Ahora que fue día de muertos se nos hizo muy ad hoc hablar sobre cómo eran los ritos funerarios de los antiguos mexicanos.

Y es que nos encontramos un artículo titulado La Muerte del Tlatoani de la investigadora Doris Heyden (UNAM) y en él nos da algunos testimonios sobre los ritos funerarios de nuestros antepasados.

Por ejemplo, algo  que era muy común entre ellos era la cremación, sobre todo entre los nobles.

La investigadora Heyden cita un pasaje de la Teogonía e Historia de los Mexicanos:

«Después [de morir] había que quemar los cuerpos y guardar las cenizas porque esperaban que Mictlantecuhtli, dios del infierno [sic] los dejaría salir y así resucitarían otra vez»

Fuera de la interpretación de los cronistas que están atravesada por el catolicismo (ya que el Infierno y el Mictlan son cosas muy distintas) podemos darnos una ligera idea de la importancia del rito crematorio entre los antiguos habitantes de nuestro país.

Según Francisco Javier Clavijero, cuando moría alguien, los familiares llamaban a los «maestros de ceremonias fúnebres». Dentro de la casa, estos maestros cortaba un buen número de papeles amate y vestían el cadáver con ellos. Al soldado lo vestían con el atavío de Huitzilopochtli (dios de la guerra); al mercader con el de Yacatecuhtli (patrono de los comerciantes), al que hacía camas (petates) lo vestían como Nappatecuhtli (Dios de los que trabajan los tules) y así cada uno con el dios de su oficio.

Clavijero cuenta que , si bien cada uno vestía los ropajes del dios de su oficio, esto era diferente en ciertos casos, por ejemplo, al que moría ahogado lo vestían como Tlaloc, al borracho de Tezcatzoncatl o del dios conejo Ometochtli (dioses de las bebidas embriagantes) y al que moría por ser ajusticiado al ser atrapado por adulterio lo vestían de Tlazolteotl (diosa de la inmundicia).

[Aquí, uno de nuestros dioses favoritos: Ometochtli, dios del pulque, tenía un séquito de 400 conejos ebrios que representaban los estados de embriaguez]

Luego derramaban agua de una pequeña vasija en la cabeza del muerto y colocaban una jarra de agua en la mortaja, mientras le decían al muerto que una era la que gozaba en la vida y la otra la que necesitaba en su viaje a la muerte. Para el largo viaje al Mictlan (lugar de los muertos o de la muerte) se tenía que pasar por nueve lugares peligrosos (aunque Clavijero sólo menciona siete). Los sacerdotes ponían papel cortado, según la investigadora, estos papeles podrían haber tenido figuras especiales para cada una de la estaciones y peligros en su peregrinación.

 

Los lugares de la muerte

Había tres principales destinos para los muertos. Si usted no moría en la guerra, dando a luz o por ahogamiento, un rayo o por alguna enfermedad relacionada con Tlaloc es seguro que terminará yendo al Mictlan, lugar donde habitaba Mictlantecuhtli (el señor del Mictlan) y su señora Mictecacihuatl. En el Mictlan iban tanto los pipiltin (nobles) como los macehuales (plebeyos) y para llegar ahí uno debía recorrer un camino muy largo y pasar por nueve estratos subterráneos.

  • Itzcuintlan el lugar habitado por Xoloescuincles, ahí el muerto tenía que cruzar un río ancho Apanohuayan. Al muerto lo cruzaba su respectivo perro, pero si no había sido bueno con estos animales en vida, no lo cruzaría y se quedaría sin liberar su tonalli (una de las energías que nos constituye y que vulgarmente se traduce como alma).
  • Tepetl Monamicyan. En este lugar había dos cerros enormes que se abrían y se cerraban chocando entre sí, el muerto debía cruzar sin ser aplastado.
  • Itztepetl. Cerro lleno de pedernales que desgarraban a los muertos cuando estos lo escalaban.
  • Itzehecayan. Lugar frío y en el que había una sierra con aristas cortantes compuesta de ocho collados (pequeños cerritos) en los que caía nieve.
  • Pancuecuetlacayan. Ahí empezaba una zona desértica de ocho páramos donde los vientos congelantes cortaban como si fueran múltiples puntas de obsidiana.
  • Temiminaloyan. Un extenso sendero a cuyos lados, manos invisibles enviaban puntiagudas saetas para atravesar a los muertos.
  • Teyollocualoyan. Ahí habitaban fieras salvajes que abrían los pechos de los muertos para comerse su corazón, si lo hacían, el muerto caía en el río Apanulayo en el cual habitaba la lagartija gigante Xochitonal, si lograba salir, tenía que atravesar un paraje de nueve riós hondísimos llamado Chicunahuapan y al fin llegaría al Mictlan.
  • Itzmictlan Apochcalocan. Lugar de densa niebla que enceguecía a los difuntos.
  • Mictlan. Lugar donde habitaban Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl. Ahí podrían liberar los muertos finalmente su tonalli y descansar en paz.

 

También existía el Tlalocan (lugar de Tlaloc) y este lugar era reservado para los que morían por ahogamiento, por rayos, por lepra, gota, sarna e hidropesía todo lo que relacionaban con el elemento acuoso. El paraíso era regido por este dios y estaba situado en la región oriental del universo. Ahí la vida era feliz y había árboles frutales, maíz y chía.

Por último está la morada del sol, Tonatiuhichan, ahí iban a parar los guerreros muertos en combate o en sacrificio y las mujeres que murieron dando a luz. Había un gran valle con arboledas y jardines floridos. Los difuntos ahí vivían degustando y chupando el aroma y el zumo de las flores. Cuando el sol salía lo saludaban con grandes gritos y golpeando sus escudos. Todos los difuntos acompañaban al astro en su vuelo por el cielo. Los guerreros desde el amanecer hasta el medio día, y las mujeres le iban haciendo fiesta desde el medio día hasta el anochecer.

En ese lugar, las almas pasaban cuatro años y luego regresaban a la tierra en forma de colibríes o alguna otra ave de plumas preciosas.

 Las muertes de los grande señores

Según Fray Toribio de Benavente o Motolinía (1554), los ritos funerarios de los señores mexicanos se hacían cuatro días después de la muerte de estos.

Un acto interesante era el de cortarse mechones de cabello de lo alto de la coronilla, ya que, según el fraile, se creía que la memoria del ánima se encontraba en los cabellos. Estos mechones se juntaban con otros que se le habían cortado al difunto cuando nació y se disponían en una caja pintada por dentro con figuras del, según el religioso, «demonio» (que seguro no era otra cosa más que deidades nahuas).

Después envolvía el cuerpo en alrededor de 20 matas finas, ponían un jade en la boca para representar el corazón, y luego se le ponía una máscara pintada sobre el rostro y se adornaba el cuerpo con las insignias del dios principal del lugar.

El cuerpo debía ser enterrado en el tempo o patio de dicho dios.

Los familiares y amigos del difunto iban llorando, mientras que otros iban cantando y tocaban pequeños tamborcitos. Los sacerdotes recibían el cuerpo y en el patio del templo lo quemaban con ocote y con copal.

Y después, bueno, comenzaban la hora de los sacrificios, el primer esclavo en ser sacrificado era el que en la casa del difunto se había encargado de cuidar la lumbre en los incensarios de los altares. Se le mataba primero para que no le faltara a su difunto señor el copal. Después se procedía a que se sacrificaran algunos esclavos del difunto y otros que habían llevado los visitantes. El número de sacrificados dependía del prestigio y la posición del muerto.

Después de sacarles el corazón, los sacrificadores echaban los cuerpos en la lumbre que consumía al cadáver del señor.

Además se mataba un perro para que éste condujera a su señor en el inframundo.

Al otro día se recogían las cenizas del muerto y se ponían en la caja en la que estaban los cabellos, junto con la piedra de jade que habían puesto en la boca del difunto. Encima de la caja de ponía una figura de madera, que era la imagen del señor.

Luego de esto, se procedía hacer la Quitonaltía que es traducido como «hacer ofrendas al muerto». En esta ceremonia se hacían honras con ofrendas a la caja con la imagen durante cuatro días. Al cuarto día mataban más esclavos ya que se creía que en ese tiempo el ánima iba en camino y necesitaba…bueno, más gente que le ayudara

Los sacrificios continuaban a los 20, 40 y 80 días, después del último ya no se sacrificaba más gente, aunque se hacían ceremonias ante la caja sacrificando codornices, conejos, aves y mariposas, a la vez que ofrecían comida, pulque, flores, caños de tabaco e incienso. Durante cuatro años se repetían los ritos para «el señor principal» y en estas ceremonias que se hacían para recordar a los difuntos, los vivos, según Motolinia:

«se embeodaban [se ponían pedos] y bailaban y lloraban, acordándose de aquel muerto y de los otros sus difuntos»

En 1553, Francisco Cervantes de Salazar guardo testimonio de que tras la muerte de algún señor a éste lo sentaban en cuclillas «a la manera que los indios se sientan». Sus parientes colocaban mucha leña alrededor del cuerpo y luego lo incineraban. En los ritos se entonaban cantares tristes que eran especiales para este tipo de eventos y en los cuales se elogiaban las hazañas del difunto.

Según la investigadora, eran tan suntuosas las ceremonias fúnebres para los militares de alto rango y tan elogiosas las pláticas sobre él, que se podría pensar que estos funerales se prestaban para hacer propaganda a favor de la vida militar, la cual era de suma importancia entre los mexicas.

Los elogios los hacían los viejos, uno de ellos se dirigía a los soldados jóvenes y les decía que si destacaban en la guerra, al morir recibirían honores como los que se les hacían al muerto en ese momento.

Cuando moría un mancebo (un joven imberbe) se le enterraba con una gran cantidad de comida, ya que, como les faltaba madurar, la necesitarían. Se les colocaba además un penacho de papel para que estuvieran bien ataviado en el momento de ser recibidos por el señor de la muerte. Por otro lado, a los mercaderes «Pochtecah» se les enterraba con todas sus posesiones.

Para las mujeres los entierros eran parecidos a los de los señores, pero había una diferencia en los aderezos y las ofrendas para las doncellas, las casadas y las viudas:

«A las jóvenes las encomendaban a Atlacoaya, diosa del pulque y de las “aguas oscuras”»

Según Motolinía en los funerales ce Calzoncin de Michoacán, se sacrificaron siete mujeres para que le llevaran los bezotes de turquesa en el otro mundo, una más para que cuidara las joyas, cocineras, personas para lavarle los pies y sostenerle el orinal, hombre para peinarlo, uno más que se encargaría de hacerle guirnaldas de flores, un remero, un barquero, joyeros, personas para fabricarle armas, médicos (¿?), músicos y danzantes.

Según Muñoz Camargo, en el funeral de un señor principal de Tlaxcala, era común acompañar al cuerpo en procesión, llorarlo y cantar su grandes hazañas y luego que llegaban a la hoguera, incineraban el cuerpo y al fuego saltaban los criados y las criadas del señor, además:

«otras personas podían acompañar al muerto si lo deseaban»

Según Bautista Pomar, en los funerales de un tlahtoani de Texcoco, el cadáver estuvo en un aposento ventilado durante cuatro días, con una pesada loza en el vientre para que no se hinchara y luego llegaron los señores de Mexico-Tenochtitlan y de Tlacopan y de otras ciudades para hacerle honores como si estuviera vivo. Le decían que fuese en horabuena su descanso ya que habían acabado los trabajos de esta vida, luego vestían al señor difunto de Huitzilopochtli, incineraban el cuerpo en el patio del templo, y guardaban las cenizas en una caja en la casa real. Luego hacían un bulto, le ponían una máscara de turquesas y se ponía sobre la caja de la cenizas, después, durante algún tiempo, la imagen recibía comida, flores y tabaco. Además se realizaban los «tradicionales» sacrificios: se degollaban a todas las viudas del señor y a los sirvientes que deseaban «ir en su compañía».

Como ven, los ritos son parecidos en muchos casos, y la mayoría consisten en honrar la memoria del difunto, dar discursos para consolar a los vivos y preparar al muerto para su viaje en el otro mundo, tanto para su bienaventuranza en el Tlalocan o en la casa de Tonatiuh, como para su larga travesía por los 9 nieveles del inframundo.

 

 ***La muerte del Tlatoani por Doris Heyden, Dibujos de Aarón Flores

 

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