Por Raúl Bravo Aduna
Ya tenemos en el mundo un arsenal considerable de vacunas contra covid-19. La inoculación de distintas poblaciones y demográficos, aunque desigualmente, avanza todos los días. Si bien todavía no sabemos con claridad cuánto más de emergencia sanitaria nos queda —con sus correspondientes cuarentenas, por supuesto—, empezamos a tener frente a nosotros un horizonte de finitud que más o menos comienza a dibujarse para lo que vivimos. Aún falta muchísimo para obtener la tan codiciada “inmunidad de rebaño” que se necesita para regresar a alguna suerte de normalidad previa; sin embargo, distintos países han iniciado el diseño e implementación de protocolos para esa eventual vuelta a diversos espacios de la vida que hemos perdido.
En Inglaterra, por ejemplo, se espera un regreso a clases casi generalizado a partir de mañana. Texas y Mississippi, en Estados Unidos, han decidido reabrir completamente su actividad económica interna, con poco menos del 9% de sus habitantes vacunados. En Israel, la vida pública ya incluye bares, hoteles, gimnasios, plazas comerciales y museos para quien pueda acreditar que cuenta con la vacuna (alrededor del 41% de su población), mediante un documento llamado “Pasaporte verde”. Desde hace meses, hay países que exigen 10 días de cuarentena cuando viajas a ellos; asimismo, son considerables las aerolíneas que piden pruebas negativas de covid-19 para que puedas abordar sus aviones. Etcétera.
¿Qué pasó con el turismo mundial en estos meses?
Las industrias vinculadas al turismo fueron de las más afectadas a lo largo de 2020. Los vuelos internacionales sufrieron una caída estimada de 75% el año pasado, que es algo así como mil millones menos de pasajeros; igualmente, que equivalen a 1100 millones de dólares en gasto. Además, más o menos el 10% de la fuerza laboral en el mundo trabaja en este sector. Quizá parece una obviedad decirlo, pero hay países, como México, que dependen de esas industrias más que otros. Tal vez por eso nuestro país nunca instrumentó medidas demasiado restrictivas para turistas, nacionales e internacionales, convirtiéndolo en un “oasis para viajeros” a lo largo de 2020.
Y así llegan los pasaportes covid
Es en este contexto que se está pensando, tanto desde el gobierno como desde la iniciativa privada, la incorporación de pasaportes covid para una reactivación más agresiva del turismo a nivel internacional.
Por ejemplo, el IATA Travel Pass, impulsado principalmente por Qantas, Air New Zealand y Emirates y que ya comienza a usarse, es una app que pretende sistematizar la información de sus pasajeros en cuestiones de covid-19. Registrar si han sido vacunados o si cuentan con pruebas negativas; incluso, tener registros sobre el estado general de salud de su portador. Con esta aplicación, básicamente, lo que pretenden las aerolíneas registradas es permitir un flujo más expedito de pasajeros entre países, a partir de clientes que puedan comprobar su “inmunidad” frente al coronavirus.
La Unión Europea ha decidido hacer lo propio: crear un pasaporte virtual que permita a sus ciudadanos moverse libremente entre los distintos países miembro. Desde Bruselas se ha comenzado a articular un borrador de esta iniciativa, que igual que en Israel se llamará “Digital Green Pass”. Se espera tener una primera versión del protocolo a finales de marzo; con miras a tener este pasaporte listo para el verano; y así, evitar que sólo los países con mayor avance en sus estrategias de vacunación puedan captar ese turismo europeo.
Pasaportes similares que ya están en funciones
La incorporación de pasaportes de salud para permitir un cruce de fronteras no es algo necesariamente nuevo. Distintos países, históricamente, solicitan a los turistas que los visitan comprobantes de ciertas vacunas, dependiendo la región, la temporada o el contexto. Lo novedoso, quizá, recae en lo generalizado que pueden volverse estos documentos en todo el mundo hacia finales de 2021. La iniciativa europea muy rápidamente puede replicarse en otros continentes, muy similar a lo que ya es la burbuja de viajes (travel safe zone) entre Nueva Zelanda y Australia actualmente. Sin obviar, por supuesto, que distintas regiones quieran interconectarse en una red internacional de pasaportes similares.
No se puede hacer a un lado el hecho que países como Israel ya han implementado este tipo de documentos al interior de sus fronteras. Incluso en México, al viajar, se pide generar un QR que informe sobre la percepción individual de posibles síntomas de covid-19 antes de abordar un vuelo. Y se podría pensar, incluso, que las medidas restrictivas diferenciadas por zonas, tanto en ciudades y regiones como en países, de alguna manera implican limitantes similares a las de un documento como éstos: medir la temperatura, observar ciertas manifestaciones de síntomas, etcétera, para permitir el acceso a un lugar o servicio.
Las complicaciones de un pasaporte de este tipo
Los dilemas éticos y hasta morales de la implementación de pasaportes covid para el viaje y el cruce de fronteras no son menores. A pesar de que los beneficios de instrumentar estos documentos son importantes —continuar con la contención del virus y sus contagios o reactivar una industria enorme que opera al 25 de su capacidad, por ejemplo—, pueden abrir una “caja de Pandora” en cuestiones de privacidad de información personal, restricción y violación de derechos humanos (principalmente, a la libertad de movimiento), y de franca discriminación.
Asimismo, la Organización Mundial de la Salud ha reiterado ya varias veces que los pasaportes covid podrían dar simplemente una ilusión de inmunidad, ya que, al momento, la comunidad científica sigue sin comprender a cabalidad las fluctuaciones, eficiencias y resistencias de la vacuna en el largo plazo. Más allá de contener y dar certeza a aerolíneas, pasajeros y Estados, el incremento de flujos entre fronteras podría terminar por empeorar la crisis. Al menos, hasta que no se cuente con fundamentos científicos más sólidos.
Todo lo anterior, sin soslayar las brechas de desigualdad social que pueden traer consigo la implementación de protocolos de viaje a partir de pasaportes de vacunación. Si las vacunas disponibles al momento tienen rangos de eficiencia diferenciados, ¿cómo se hace un ranking de ellas en esos documentos? Si en mi país no puedo elegir la inoculación a recibir, ¿mi capacidad de movimiento debe verse mermada por ese hecho? ¿Qué pasa con los ciudadanos de los países que no han tenido acceso a vacunas, más allá del mecanismo COVAX? ¿O con poblaciones que no pueden ser vacunadas, como son las mujeres embarazadas?
¿Las reglas de viaje cambiaron para siempre?
Las discusiones éticas y legales alrededor de los pasaportes covid, y su muy probable instrumentación, recalcan que tal vez la solución es incluir la mayor cantidad posible de criterios diferenciados en la emisión y aceptación de estos documentos o aplicaciones. Sin embargo, incluso aunque se consideren estas aristas, brechas de desigualdad serán extendidas y derechos humanos serán violados. Y, en estos momentos, es difícil imaginar un futuro de las industrias vinculadas al turismo —así como en la educación e incluso el entretenimiento— sin la inclusión de algún tipo de pasaporte de salud.
Para quienes cruzaron aeropuertos antes del 11 de septiembre de 2001 y después, queda muy claro cuánto cambió la forma de viajar y cuánto estuvimos dispuestos a soportar la invasión a nuestra privacidad al subir a un avión. En México, el 2009 marcó un momento claro de cómo fue que pasamos de estornudar en nuestras manos para hacerlo al interior del codo. Seguramente, en unos años recordaremos el 2021 como el año en que nos empezó a parecer normal que compañías privadas y Estados tuvieran un catálogo extenso de nuestros datos de salud personal sin chistar.