Desde tiempos inmemoriales los conflictos por el poder en Pekín se resuelven de manera silenciosa y sin fallas: un buen día algún miembro del politiburó amanece colgado en su casa o envenenado o en la cárcel o no amanece y nunca nadie vuelve a saber de él y nadie pregunta ni dice nada. Así son las cosas en Pekín.
Bo Xilai es el ejemplo perfecto de este proceder silencioso e implacable. Xilai es el protagonista del escandalo político más sonado en Pekín desde las manifestaciones de Tiananmen en 1989.
Hoy el New York Times ha revelado que Bo había tejido una extensa red de espionaje para saber que se decía de él en los pasillos de Pekín sobre su vertiginoso ascenso al Comite Central del Partido. Según el New York Times, Xilai colaboró con Fang Binxing, presidente de la Universidad de Correos y Telecomunicaciones de Pekín y llamado el padre del Gran Cortafuegos, el sistema de censura de Internet existente en China, para extender su red de escuchas y espionaje contra los dirigentes del Partido.
La caída de Xilai estaba anunciada.
Hace un par de semanas Gu Kalai, la esposa de Bo, el carismático, cruel y ambicioso líder de la provincia de Chongqing – a donde fue exiliado por el Comite del Partido Comunista por ser considerado como el jefe del ala más conservadora y de izquierda del Partido- fue declarada sospechosa por el homicidio de un hombre de negocios británico que apareció muerto en la habitación de su hotel hace más de cinco meses.
No es que este bien matar a un británico o espiar a tus amigos, pero los especialistas señalan que la mala suerte de Bo en lo últimos días tiene un motivo: la reunión quinquenal del PCCh que este año celebrará la llegada de una nueva generación de dirigentes, encabezada por el actual vicepresidente, Xi Jinping, y el viceprimer ministro Li Keqiang; un par de “liberales” que no ven con buenos ojos a Xilai y el ala izquierda del Partido.
