Las consecuencias de la pandemia por covid-19 aún no paran de aflorar en todo el mundo. En distintas partes de China se han impuesto nuevos confinamientos por repuntes de la enfermedad; Alemania, Francia, España y buena parte de Europa observan incrementos que empiezan a preocupar también. Pero las inquietudes van más allá de la emergencia sanitaria. La recuperación económica, particularmente en países como México, a ratos se estanca en mesetas que abonan a una intranquilidad generalizada y que no permite ver un horizonte de finitud a las crisis que hemos visto aparecer a lo largo de ya casi dos años. En el centro de toda esta vorágine de problemas hay uno más que impacta a muchísimos países en todo el planeta: disrupciones continuas y grandes de la cadena de suministro en el mundo.
No es menor que éste haya sido un tema central en la pasada reunión del G20 que se llevó a cabo en Roma a lo largo del fin de semana recién terminado. Y es que desde el comienzo de la pandemia ha habido fuertes parones y broncas en la cadena de suministro de todo el mundo; es decir, todas las actividades, instalaciones y medios de distribución que se necesitan para que un producto pueda llegar a un consumidor final—o sea, nosotros—, que involucra desde materias primas hasta la manufactura de componentes que se necesitan para otras mercancías. El comercio hoy en día está tan globalizado que estas cadenas a veces pasan por un montón de países y un montón de procesos para que nosotros accedamos a ellos, particularmente cuando lo hacemos desde la comodidad de nuestras casas con un simple clic en algún e-commerce.
Sin embargo, algunos eslabones de esta cadena están magullados. Y no hay salida fácil del embrollo global que suponen estas disrupciones.
Todo empezó con China
China es uno de los nodos centrales de la cadena de suministro de todo el mundo. Para efectos prácticos, se trata de la gran fábrica del planeta. Por un lado, este gigante asiático produce cantidades monstruosas de textiles, zapatos, juguetes, plásticos y mercancías, digamos, de bajo calibre; por el otro, se ha vuelto un manufacturero impecable de aparatos electrónicos—como computadoras y consolas de videojuegos—y sus componentes—sobre todo chips semiconductores—, pero también de trenes, aviones, barcos y hasta de cemento, hierro, acero y químicos. Su destreza industrial sirve para alimentar a todo el mundo de la mayoría de las cosas que consumimos. Cuando comenzó la pandemia, China fue el primer país en parar su economía; por tanto, sus industrias dejaron de cumplir con sus pedidos a nivel mundial. Esto trajo consigo una primera ola de retrasos en la cadena de suministro de un montón de sectores.
Particularmente, esto se hizo notar en una escasez internacional de chips semiconductores. Sin ellos, es imposible fabricar automóviles, gadgets, electrodomésticos y consolas de videojuegos (en un momento clave en el que las dos principales compañías del sector acababan de sacar al mercado una nueva generación de “Nintendos”). Al mismo tiempo, por razones obvias, aumentó exponencialmente la demanda de equipo médico—que también se produce en su mayoría en China—que antes solía ser acaparado por los países más desarrollados y que ahora se distribuía a muchísimos más países. Sin embargo, con las intermitencias que trajo consigo el parón de la economía china, los flujos comerciales cada vez se vieron más interrumpidos, encareciendo en buena medida los costos del transporte de productos y mercancías que salían de Asia hacia todo el mundo.
Pero no todo se trata de China…
La situación estuvo endeble en los primeros meses de pandemia, pero la cosa se puso todavía más peluda cuando se empezaron a reactivar las economías de todo el mundo, en la medida que aprendíamos a lidiar con el covid-19 de maneras más sistemáticas. Lo que sucedió es que, ahora, el planeta entero quería ponerse al corriente con los meses de confinamiento que arrasó con una buena parte de sectores e industrias. Al poner toda la maquinaria a trabajar simultáneamente, se empezaron a ver fenómenos de exceso de demanda de materias primas y ciertos productos que crearon cuellos de botella impresionantes; a su vez, éstos se transformaron en escasez que se tradujeron en alzas de precios. A la fecha, nos encontramos en ciclos casi interminables de estos procesos que acaban por ralentizar la cadena de suministro a nivel global.
Estos cambios tan bruscos traen consigo, a su vez, más variaciones, sobre todo en combustibles como la gasolina y el gas LP, que su escasez y encarecimiento hacen que aumenten los precios de casi cualquier producto—pues se necesita transportarlos y almacenarlos. En México nos ha tocado verlo incluso en el precio de la tortilla, por ejemplo.
A estos desabastos se suman cuellos de botellas en puertos y usos de contenedores, sobre todo porque la pandemia modificó un montón nuestros hábitos de consumo. Al estar encerrados en casa y no poder visitar los centros comerciales de nuestros pueblos y ciudades, o los comercios locales de nuestro barrio, en todo el mundo empezamos a comprar con menos conciencia en plataformas electrónicas que, la mayoría de las veces, nos envían sus mercancías desde China. Esto hace que la oferta simplemente no pueda ir a la par de la demanda, que nada más aumenta y aumenta con clics a destajo.
¿Quién gana y quién pierde?
Entre los años 50 y 70, Toyota revolucionó la industria automotriz creando un sistema de producción que ahora se conoce como manufactura esbelta, bajo un principio de justo-a-tiempo. Básicamente, lo que descubrieron es que la agilidad de la cadena de suministro permitía que todo se produjera en el momento exacto que se necesitara, sin recurrir a inventario y almacenes llenos. Este modelo se ha replicado en distintas industrias y sectores. ¿Para qué gastar en transporte, almacenaje, componentes, etcétera, si todo está a unos días de distancia? El éxito de Toyota era, en buena medida, el éxito de la globalización. Sin embargo, los desabastos actuales y las largas filas de espera (que pueden llevar días o semanas actualmente) en puertos que no se dan abasto para descargar todo lo que llega de todo el mundo parecen poner en jaque esta idea.
La pandemia ha puesto al descubierto que no todo funciona tan bien como se imaginaba.
La única salida inmediata de este problema sería dejar de consumir. Pero con la Navidad a la vuelta de la esquina, todo parece indicar que los problemas actuales de la cadena de suministro en todo el mundo sólo empeorarán por lo pronto. Los afectados más obvios somos los consumidores, quienes no sólo no podremos tener un Playstation o unos Jordan a tiempo, sino que ya empezamos a ver escasez (o un alza de precios) de productos de mayor necesidad. No obstante lo anterior, quienes terminan perdiendo más son los comerciantes más pequeños, que la mayoría del tiempo no se pueden dar el lujo ni de tener sus anaqueles vacíos ni de aumentar sus precios para aguantar el ranazo de inventarios encarecidos; caso diametralmente opuesto al de grandes empresarios, que parecen no sólo soportar la crisis, sino pueden explotarla cómodamente.