Por Raúl Bravo Aduna

Hace poco más de tres semanas, la aparición de Benito Bodoque en las mañaneras de AMLO incendió titulares de periódicos y sitios de internet; además de detonar, por supuesto, el gritoneo ya cotidiano en redes sociales. El asunto, por trivial, se volvió de vital importancia para la deliberación y la conversación públicas de nuestro país. Que qué risa y que cómo es posible. Que el presidente le tiene la medida a comentócratas y opositores. Vaya, lo normal a discutir en medio de una emergencia sanitaria global que, a casi un año de su comienzo, todavía no acabamos de dimensionar en términos económicos, sociales, políticos y de salud. Y algo que, francamente, no es ni novedad ni novedoso después de más de dos años de mañaneras de López Obrador como presidente.

El evento fue revelador, en gran medida, porque nos permitió ver en vivo un fenómeno que ya se antoja más que obvio: las ocurrencias de este gobierno se dan, en gran medida también, sobre la marcha y sin considerar consecuencias. Por supuesto que no es equiparable recordar, de repente, al Tata Arvizu y pedir que se muestre algún video de YouTube en ese momento de Benito Bodoque en medio de un micro informe gubernamental con el diseño e implementación de políticas públicas (bien diseñadas y ejecutadas o no, qué más da); sin embargo, lo que representa, tanto por la acción instantánea como por la subsecuente “discusión” que trajo consigo, retrata de cuerpo entero el ecosistema de deliberación y ejecución de la cosa pública (la Res publica). Estamos hasta el cogote de un fango democrático del que no se ve salida pronta.

Ser es ser retrado

En “Utopía de un hombre que está cansado”, un cuento que aparece en El libro de arena (1975), Jorge Luis Borges manda al futuro muy lejano a un profesor de literatura del siglo XIX para encontrarse con una sociedad no muy distinta a la nuestra. Un hombre, que ya sólo es conocido como “Alguien”, recibe al viajero del tiempo y le explica cómo es que funciona un mundo en el que ya ha desaparecido lo público; de hecho, un mundo en el que “nunca pudimos evadirnos de un aquí y un ahora”, como él mismo lo describe. En ese futuro (que no parece tan lejano de lo que vivimos ahora):

“En las escuelas nos enseñan la duda y el arte del olvido. Ante todo el olvido de lo personal y local. Vivimos en el tiempo, que es sucesivo […] Del pasado nos quedan algunos nombres, que el lenguaje tiende a olvidar. Eludimos las inútiles precisiones. No hay cronología ni historia. No hay tampoco estadísticas”.

En esa sociedad futurista, cada quien se enfoca en lo suyo, sin problemas y sin necesidades colectivas. No hay pobreza y no hay riqueza. Lo único que les queda a la mano es un presente perpetuo que ha desechado cualquier tipo de discusión o debate por estéril e inútil. Incluso, algunos siglos antes, abolieron la imprenta “ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios”. Frente a estas descripciones, el viajero del pasado, más que asustarse, se da cuenta que su mundo no es tan distinto al que ahora tiene enfrente. Y así, recuerda excesos que no acaban de diferenciarse demasiado de estos vacíos que le cuentan: “Todo […] se leía para el olvido, porque a las pocas horas lo borrarían otras trivialidades”. En el cruce de estos extremos, nos encontramos en pleno 2021.

Inmediatez intensificada

Lo que Borges intuía hace casi cincuenta años, el internet, los medios de comunicación y las redes sociales han venido a intensificar en las últimas décadas; un poco más, claro, a lo largo de los últimos años, a tal grado que como humanos se vuelve imposible seguirle el paso a la tecnología. Tal es el caso que los efectos de estas innovaciones tecnológicas sobre nuestros cerebros y sociedades ya llevan un rato siendo estudiados por muchísimas personas desde diversas especialidades. Desde la neurociencia hasta la filosofía, se ha desarrollado trabajo académico que busca entender y explicar nuestras relaciones con estos sistemas de información mediados por la tecnología. Por mencionar un par de ejemplos, tenemos el trabajo de Nicholas Carr sobre la influencia del internet en el cerebro humano y el trabajo constante de Paul Connerton sobre las formas en que colectivamente recordamos y olvidamos.

Precisamente de Paul Connerton quiero recuperar sus preocupaciones sobre las dinámicas de nuestro consumo de información y las formas en que después es discutida y socializada. Para Connerton, vivimos en una cultura de hipermnesia; es decir, que estamos obligados a retener cantidades estúpidas de información y datos. Pero, por lo mismo, nos volvemos olvidadizos: “una opresión insidiosa invade las vidas de las personas que, mientras buscan concentrarse en una pieza de información, están siempre subliminalmente recordando que están perdiendo la posibilidad de concentrarse enteramente, o sólo atendiendo periféricamente, otra pieza de información”. Para decirlo mal y rápido: todo el tiempo somos el proverbial perro de las dos tortas en cuestiones de información. Si atendemos TikTok, dejamos pasar el Super Bowl; ver WandaVision implica hacer a un lado Assassin’s Creed; revisar el pleito falso entre Barbie de Regil y la Fosfofosfo nos quita minutos esenciales de la mañanera de AMLO. 

¿Y esto qué tiene que ver con AMLO?

Las mañaneras de AMLO son, como explicaba Nacho Marván Laborde en La hora de opinar esta semana, el principal instrumento de gobierno de esta administración. Paralelamente, son un cañonazo de información diaria que suele perderse entre los dos o tres chistines y ocurrencias que se avienta nuestro presidente en ese momento. Como el experto comunicador político que es, López Obrador (y su administración, por consiguiente) revienta la conversación pública con una tensión que es difícil de evitar. En palabras de Nacho Marván también, le hace la chamba más fácil a comentócratas y medios de comunicación: es más fácil pitorrearse de Benito Bodoque que entrarle a explorar con más calma y destreza las políticas públicas que día a día se gestionan más allá de la puesta en escena que son las mañaneras.

Pero, vaya, el asunto en sí mismo es complejo. Nunca se sabe realmente cuándo es que esas ocurrencias acabarán precisamente en políticas públicas concretas (como pasa cotidianamente). Y el trabajo riguroso de analistas, aunque quede enterrado entre tonterías, existe. No obstante, si de por sí nuestros ecosistemas de información y deliberación ya llevaban años obligándonos a una inmediatez intensificada que nos empuja al olvido instantáneo, este síndrome Benito Bodoque de tratar de seguirle el paso al presidente permanentemente no puede dejarnos nada bueno. Escribo esto en un momento en que colectivamente ya compramos la apuesta de las mañaneras y una forma específica de reaccionar a ellas; sin embargo, si algo hemos aprendido entre 2020 y 2021 es que sirve de poco dar todo por sentado. 

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Soy Raúl, pero la gente me conoce como Ruso. Estudié letras inglesas en la UNAM y tengo una maestría en periodismo y asuntos públicos por el CIDE. Colaboro en Sopitas.com desde hace más de seis años....

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