Lo que necesitas saber:
¿Alguna vez pensaste en cómo se produce el miedo en nuestro cerebro? Por acá lo explicamos paso a paso.
Ya estamos cerca del Halloween y el Día de Muertos. Se te ocurre que es buena idea poner una película de terror, preparas la botanita, apagas la luz y le pones play. No han pasado ni 30 minutos pero ya estás escuchando ruidos raros en la cocina que, juras, son provocados por un fantasma vengador sediento de sangre y claro, tienes miedo.
Pero ¿alguna vez te has preguntado por qué sentimos miedo y de qué parte de nuestro cerebro proviene? Vámonos por partes…
¿De dónde viene el miedo?
Lo primero que hay que decir es que el miedo aparece como una reacción fisiológica, de comportamiento y de pensamientos cuando se detecta una posible amenaza. Incluso cuando la amenaza no sea real, como cuando vemos una película de terror y toda una semana pensamos que Chucky va a aparecerse en la noche.
La doctora Carolina López Rubalcava, Investigadora del Departamento de Farmacología del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional (IPN), explica que el miedo es una respuesta emocional que se activa ante diversas amenazas.
Suele estar acompañada de cambios fisiológicos como respiración acelerada, pupilas dilatadas, aumento en el ritmo cardiaco y la presión sanguínea, que en conjunto, preparan a la persona para huir o para luchar por su vida.
Se trata de un mecanismo de supervivencia que ha acompañado al ser humano a lo largo de su existencia, aún cuando las situaciones que la generan han cambiado con el tiempo.
En un principio, los principales temores que perseguían a los humanos eran producto de la naturaleza (depredadores, incendios, plagas, enfermedades, terremotos, etc.) pero luego aparecieron otros a partir del contexto social y cultural.
A grandes rasgos los miedos se pueden clasificar en dos tipos, según su origen: los irracionales y los reales.
Los primeros no generan daño o no existen, por ejemplo, miedo a la oscuridad, fantasmas o hablar en público. Se trata de miedos aprendidos ya que pueden depender de los estímulos o experiencias a las que se enfrenta una persona.
Los reales, por otro lado, están relacionados con una amenaza tangible, cuyos resultados son perceptibles, como animales venenosos, una pelea, secuestro o cualquier situación que sí pueda generar daño físico.
La ruta del miedo en nuestro cerebro
Vamos a poner otro escenario para marcar la ruta que sigue un estímulo en nuestro cerebro y de donde nace el miedo. Supongamos que en la noche te despiertas y en la oscuridad ves un bulto de ropa sobre una silla que en la penumbra parece una persona agachada.
Seguramente ya viste muchísimas películas de terror en la vida por lo que inmediatamente sientes miedo. No sabes qué es, pero tu cabeza relaciona aquella película de un fantasma vengador y supones que eso es.
Todo el proceso comienza con el estímulo visual: tus ojos están captando una figura humanoide agachada en la esquina de tu cuarto. Ahora, esa información viaja hacia el tálamo y luego a la amígdala, la estrella de esta historia.
(El tálamo es una parte del sistema nervioso central que trabaja y cumple su función de procesar información sensorial y motora).
La amígala es una pequeña estructura que se aloja en el centro del sistema límbico, nuestro cerebro emocional. Desempeña un papel clave en la búsqueda y detección de señales de peligro.
Piensa en ella como un detector de humo: estará “apagada” hasta que el más mínimo estímulo o amenaza la activa y órale, listos para correr o entrarle a los guamazos.
Investigadores de Barcelona explican que si no tuviéramos amígdala, probablemente no sentiríamos miedo.
Ahora, si bien la amígdala es la encargada de desencadenar todas las reacciones fisiológicas y emocionales, también hay otras estructuras que participan. Así lo explican científicos expertos en psiquiatría de España en un estudio publicado en 2016.
Después de realizar más de 20 estudios con un total de 677 personas y resonancias magnéticas funcionales. Encontraron que además de la amígdala, hay diversas áreas cerebrales que están implicadas en la sensación del miedo.
Se trata de la ínsula bilateral, la corteza cingulada anterior dorsal y la corteza prefrontal dorsolateral. Para los que no somos médicos, acá dejamos la imagen de dónde están estas áreas.
La ínsula hace la chamba de integrar la información cognitiva, sensaciones fisiológicas y predicciones de lo que va a pasar. Además procesa la información de los sentidos y las emociones que provienen de la amígdala, por lo que nos permite afrontar situaciones importantes o amenazadoras.
De igual forma, participa en la conversión de un estímulo neutro a uno condicionado, que genera el miedo. Entonces, predice y anticipa las posibles consecuencias negativas.
Por su parte, la corteza cingulada anterior dorsal es fundamental para el aprendizaje del miedo y la conducta de evitación, así como en la experiencia subjetiva de ansiedad.
Cuando más se activa esa área, mayor es la atención que dedicamos al estímulo y también aumenta la respuesta de miedo.
Ahora, la corteza prefrontal dorsolateral participa en la regulación emocional del miedo como la salida de las respuestas fisiológicas que se procesaron inicialmente en la ínsula.
Incluso antes de que seamos conscientes de la amenaza, el cerebro activa esta compleja red de mensajería para evitar la amenaza: el cuerpo se alista para reaccionar. Y esta respuesta de miedo nos podría salvar la vida cuando el peligro es real.
Cuando no lo es, el estímulo no es real y todo el procedimiento igual se activa con un peligro hipotético, el miedo se convierte en patológico.
Entonces, sentir miedo es natural, un instinto de supervivencia, pero hasta cierto punto. Si tienes miedo a niveles irracionales, por cosas que no han pasado y probablemente no pasarán, podría convertirse en ansiedad y otros trastornos más peligrosos.
Recuerda que si el miedo te paraliza en ciertas circunstancias, a un nivel que no puedes controlar, lo mejor es consultar a un especialista.