Por Diego Castañeda

Al terminar la primera ronda de las renegociaciones del TLCAN y tras los últimos comentarios de Trump, el debate sobre el acuerdo comercial se ha encendido. Algunos hacen una defensa a ultranza de los beneficios del libre comercio y de lo mucho que México ha cambiado para bien con el mismo. Otros hacen una condena con el mismo vigor y apuntan a lo mucho que ha cambiado para mal el país. Ambas posturas son equivocadas.

Los beneficios o perjuicios del comercio para México dependen en gran medida de la vara con la que lo midamos. Si lo hacemos como el alguna vez secretario de comercio y fomento industrial Jaime Serra Puche —el negociador del acuerdo de hace más de dos décadas— lo hace y expone en su libro El TLC y la formación de una región, el tratado originalmente perseguía como prioritario un objetivo dual: atraer divisas a la economía mexicana de dos formas, por medio del incremento de las exportaciones no petroleras y con la atracción de inversión extranjera directa (IED). El tratado más que cumplió ese objetivo, de la misma forma podemos decir que ocasionó que los ciclos económicos de México y Estados Unidos convergieran al grado de comportarse casi como ciclos gemelos (las recesiones pasan casi al mismo tiempo y las recuperaciones también). La causa de esta co-integración de los ciclos es que la industria manufacturera de alta tecnología de la región se volvió regional en flujos de ida y vuelta entre los dos países.

Si decidimos medirlo en su impacto en crecimiento económico o desarrollo económico en general, los efectos son mixtos. El aporte al crecimiento de la economía mexicana que el tratado trajo fue poco más que marginal, México es la excepción entre los países, exporta mucho y crece poco. En términos de pobreza, ésta se mantiene más o menos constante en términos absolutos (en millones de personas) con un cambio importante: una parte de los pobres rurales se volvieron pobres urbanos conforme la destrucción de formas de vida en el campo mexicano orilló a los campesinos a buscar empleo en las ciudades. Dado que la economía mexicana no crece lo suficiente, ésta no crea los empleos suficientes para absorber la oferta de trabajo y, por lo tanto, muchos de esos campesinos que migraron a las ciudades terminaron volviéndose pobres urbanos o acabaron en Estados Unidos en las grandes migraciones de los años noventa.

Foto: Luke Sharrett/Getty Images

De la misma forma podríamos buscar más varas con qué medir el TLCAN y encontraríamos resultados mixtos, éxitos rotundos y fracasos rotundos. Cosas que nos han convenido como el capítulo 19 del tratado —el de remedios comerciales, es decir: aranceles, cuotas, salvaguardas— y otros que nos han perjudicado, como el capítulo 11 del tratado –el de la protección de inversiones–.

Si lo anterior es verdad,  ¿por qué digo que ambas posturas, pro y anti comercio internacional, se equivocan en la defensa de sus posiciones?

Se equivocan porque ambas exageran fuera de proporción los costos y beneficios del acuerdo, y del comercio en general. Un error en el que la profesión económica ha incurrido durante mucho tiempo es el de pontificar los beneficios del comercio como si sólo existieran ganadores y no perdedores. Esto es a todas luces falso y la teoría económica del comercio lo reconoce desde hace mucho tiempo. Existen ganancias claras del comercio, ganancias en eficiencia, ganancias en capacidad productiva, ganancias en variedad de opciones de consumo, etc. (llamadas ganancias estáticas) y ganancias en externalidades positivas de conocimiento (llamadas ganancias dinámicas). México sin duda ha experimentado este tipo de ganancias, estados como Coahuila, Nuevo León, Querétaro y Aguascalientes son evidencia de esto. La productividad de la mano de obra, la eficiencia productiva de las industrias, las tasas de crecimiento de esos estados son evidencias de lo positivo.

Foto: radiolagrande.com

No obstante, también existen perdedores que deben ser reconocidos. Hoy sabemos que el comercio internacional no necesariamente hace más eficientes a las empresas, más bien son las empresas más eficientes las que sobreviven a las aperturas comerciales (Melitz 2003, Pavcnik 2002). Sabemos que más comercio no necesariamente implica más crecimiento; de hecho, no tiene relación aparente con crecimiento o, en el mejor de los casos, es ambigua. (Rodriguez y Rodrik 1999). El campo mexicano fue el gran perdedor de la apertura comercial, no por la apertura en sí misma, sino por la falta de visión del gobierno mexicano durante décadas que pensaba que la mejor política industrial era la que no existía.

Han existido aspectos positivos y negativos asociados al tratado. No obstante, ni todo lo positivo es obra exclusiva del acuerdo ni todo lo negativo es causado por el mismo. Se suele argumentar que el punto de inflexión en las exportaciones mexicanas se dio al firmarse el TLCAN; tal argumento es falso. El punto de inflexión ocurrió con la apertura, pero de 1986 cuando nos unimos al Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT en inglés). La destrucción de buena parte de nuestra industria tampoco tuvo que ver con la apertura, sino con las políticas públicas que acompañaron esa apertura; por ejemplo, la disminución continua de la inversión pública por décadas, el impulso a la maquila y a la competitividad vía mano de obra barata, no vía desarrollo tecnológico.

Además, un detalle sumamente importante que se obvia, cuando apologistas o detractores discuten, es los efectos distributivos del comercio. Sabemos también, desde hace mucho tiempo, que el comercio produce efectos en la distribución del ingreso. Pero sólo recientemente la discusión de cómo incorporar los efectos distributivos en un entendimiento moderno del comercio comienzan a discutirse en círculos de política pública y círculos académicos. Sin embargo, esos efectos se sienten bastante entre los que ganan y los que pierden con estos acuerdos.

Cuando México aprobó el TLCAN era un efecto predecible que se vería una divergencia entre las regiones norte y sur del país, si no se tomaban medidas para modernizar e integrar rápidamente al sur a la economía nacional, y luego global. Esa tarea no se llevó a cabo. El famoso efecto “Stolper Samuelson” (el precio del factor usando de forma más intensiva tiende a subir y el menos intensivo a bajar) predice que las regiones más integradas al comercio tenderían a incrementar sus salarios y reducir sus primas de habilidades, lo que ocurrió en el norte de México, pero en el sur no, generando de esta forma una mayor desigualdad regional al interior de México: un norte más prospero y un sur más pobre (Chiquiar 2004). En suma, las ganancias del comercio no se han distribuido de forma equitativa en todo el país ni entre todas las personas.

¿De qué nos sirve reconocer todo lo anterior?

Nos sirve para observar en un contexto más amplio la negociación actual. Los negociadores mexicanos entran con una postura que parece ignorar en gran medida los costos –más que del acuerdo– del modelo de desarrollo económico que prefieren y que ha tenido tan pobres resultados. El comercio y el TLCAN no tienen culpa de esto; sin embargo, sin son una especie de símbolo de la defensa del modelo.

Declaraciones como las de Trump en las que amenaza con terminar el tratado nuevamente, sin bien han resultado poco creíbles, tienen la intención de buscar un acuerdo como si para la economía mexicana fuera un asunto de vida y muerte. No lo es.

Sería importante conservar el TLCAN  y mejorarlo, pero en todos los escenarios posibles, no tener un tratado es mejor a tener un mal tratado, sobre todo si conservarlo implica renunciar a los mecanismos que permiten hacer una defensa institucional del país frente a la asimetría de poder que tiene Estados Unidos por el tamaño de su economía.

La negociación del TLCAN llegará a México durante los primeros cinco días de septiembre. La estancia de la negociación en el país, y en particular de la reunión ministerial de los tres países, es una gran oportunidad para que repensemos al comercio y el acuerdo en términos más realistas, ni como una bala de plata que mágicamente resolverá todos los problemas del desarrollo económico de México ni como un instrumento para la pérdida de la soberanía y la destrucción del país. El acuerdo es una de muchas herramientas disponibles para impulsar el desarrollo; no es la más importante, las políticas públicas que el país implementa son las que al final tienen más impacto. El comercio en general, y el TLCAN en particular, son unas lupas que amplifican las fallas o aciertos de esas políticas.

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Diego Castañeda es economista por la University of London.

Twitter: @diegocastaneda

 

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