Por Esteban Illades

El jueves pasado estalló, como ha estallado en ocasiones anteriores, una de las grandes ciudades del país. En esta ocasión fue Culiacán, la capital de Sinaloa, y el aparente motivo –dado que el gobierno ha dado al menos seis versiones distintas sobre lo que sucedió– fue el intento de detención de Ovidio Guzmán, uno de los múltiples hijos de Joaquín “Chapo” Guzmán.

El resultado lo vimos todos. En redes sociales circularon los videos de los supuestos narcotraficantes con rifles de alto calibre; las columnas de humo y las varias balaceras retumbaron en distintas grabaciones. Incluso escuchamos una supuesta comunicación privada de un miembro del Cártel de Sinaloa pidiendo a sus compañeros que ya no “echaran bala” porque ya habían liberado a su patrón.

Más allá del falso dilema sobre qué hubiera hecho uno ante esa situación, si liberarlo o no, cabe discutir algo que importa más en el largo plazo: por qué ocurrió la batalla en Culiacán y cuál es la estrategia de seguridad de este gobierno.

En primera, lo más básico. Culiacán ocurrió porque el gobierno no se preparó lo suficiente y/o subestimó la potencia del enemigo. A finales del sexenio de Felipe Calderón lo vimos cuando fuerzas federales intentaron detener a Nemesio “El Mencho” Oseguera, líder del Cártel de Jalisco Nueva Generación. A Oseguera se le intentó detener fuera de Guadalajara, pero para que escapara miembros de su cártel llevaron a cabo bloqueos en la zona conurbada, con la idea de detener al gobierno federal y permitir su escape. Hoy se mantiene prófugo.

Sin embargo, y a diferencia de esa ocasión, en ésta el gobierno iba directamente por Guzmán dentro de la ciudad de Culiacán, una fortaleza del Cártel de Sinaloa desde hace varias décadas. El gobierno no parece haber calculado ni la respuesta por detener a Ovidio Guzmán –aunque, según The New York Times, también fue por Iván Archivaldo, hermano mayor y líder de la organización, a quien detuvo brevemente– ni haber pensado una posible solución en caso de que las cosas salieran mal.

Por eso se replegó como lo hizo.

No tenía apoyo de más fuerzas –en particular de la Marina, brazo que se ha utilizado en ocasiones anteriores cuando se ha buscado detener a criminales de alto perfil– ni una estrategia para contener a las fuerzas de Guzmán. Esto llegó al grado de que familiares de miembros del Ejército, que viven en unidades habitacionales en el mismo Culiacán, se convirtieran en objetivos potenciales del cártel. En vez de evacuarlas antes del operativo, se continuó funcionando como si lo que iba a suceder no fuera gran cosa. Este fin de semana más de 60 familias militares abandonaron la ciudad por temor a represalias del narco.

En segunda, la Guardia Nacional sigue siendo una ficción. Como hemos comentado en este espacio con anterioridad, la GN es, para efectos prácticos, el Ejército disfrazado. Pero peor, porque no tiene ni la coordinación ni el presupuesto de los militares. En ese enredo institucional, en el cual la Guardia es militar pero a la vez es civil, no queda claro ni quién toma las decisiones ni quién responde por ellas. Por eso el secretario de Seguridad Ciudadana, Alfonso Durazo, pudo decir con la mano en la cintura en su primer mensaje que quienes iban a detener a Guzmán lo hicieron por ir en un patrullaje de rutina, no en una operación particular. Durazo se desdijo al día siguiente sin mayor consecuencia por haber mentido el anterior.

Si la Guardia no está bien coordinada ni cuenta con la misma fuerza, y en particular, inteligencia que el Ejército y la Marina, Culiacán, lamentablemente, no será un evento aislado.

En tercera, porque el gobierno no tiene clara cuál es su estrategia frente al crimen organizado. El presidente prometió “abrazos, no balazos” y durante algunos meses de su campaña coqueteó con la idea de una amnistía, que ahora es una propuesta de ley muy reducida respecto a la original. Pero de ser el caso, no se entiende por qué regresó a la vieja estrategia de buscar cabecillas para detener. Conocida como “Kingpin Strategy”, la idea que ha sido la piedra angular en México desde hace años consiste en descabezar al cártel para que deje de funcionar. No obstante, al menos en nuestro caso, la historia nos ha mostrado que si se descabeza a un cártel o la cabeza se regenera o el cártel se pulveriza y la violencia y el crimen no se detienen. 

En cuarta, y vinculada a la anterior, no queda claro a quién sigue el presidente o por qué se intentó detener a Guzmán: quizá la versión más lógica es la de una posible extradición pedida por Estados Unidos. De ser éste el caso, el presidente está igual de maniatado que sus predecesores: Estados Unidos pide y México intenta cumplir a como dé lugar. Así vaya en contra de preceptos tan queridos por el presidente mismo como la soberanía nacional, y en contra de su propia estrategia, la cual presumió sería distinta y más efectiva.

Foto: Especial

Aunado a esto hay que tomar en cuenta el papel que juegan las armas estadounidenses en nuestro país. Para nadie es secreto que el tráfico ilegal sigue en perfectas condiciones: basta con ver los rifles de francotirador que aparecieron en Culiacán. En EEUU, a pesar de las matanzas diarias en tiroteos, el lobby de las armas, la Asociación Nacional del Rifle, se niega a una regulación. Donald Trump busca reelegirse, y uno de sus principales apoyos electorales es el de ellos. Por eso, aunque ayer se prometiera un cambio de política, sólo será en el discurso frente a los mexicanos, y eso si acaso. Porque allá, al contrario, la retórica pro armas será mayor en los meses venideros

En quinta y última, porque a pesar de ser un país que produce y trafica drogas, en las esferas gubernamentales el problema se sigue tratando como inexistente.

La legalización de las drogas, en palabras presidenciales, no es agenda del gobierno.

En materia de salud se ha recortado el presupuesto, por lo que aun si se quisiera tratar el problema como si fuera eso, de salud, no habría dinero suficiente para empezar. Escucharemos que la cuestión de las drogas es espiritual y que tiene que ver con el alma; todo lo contrario, es terrenal y cuesta muchas vidas. Mientras nadie en los niveles más altos quiera comprender que éste es un problema real y no metafísico, seguiremos por el mismo camino, y todos sabemos a dónde nos llevará.

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Esteban Illades

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