Por Raúl Bravo Aduna
El año pasado fue que, justo de miras al puente en honor al natalicio de Benito Juárez, se decidieron cerrar escuelas de todos los niveles en México. Se establecería una cuarentena de un mes, encabalgando el puente con las vacaciones de Semana Santa; así, se trataba de evitar los riesgos de una pandemia que, desde acá, veíamos arreciar en Asia y Europa. El aislamiento preventivo duraría poco más de 20 días. Los niños y adolescentes regresarían a sus salones de clases sin ningún problema; mientras tanto, se haría un acompañamiento virtual o televisivo a sus procesos de aprendizaje.
El 17 de abril de 2020 se anunció que la denominada Jornada Nacional de Sana Distancia se extendería hasta el 30 de mayo. Por su parte, la Secretaría de Educación Pública informaría sobre las adecuaciones al calendario escolar para regresar a clases presenciales. En el ínter, colegios, profesores, estudiantes y padres de familia trataban de sortear las complicaciones de incorporar a la institución social de la escuela en las salas, despachos, cocinas y cuartos de sus hogares. Sin capacitación, sin preparación, sin recursos materiales y, en muchos casos, sin ningún tipo de estrategia unificada para hacerlo. Por supuesto, con resultados subóptimos que se entendían por tratarse de una emergencia.
Los meses pasaron y no se regresó a los salones de clases físicos. La estrategia federal se enfocó en crear contenidos educativos para transmitirse por televisión; igualmente, en establecer como criterio único de regreso a clases presenciales el paso de las entidades de la federación a “semáforo verde” —que se estima, básicamente, a partir de la capacidad hospitalaria de las entidades. Pero, mientras tanto, alrededor de 2.5 millones de niños y jóvenes han desertado sus estudios en México.
“Tenemos que volver a la normalidad”
Ha pasado un año desde el cierre total de las escuelas en nuestro país. Algunos colegios privadas han sabido adaptarse a la situación y han montado francas catedrales virtuales de enseñanza, socialización y acompañamiento, pero que no terminan de cumplir las funciones de la escuela. La educación pública, a nivel básico y medio superior, ha dado un salto de fe: ojalá que los niños y adolescentes del país estén al corriente de los contenidos que se transmiten en televisión; igualmente, que el acompañamiento en los procesos de enseñanza-aprendizaje exista. Pero, en la medida que se reabren actividades no esenciales, poco se informa sobre una estrategia clara para que estudiantes, quienes están perdiendo mucho más que la adquisición de conocimientos, regresen a las aulas.
No hay una estrategia clara, pero el presidente López Obrador ya anunció que los estudiantes de todo el país regresarán a clases presenciales para antes de que finalice el ciclo escolar actual, diciendo que “tenemos que volver a la normalidad”. El gobierno planea terminar la vacunación de los adultos mayores para abril y en dicha jornada se incluirá a trabajadores de la educación. Pero, por un lado, los dichos del presidente sirven de poco cuando se han repetido en distintas ocasiones en la emergencia sanitaria, desde abril y mayo de 2020. Por el otro, si los porcentajes de inoculación en nuestro país no corresponden en la realidad a las proyecciones del gobierno; asimismo, si ni siquiera se cuenta con la infraestructura necesaria para hacerlo.
Campeche y Sonora probablemente serán el primer laboratorio de experimentación para el regreso a clases presenciales. Al menos en Campeche, el retorno a las aulas se empieza a contemplar para después de las vacaciones de Semana Santa, con un acuerdo que parece total entre gobierno federal, estatal y el magisterio.
Estrategias parciales
Lo que la experiencia internacional apunta en cuanto a regreso a clases presenciales para niños y adolescentes es que no hay ni salidas fáciles ni únicas. Se ha socializado la idea de que no hay riesgos de contagios entre poblaciones menores a 18 años, pero eso es falso. Son menores entre niños, pero existen; paralelamente, las probabilidades de transmisión de un adulto a un niño son similares a las de poblaciones netamente adultas. Igualmente, la mayoría de los estudios que se han realizado en países que ya reabrieron sus sistemas educativos muestran que los porcentajes de contagio y transmisión en las escuelas reabiertas son una suerte de espejo de los porcentajes de contagio y transmisión de sus comunidades y contextos inmediatos. Es decir, no es que sea seguro per se reabrir escuelas. Los casos de éxito en gran medida se explican por ser regiones con controles eficientes.
De tal manera, científicos y organizaciones sugieren que los regresos sean graduales, escalonados y enfocados completamente en acciones comunitarias por regiones pequeñas. A nivel local es como mejor funcionan las reaperturas de escuelas y requieren de imaginación y estrategias específicas, no un levantamiento de la cortina automático. Algo similar a lo que se propuso en México con los Centros Comunitarios de Aprendizaje (en semáforo amarillo), pero que no se cuenta con información sobre sus implementaciones. O como es el caso del Estado de México que, a partir del próximo martes, se permitirán en la entidad actividades académicas parciales y en grupos pequeños.
Los problemas de no regresar
Pero las reaperturas graduales no se acercan, ni de chiste, a enfrentar los verdaderos problemas subyacentes al cierre total de escuelas en México (y en América Latina, para el caso). “Escuela” viene del vocablo latino “schola”, que a su vez deriva del griego “skholè”; una palabra que significa ocio o tiempo libre, que va mucho más allá de aprender o adquirir conocimientos o desarrollar habilidades para el mercado laboral. La escuela como institución social, en realidad, tiene más que ver con despertar curiosidades, jugar, socializar con gente de una misma edad; en suma, se trata de un lugar en el que, colectivamente, se aprende muy literal a ser humano.
Esas interacciones difícilmente se pueden replicar en un espacio de confinamiento donde sólo se interactúa con familiares. Y ya después de 12 meses de encierro, es imposible creer que los efectos que esto tiene en niños y adolescentes no sean de largo aliento. Depresión, ansiedad, aislamiento. Falta de desarrollo de habilidades de comunicación y lectoescritura que vayan más allá de completar tareas. Ni se diga de los padres de familia; también fastidiados, a sus 35 o 40 años deben recursar segundo de primaria, mientras tratan de llevar a cabo sus trabajos.
¿El horizonte puede empeorar?
Hace un año, cuando se anunció el cierre de escuelas en México, llevábamos un mes de ventaja para prepararnos frente a lo que se veía en Europa y Asia; particularmente, teníamos presente el caso de Italia, una nación al borde del colapso por no tomar las medidas necesarias a tiempo y que se volvió el epicentro en Occidente de la emergencia sanitaria.
Ahora, en marzo de 2021, el anuncio de regreso a clases presenciales se da cuando la curva de infecciones de covid-19 va al alza nuevamente en Europa. Esto se debe a la variante británica del coronavirus, que se estima es más contagiosa y que, de hecho, afecta gravemente a niños y adolescentes. Frente al repunte de casos, se empiezan a planear e implementar nuevas cuarentenas en países europeos. En estos mismos días, los hospitales en Italia vuelven a estar colapsados por una tercera ola de infecciones y las escuelas regresarán a clases en línea por un rato. “La historia no se repite, pero rima”, decía Mark Twain. Ojalá, en ésta, se haya equivocado.