino las de las personas. Menos cubrebocas, o cubrebocas peor utilizados; capacidades rebasadas en restaurantes y cafés; fiestas, bodas, y demás… Ese relajamiento –el decidir que la pandemia ya terminó sin importar que ahí siga– nos mantendrá en curso para los 150,000 fallecimientos (oficiales) al terminar el primer trimestre de 2021.
Pero el problema no sólo está ahí.
Porque los contagios seguirán, y el personal médico lo resentirá cada vez más. Es cierto que se ha mejorado en la atención a los contagiados, y que los doctores cada vez conocen mejor los métodos para luchar contra el covid-19, pero la fatiga aumenta. Y aumenta cuando después de tratar a pacientes los médicos salen a la calle y ven que el mundo entero hace caso omiso. Es trabajar para nada.
Y mientras no haya vacuna no habrá cambio mayor. Y esa vacuna no se ve taaaan cercana como pensamos. No tanto porque los laboratorios no estén cerca de llegar al Santo Grial –Pfizer, Moderna y AstraZeneca ahí van–, sino por el esfuerzo que implicará distribuirla entre la población mexicana. Pfizer, por lo pronto, es inalcanzable para nosotros porque no existe una red de cadenas frías que garantice la baja temperatura que se necesita para evitar que su vacuna deje de servir. Moderna es muy cara para el mexicano común y corriente –1,600 pesos, aproximadamente, por vacuna; el gobierno mexicano no se acercará a a ella– y AstraZeneca no tiene, o no parece tener aún, la misma efectividad que las otras dos (ronda entre 60 % y 90 %, según dijo ayer).
Entonces, si somos realistas, la vacunación masiva podría comenzar en marzo y abril; a juzgar por cómo va la distribución de vacunas contra la influenza es posible pensar que no será sino hasta 2022 que la mayoría de la población esté protegida por ellas. Falta un trecho.
Pero dejemos eso de lado: ¿qué más se puede esperar de 2021?
La economía, en teoría, debería rebotar. No para cubrir las pérdidas de 2020, que mientras más se estudian más catastróficas resultan, pero sí para iniciar un camino a la recuperación. Ahí el asunto es toda la gente que ya perdió su empleo, todos los negocios que ya cerraron, todos aquellos que ya están por debajo de la línea de la pobreza. Ayudas del gobierno no recibirán, porque ya se dijo que cada quien se rasque con sus propias uñas, y todos ellos deberán buscar cómo salir adelante en un año que será, básicamente, la continuación de la adversidad de éste.
El gobierno, a juzgar por el presupuesto aprobado para el próximo año, seguirá actuando como si la pandemia no existiera. El presidente seguirá hablando de ella como un éxito y seguirá dando consejos a otros países. El dinero –que ya hasta se extrae de los fideicomisos y de donde se pueda, porque no hay– se irá directito y sin escalas hasta Pemex, porque ésa es la obsesión.
Digo, no por nada Morena se hizo guaje cuando la oposición le pidió etiquetar dinero del presupuesto para el tratamiento de covid-19. Ni siquiera eso se atrevieron a prometer.
Y ése será nuestro próximo año: contagios mantenidos, incluso incrementados al inicio; la espera interminable por una vacuna cuya aplicación podrá llegar incluso hasta 2022; una economía que no se recuperará lo suficiente.
¡Ah, y elecciones!
Mientras nos recuperamos de la peor crisis en décadas, veremos a políticos anunciarse en todos lados a la espera de obtener nuestro voto a pesar de no merecerlo ni tantito –gobierno y oposición incluidos–.
Veremos conferencias de prensa presidenciales donde el volumen sube a 12. Veremos las redes sociales más tóxicas que antes. Y diario, diario, escucharemos sobre las porquerías –que vaya que lo fueron– de sexenios anteriores con tal de no hablar del desastre actual
Mientras tanto, como diría Hugo Sánchez, los mexicanos a agua y ajo.
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