Por Mariana Morales

Creo que lo más interesante de la historia no se encuentra regularmente en libros de texto, sino en manifestaciones artísticas que comunican algo del periodo en el que se produjeron; no son los datos “objetivos” que suelen homogeneizar sociedades compuestas por individuos, sino las evidencias que se tienen sobre cómo las personas experimentaron su entorno y la ideología dominante de su presente. Un ejemplo claro y explícito es el libro La charla, de Linda Rosenkrantz, cuyo contexto histórico es una de las etapas más relevantes para la cultura moderna: los movimientos contraculturales a lo largo de la década de los sesenta en el siglo XX. Es bien sabido que uno de los conceptos más característicos de dicha época es el de revolución sexual, pero la información más conocida es general y superficial. El libro de Rosenkrantz penetra en la vida de sus personajes y permite ver que la revolución sexual no fue una simple liberación de connotaciones positivas como se concibe usualmente, pues generó conflictos emocionales en muchas personas al mezclarse con otros aspectos culturales y personales.

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La charla, que se describe en la contraportada como una “novela reality”, es precisamente una probadita de su realidad, sin personajes ni elementos ficcionales. El texto es una compilación de conversaciones que la autora transcribió después de pasar todo el verano de 1965 grabando a sus amigos mientras vacacionaban en la playa de East Hampton —con lo que se revela información de su nivel socioeconómico. Para una extensión decente, sólo conservó a tres personas: Emily, Marsha y Vincent, quienes rondan los treinta años y hablan sobre arte, pero principalmente sobre sus vidas personales sin tabú, pues como dice Pascal Bruckner, filósofo y escritor francés, la revolución sexual fue “el derecho al deseo para todos, el gran derecho a no ser más penalizado cuando se manifestaban sus ganas por una persona” (entrevista que aparece en La más bella historia del amor de Dominique Simonnet). Así, el sexo es el tema predominante en todas sus pláticas, aun cuando aparenta no tener relación con la discusión.

Lo que invita a leer, más allá del morbo que podría generar, es la razón por la que los personajes se agobian con sus encuentros sexuales y relaciones en general, que es producto de la mezcla de su entorno con otra revolución cultural del pasado: el psicoanálisis. El ambiente de amor libre en el que se encontraban, paradójicamente no era tan libre. “La gente se acostaba diciéndose ‘si no lo hago, pareceré un idiota o una retrasada, y además, tal vez valga la pena’” (Bruckner). Aunado a la presión social que la experiencia sexual representaba, se tenía el psicoanálisis para la preocupación individual a pesar de haber sido desarrollado a finales del siglo anteior. Como dice Vincent en una de las conversaciones, “el psicoanálisis es el sucedáneo a la religión”, lo que tenían para creer y vivir y asimilar la sexualidad siempre presente de alguna manera. Es por eso que en cada capítulo hay por lo menos un intento de psicoanalizar al otro, o a sí mismos.

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Si bien el título La charla puede parecer obvio porque el libro contiene solamente diálogo, también refleja la obsesión por el psicoanálisis. Freud desarrolló su teoría y vio la expresión verbal como una cura a las aflicciones internas; al hablar, el paciente realiza un proceso arqueológico, excavar para llegar a las verdades sepultadas. A los personajes no les basta con ir a terapia profesional, tienen que practicarla en todo momento para encontrar el origen (sexual) de sus problemas. Todos comparten traumas de la infancia que creen se relacionan con algún rasgo de su personalidad. Emily cuestiona a Marsha sobre su relación tan cercana con Vincent, quien es homosexual, pero que en ocasiones la desea. Cada uno opina sobre las relaciones y los comportamientos sexuales de sus amigos, se les pida o no.

Probablemente la razón por la que el psicoanálisis fue tan popular durante esta época se debió al interés por comprender su contexto; no en vano Rosenkrantz decidió publicar las transcripciones a pesar de rechazos editoriales. Al ver una apertura sexual que nunca se hubiera imaginado, se necesitaba una manera de sobrellevarla. Emily, Marsha y Vincent son un ejemplo. Aunque parecen adaptarse bien a su contexto, tienen muchas preguntas personales, que al mismo tiempo comunican algo más grande de su época y la interacción humana, sobre todo sexual. Al llegar el final del verano, los amigos no obtienen respuesta alguna, pero, a pesar de sus conflictos sin resolver, sienten un cambio interno que les permite regresar a la ciudad con un nuevo espíritu y buscar estabilidad ante la revolución que vivieron.

Linda Rosenkrantz, La charla, Anagrama, Barcelona, 2017.

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Mariana Morales estudia letras inglesas en la UNAM y es editora en línea de Cuadrivio.

Twitter: @marianaden_

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