Por Raúl Bravo Aduna
Desde el pasado 30 de mayo y hasta el próximo 13 de junio, se está jugando en París el Abierto de Francia, Roland-Garros, uno de los cuatro Grand Slams del tenis de más alta competencia a nivel profesional. En medio de días en los que los tres grandes (Djokovic, Federer y Nadal) han jugado sin empalmarse; además, que atletas jovencísimos han logrado lo que pocos; o incluso al ser la primera edición del evento en su historia en el que ha habido partidos nocturnos; el foco principal de atención ha estado fuera de las canchas, cuando la tenista de 23 años Naomi Osaka decidió retirarse del torneo, a pesar de estar rankeada en segundo lugar a nivel mundial.
La decisión de Osaka no es una que esté libre de controversia. Avisó a los organizadores del evento que no participaría en conferencias de prensa después de sus partidos. ¿La razón? Por considerar que muchas de las preguntas (arteras o irrelevantes) que ahí se lanzan afectan su salud mental; por lo mismo, prefería hacerlas completamente a un lado para concentrarse en su juego. Las autoridades deportivas (las encargadas de los Grand Slams) tomaron cartas en el asunto, multándola con 15,000 dólares y amenazándola con una posible descalificación si no participaba en los encuentros con medios de comunicación. Osaka, siendo congruente con sus ideas, como siempre lo ha sido, decidió retirarse voluntariamente del torneo para que la gente pudiera concentrarse en lo que verdaderamente importa en Roland-Garros: el tenis. Y, sin embargo, los efectos han sido los contrarios.
La inigualable presencia de Naomi Osaka
No es la primera vez que Osaka está en el reflector por su forma de actuar. Quizá por muchos es recordada por su triunfo en el US Open de 2018. Al derrotar a Serena Williams en la final, la atención del mundo se postró en el pleito entre Williams y el umpire. Los medios tildaron de “berrinche” las acciones de Serena; Osaka, por su parte, acabó pidiendo perdón por ganar un Grand Slam a sus 20 años. Ahora, al retirarse de Roland-Garros, la tenista de ascendencia japonesa y haitiana precisamente mencionó 2018 como un punto de inflexión en su vida. Desde entonces, ha batallado con episodios depresivos y de ansiedad. Por ello mismo, no es de sorprenderse que busque cuidar un equilibrio de bienestar personal y emocional.
La presencia de Osaka en el tenis profesional es inigualable. Su personalidad, a diferencia de muchas otras tenistas, es más bien tímida. Suele llegar a los partidos con la cabeza agachada y no se quita sus audífonos hasta que comience su primer juego. Muchas veces, al devolver con un revés espectacular o servir un saque impresionante, se le puede ver contener una sonrisa y simplemente bajar su visera para tapar sus ojos. En ruedas de prensa, curiosamente, Osaka es una maestraza para responder estupideces: “No recuerdo bien lo que preguntaste, lo siento”. “Creo que le recé a Jesús para que me ayudara”. “A veces siento que olvido en la cancha todo lo que mi entrenador me enseñó”.
Asimismo, ha sido una vocera elocuente e implacable sobre temas de justicia social que le importan. Como ha sido el caso en estas semanas en cuestiones de salud mental de atletas profesionales y su abierto apoyo al movimiento Black Lives Matters.
La maquinaria del espectáculo infinito
Pero el deporte profesional “se ha vuelto” una maquinaria imparable de espectáculo perpetuo. Escribo se ha vuelto con comillas porque su proceso ha sido paulatino pero rapaz a lo largo de más de 100 años. Desde la profesionalización de futbolistas en ligas inglesas a principios del siglo XX hasta los esfuerzos por eliminar a intermediarios para la captación de ganancias por la “fallida” Super Liga Europea, pasando por comerciales de cuanto producto nos podamos imaginar y la construcción de una programación televisiva de deportes 24/7, el desempeño deportivo ya tiene tiempo que dejó de estar al centro del consumo del deporte como mercancía. Y entre las lógicas de ese espectáculo, las conferencias de prensa al final de algún encuentro, sin importar el deporte, son quizá de los ejemplos más hórridos que podemos encontrar. Tal vez, por ello, vale tomar en consideración las críticas de Osaka a ellas.
Las ruedas con medios rara vez ofrecen información valiosa. Sirven como pretexto para vender más productos; igualmente, para extender esa máquina perpetua de consumo del deporte que no se puede quedar en hora y media de proeza, que en sí misma es espectacular. Al final del día, parecen solamente funcionar como chismógrafo público. Y más que por las declaraciones iniciales de atletas y entrenadores, por las reacciones que pueden ocasionar preguntas “incómodas”, que más bien son abiertas provocaciones para conseguir una cabeza o declaración al día siguiente. Frente a estas dinámicas, las declaraciones de Osaka sobre la correlación entre estos encuentros con medios de comunicación y su salud mental se entienden más que válidas.
El control sobre el oficio propio
No es de extrañarse que la decisión de Osaka haya causado polémica. Por un lado, hay quienes consideran que es un “berrinche” (como aquel de Williams en 2018), de una atleta que no está dispuesta a aceptar que gana muchísimo dinero precisamente para bancarse sus problemas mentales. Por otro lado, están los que han tomado lo simbólico de que la segunda mejor tenista del mundo renuncie a una de las competencias más importantes del planeta para hablar sobre lo poco que cuidan los atletas de su salud mental. Pero pocos han hablado sobre las implicaciones y consecuencias de entender al deporte, más que como espectáculo, como una maquinaria cuasi industrial que no se puede detener por ningún motivo. Menos aún, si se trata de los deportistas que ejecutan en las canchas, estadios, etcétera.
Porque en el mundo de los grandes capitales (llámense petróleo, tabaco, cementeras), lo de menos es el control que el obrero pueda tener sobre su producción. En medio de la fiesta que puede significar Roland-Garros para quienes estamos estas semanas despiertos desde las 5 AM para tratar de ver tenis de la más grande altura, la discusión que pone Naomi Osaka sobre la mesa es fundamental: que no se nos olvide que lo que nos apasiona son los reveses, los saques, los esfuerzos, los milagros. No una excusa para ver un montón de marcas aglomeradas en una pared hechiza.