Cada tres años, la discusión pública en México entra en ciclos de lamentaciones y culpas sobre los resultados que obtuvieron los jóvenes que participaron en la Prueba PISA de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Cada tres años confirmamos el famoso desastre educativo y algunas organizaciones ofrecen una (la misma) solución al problema. Después, el gobierno retoma algunas de las soluciones de estas organizaciones, para encontrarnos años más tarde que nada cambió en realidad.

Pero leer los resultados de PISA requiere mesura y, paradójicamente, no dejarnos llevar por la sensación de urgencia.

Hay que tomar las comparaciones con granos de sal

Primero lo primero. ¿Qué es PISA y qué mide? El Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) tiene un documento breve y conciso que responde a esta pregunta. En un apretado resumen, PISA es un examen estandarizado sobre conocimientos y habilidades con respecto al lenguaje, las matemáticas y las ciencias.

Los resultados de la aplicación de este examen, hecho a una muestra de estudiantes de entre 15 y 16 años de diversos países, se miden en niveles de logro y puntajes. Cierto puntaje implica no sólo cuánto se sabe, también qué tantas habilidades se utilizan con eso que se sabe. Por ejemplo, hay diferencias entre saber qué dice literalmente un texto a saber qué implicaciones y argumentos se dan en el mismo; no sólo implica saber sumar, también es tener habilidades para realizar operaciones matemáticas mucho más complejas.

Entonces, hay tres maneras en que podemos interpretar los datos, en comparación con otros países: compararnos con los países miembro de la OCDE, organización a la que pertenecemos y que realiza la prueba, compararnos con nuestra región (América Latina) y compararnos con nosotros mismos en el tiempo.

Los medios de comunicación usualmente destacan la comparación entre los miembros de la OCDE, lo cual tiene problemas importantes. Por ejemplo, quienes no sean muy avezados de la posición de México en las estadísticas de la organización, se sorprenderán que estamos muy rezagados. No quiero dar un consuelo, pero esa posición baja de México no es exclusivamente en PISA, es en la mayoría de los indicadores que considera dicha organización. Esto sucede porque, aunque México tenga una actividad económica importante comparable con los miembros de la OCDE, guardamos una relación más parecida con el desarrollo de nuestra región.

Con la finalidad de notar esto, les presento la gráfica 1, que resume el ranking entre todos los países que participan y la gráfica 2, que muestra la posición de los países de América Latina.

Gráfica 1.- Resultados de PISA para 2015

Fuente: OCDE.

Gráfica 2.- Porcentaje de alumnos con bajo desempeño en matemáticas en América Latina en 2015.

Fuente: Banco Interamericano de Desarrollo.

La primera imagen, de la OCDE (cuyos resultados pueden revisar aquí), muestra claramente que México está debajo de la media de logro de PISA, aunque por arriba de los no miembros de la organización. En la segunda imagen, del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) (que pueden consultar aquí), se muestran los resultados de alumnos con bajo desempeño en matemáticas en América Latina, en comparación con la OCDE y los países más destacados.

Como pueden notar, México no es un caso aislado, sino parte de un problema regional. Esto no es casualidad: América Latina ha compartido históricamente problemas de desigualdad socioeconómica y de disfuncionalidad gubernamental notable.

El problema no sólo es que estemos abajo, es que no nos movemos

Dicho lo anterior, la situación de México es inequívocamente grave (el reporte de México se puede consultar aquí). México tiene un puntaje medio de 416 puntos en ciencias, lo cual lo ubica en el nivel 2 de 6. Esto quiere decir que, en promedio, los estudiantes mexicanos tienen la competencia mínima requerida para estar en la sociedad contemporánea y realizar estudios universitarios.

Nuestros estudiantes están apenas al borde de no tener entendimiento de ciencias suficiente para ir a la universidad o entender ciencia básica. Pero, si tomamos porcentaje por niveles, 48% de los estudiantes mexicanos no tiene la capacidad de entender ciencias para ir a la universidad.

Este escenario se repite en matemáticas y lenguaje. México tiene 408 puntos, lo cual nos deja apenas en el nivel 2. Es decir, los jóvenes de nuestro país apenas entienden las operaciones matemáticas más básicas y quizás puedan utilizarlas en la universidad. Pero es más dramático el caso de los jóvenes que no tienen esas capacidades, que asciende a un 57%.

En lenguaje, nuestro país obtuvo 423 puntos, el mismo nivel 2 en promedio, y el porcentaje de jóvenes que no entienden textos básicos es de 41%. En resumen, la mitad de los jóvenes mexicanos apenas tienen conocimientos y habilidades básicas en los rubros tan básicos como leer, escribir, hacer operaciones y entender el funcionamiento del mundo.

Esta no es noticia nueva

Desde que se hace la prueba en el año 2000, México ha mantenido resultados similares. Y eso es lo que realmente preocupa. En las gráficas 3 y 4 (provenientes de un resumen del BID, que pueden consultar aquí) podemos notar dos historias similares. En la 3 se puede notar que México se ha estancado en sus puntajes de ciencia, cuando Perú y Colombia han mejorado substancialmente. En la gráfica 4 se puede notar que México ha tenido un ligero avance en matemáticas que perdimos en 2009, a diferencia de Perú o Brasil que sí han avanzado desde una posición mucho más desaventajada.

Esto debería preocupar a nuestro gobierno.

Gráfica 3.- Puntaje promedio en ciencia para países de América Latina de 2006 a 2015.

Fuente: BID.

Gráfica 4.- Puntaje promedio en matemática para países de América Latina de 2006 a 2015.

Fuente: BID.

Las causas son múltiples y las soluciones, de largo plazo

Una tendencia de los medios de comunicación, tomadores de decisiones e interesados, es ofrecer su interpretación particular sobre los datos trianuales de PISA. No obstante, quienes decidan buscar respuestas sobre por qué unos y otros países tienen mejores puntajes en PISA, podrán notar que hay un conjunto numeroso de razones. Unas van desde factores individuales y socioeconómicos (ingreso familiar, estructura del hogar, alimentación, tiempo que los padres dedican a sus hijos para revisar la tarea); otras destacan los recursos e infraestructura (baños y pisos de las escuelas, presupuesto asignado por alumno, suficiencia de materiales didácticos); y unas más contemplan factores organizacionales y curriculares (formación del profesor, contenidos, manera en que se imparten los contenidos, el estilo de liderazgo de los directivos).

Algo interesante que nos dicen los datos de PISA es que los resultados de los países se agrupan con sus vecinos regionales en términos económicos y sociales. No es casual que Asia y parte de Europa destaquen, mientras América Latina quede rezagado. Es por ello que, aunque haya diferencias substanciales de los sistemas educativos de todos los países que pasan por la prueba, las grandes tendencias regionales explican parte importante de los resultados.

Sin embargo, los avances particulares pueden atribuirse a esfuerzos especiales de los gobiernos. Muchas de estas soluciones pueden ser inversiones específicas en algunos de los rubros que mencioné, o un cambio de prácticas en las escuelas.

La OCDE emite usualmente un reporte de aquellas prácticas y políticas que han resultado funcionales para los países (lo pueden consultar aquí).

Es por ello que, ante los anuncios de los actores que he mencionado, puede ser problemático y traer decepciones constantes el confiar demasiado en una política, una bala de plata. Para ilustrar esto, les comparto una breve reflexión que hizo Patricio Solís, profesor de El Colegio de México, en sus redes sociales.

En el sentido de lo que dice Solís, con respecto a las políticas educativas, más allá de los llamados gubernamentales, hay que hacer un juicio justo que no expíe al gobierno de sus responsabilidades.

Si bien Aurelio Nuño argumenta que la reforma educativa actual tiene que “madurar” -aunque hubiese dicho lo contrario si se hubieren dado buenos resultados- lo cierto es que, como afirman Ramírez y Torres, el ciclo de ajustes que hemos hecho en México (cambios curriculares, procesos de profesionalización del magisterio -que iniciaron desde la Alianza por la Calidad de la Educación- e introducción de tecnologías nuevas a las escuelas) no parecen estar dando mejoras, a diferencia de otros países que han hecho cambios (algunos similares y otros diferentes) en el mismo periodo.

Con los datos que hoy tenemos no se puede evaluar la reforma educativa actual; pero la lentitud de los procesos que la misma desata (contratar nuevos profesores, profesionalizar a los que había, esperar a la salida de aquellos que el sistema consideró que no debían dar clases), no debería detenernos para observar más ejemplos de otros países: tanto de la manera en que hicieron cambios educativos similares al nuestro; como de otras políticas exitosas en América Latina que no hemos experimentado y que serían prudentes dadas nuestras similitudes.

Un dato más: dado que los jóvenes que respondieron a PISA 2015 tenían entre 15 y 16 años en el momento de tomar la prueba, estos resultados dan cuenta del aparente fracaso de lo hecho con Fox y Calderón. Quizás, sin necesariamente retirar la actual reforma educativa -que tiene elementos necesarios- deberíamos cambiar nuestras expectativas sobre sus posibles resultados en el futuro; y complementarla con los ajustes necesarios a la luz de la turbulenta implementación que hemos notado en los últimos años, con políticas públicas que se desenfoquen de exámenes de maestros, tablets y cambios curriculares (que ya viene otro). Por ejemplo, invertir en guarderías para la primera infancia, cuando los niños necesitan desarrollar más sus habilidades cognitivas; o trabajar en procesos educativos mucho menos espectaculares como cambiar prácticas de enseñanza en las escuelas con padres, maestros, niños y directivos.

Hay más ejemplos, pero no estaría mal pensar afuera de la caja, si se me permite el anglicismo. Estos cambios son procesos largos, difíciles, silenciosos y nada vistosos. Si la urgencia es lo que impera en el ánimo, la desesperación por resultados nos evitará examinar, de nueva cuenta, alternativas menos espectaculares, pero quizás más efectivas. Para eso, valdría la pena leer a detalle los resultados de PISA (usar las evaluaciones más allá de hacerlas) y no saltar directo a nuestra particular creencia de salvación.

Raúl Zepeda Gil es maestro en Ciencia Política por El Colegio de México e Investigador en el Instituto Belisario Domínguez del Senado.

Twitter: @zepecaos

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Soy Raúl, pero la gente me conoce como Ruso. Estudié letras inglesas en la UNAM y tengo una maestría en periodismo y asuntos públicos por el CIDE. Colaboro en Sopitas.com desde hace más de seis años....

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