La globalización enorme de los deportes como espectáculo en el siglo XXI ha traído consigo complicaciones que con frecuencia se hacen a un lado para privilegiar el espíritu de competencia. ¿Qué tanto se puede separar, por ejemplo, un evento mundial del contexto geopolítico que lo envuelve? ¿Se puede celebrar, sin contradicción de por medio, un Gran Premio de Fórmula 1 de altísima gama, lleno de glamour, de celebración y ostentación, en un país en el que no todas las personas tienen acceso igual a derechos humanos? ¿Qué tanto se vale hacer a un lado crímenes atroces en un país que hospeda un campeonato internacional sólo porque se trata de diversión y show? Peor todavía, cuando históricamente hay criterios diferenciados para un boicot generalizado, como sucedió en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, durante el periodo del Tercer Reich de Hitler, sin que nadie chistara o reclamara.
A principios de la semana pasada, el gobierno de Estados Unidos anunció un boicot diplomático a los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín 2022, en China, próximos a celebrarse en febrero del siguiente año. La última vez que se vio un acto abiertamente político de este tipo fue durante los JJOO de Moscú en 1980 y los de Los Ángeles en 1984, cuando existía en el mundo una clara división entre los bloques soviético y estadounidense; tiempo en el que, además, había una escalada de tensiones entre ambos bandos. Más allá de que se usa la misma palabra “boicot” para referirse a lo que está sucediendo, lo cierto es que hay diferencias considerables de contexto que vale la pena tomar en consideración y explorar con cuidado para tratar de entender lo que pasa.
¿Qué implica el boicot?
A diferencia de los dos sabotajes a Juegos Olímpicos en los años ochenta, en los que no participaron los atletas de las delegaciones de los países implicados, en este caso el boicot que se propone es meramente diplomático. Es decir, los deportistas de Estados Unidos—así como del Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda que se han unido al movimiento—podrán participar sin ningún problema en los JJOO de Pekín, incluso con apoyo gubernamental, pero no se enviarán representantes del gobierno al evento. Las razones que dan los estadounidenses para su boicot es que hay cuestionamientos fuertes de genocidio a poblaciones musulmanas en China y no quieren validar un evento internacional en un territorio problemático, por decir lo menos, en cuestiones de derechos humanos. Aunque parece irrelevante, no lo es del todo. Es un movimiento simbólico que algo de tracción puede generar.
Sin embargo, entre países occidentales no terminan de ponerse de acuerdo sobre el boicot. El presidente francés Emmanuel Macron tildó al sabotaje de “insignificante”. Y el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, también estará presente en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín. Estas reacciones van de la mano de la idea de que se debe separar al deporte de la política; sobre todo, que no se debe privar a los atletas de la posibilidad de competir por una medalla por la que han trabajado por años e incluso décadas. La respuesta para China con este boicot a medio gas es sencilla. Presentarán un espectáculo de súper lujo y tratarán de que las diferencias entre los países se vean reflejadas en el medallero. En suma, es una oportunidad de presentarse al mundo como la potencia económica que es.
Más allá de los Juegos Olímpicos
Aunque el boicot parezca insignificante e incluso inútil, como lo anuncia Macron, no se puede dar por sentado que los Juegos Olímpicos son la única instancia internacional, fuera de organismos, cumbres y reuniones multilaterales, en la que se reúne para efectos prácticos el mundo entero en son de paz y cordialidad. Los próximos años van a traer consigo movimientos interesantes a raíz del anuncio de sabotaje de Estados Unidos. Por ejemplo, no sorprende la reacción tan tajante y pública de Macron, cuando los siguientes JJOO de verano se llevarán a cabo en París en 2024. Pero llama la atención la proximidad de los que se realizarán en 2028 en Los Ángeles. A partir de la presión gringa en esta edición es altamente probable que haya un contraataque en los próximos 6 años por parte de China.
Igualmente, tampoco se pueden soslayar las escaladas de tensiones entre Estados Unidos y China a lo largo de los últimos años, en lo que a todas luces es una batalla comercial entre ambos países. El pleito por la supremacía económica a nivel mundial ha cruzado los terrenos de la tecnología—como el caso de Huawei versus Google o el de las guerras por los chips semiconductores a nivel mundial—, de las alianzas estratégicas como el T-MEC y hasta el de la democracia en términos internacionales. Los conflictos entre ambos países han sabido mantenerse, hasta el momento, lejos de reacomodos claros entre bandos. Acciones como este boicot a los Juegos Olímpicos serán simbólicos más que cualquier otra cosa, pero a veces parece que lo que hacen es medirle el agua a los tamales. Será cuestión de ver en qué acaba todo.