Neil Blomkamp anda con todo este año. Le asignaron la enorme responsabilidad de hacer la quinta entrega de Alien después de que insistió con unos bosquejos de arte increíbles y ahora, el pasado viernes estrenó su tercer largometraje. Sin embargo, con todo lo que promete este joven sudafricano desde su genial debut con District 9, hemos pasado por algunas decepciones con la terrible Elysium y ahora con Chappie que es una película prometedora que se queda corta en sus alcances.

La historia de Chappie es interesante aunque algo convulsa y torpe. Un creador de inteligencias artificiales (Dev Patel) se harta de fabricar simplemente robots de uso policial que no tienen ninguna independencia y se limitan a acatar órdenes. Conflictuado entre su responsabilidad como trabajador de una importante empresa de robótica y sus ambiciones científicas, el insospechado genio se roba un androide de caducidad firmada al que sólo le quedan unos días de vida y le infunde la inteligencia más desarrollada jamás creada por el hombre. El resultado es Chappie, una inteligencia que comienza a criarse con los secuestradores de su creador (interpretados por los integrantes de Die Antwoord), que empieza a aprender de los gángsters las malas y las buenas lecciones de la vida baja sudafricana. Y todo empieza a complicarse cuando un colaborador celoso (Hugh Jackman) trata de balconear la traición a la empresa por parte del creador de Chappie y maquina un plan para ser él el salvador de la paz pública con su creación de robots de transmisión sináptica (un especie de ED-209 que se controla a distancia por conexiones neuronales).

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Todo esto nos remite a muchas otras creaciones de la ciencia ficción. Por todas partes está Verhoeven (no nada más por la base de la historia de Robocop que aquí se calca, sino por el uso de canales de noticias y la intromisión constante de la televisión en la historia), por todas partes están las referencias a Asimov y las autorreferencias a preocupaciones anteriores del director (como el asunto de la inmortalidad tan mal tratado en Elysium, el de la empatía con seres diferentes, del respeto a la otredad, el del cariño entre especies). Y al final (no les cuento como acaba para no quemar todo el suspenso), parece que la película trata de abarcar más de lo que puede. El alcance universal de District 9 llegó de forma completamente orgánica y natural, su enseñanza sobre la crueldad humana y el miedo a la diferencia cala hondo porque no tiene que ser explicada. Pero aquí no funciona así.

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Y aclaro, el resultado no es tanto que sea malo como que resulta frustrante. Hay tanta calidad en esta película, tanta creatividad, tantas referencias que podrían ser más operativas y todo parece desperdiciarse en la falta de balance. En los carteles promocionales reza algo así como “la última esperanza de la humanidad no es un humano” y en esa frase extraña, completamente desplazada, que parece corresponder a otra película, quedan reflejados los pecados de Blomkamp: ésta es una historia que no fue suficientemente pensada o que fue pensada demasiado. Chappie nunca trata de salvar a la humanidad, eso ni siquiera está en juego. Él trata de salvarse, a él y a los suyos. En esa historia íntima, como en el sufrimiento del pequeño burócrata de Distric 9, se encuentra la verdadera fuerza humana de la película. Todos los demás temas trascendentales, operados a la rápida como conclusión, se quedan cortos y no llegan a ser tan profundos como promete la premisa.

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En esto Chappie se distingue sin separarse. En efecto reconocemos el estilo tan propio del director. Está el regreso a Sudáfrica y la presencia constante, en lo musical y en lo cultural, de Die Antwoord; también está esa mezcla de ciencia ficción visualmente impactante con un toque de intimidad cariñosa. District 9 termina en una nota completamente trágica y tierna con Sharlto Copley convertido en extraterrestre dejándole flores metálicas a su familia abandonada. Y aquí la misma tensión emocional que vuelve íntimo un evento extraordinario (en vez de invasión por error de alienígenas, en Chappie es la creación de una inteligencia artificial altamente desarrollada) la mantiene el mismo actor, amigo íntimo y constante colaborador de Blomkamp.

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Copley hace un trabajo estupendo recreando a Chappie. Se vuela completamente la barda, al mítico estilo de Andy Serkis, para lograr una actuación tan convincente como conmovedora. Ese robot es una genialidad de ternura y de simpatía, diseñado perfectamente con el movimiento ligero de las orejas que lo acerca a la gestualidad animal de un perro fiel, Chappie se roba, durante dos horas, la pantalla y los corazones. Todas sus reacciones no son nada más creíbles y motivadas, sino francamente arrebatadoras: esa voz robótica con encanto infantil y pesado acento sudafricano de barrio bajo blanco quedará guardada para la posteridad como el mejor personaje, hasta la fecha, en las creaciones de Blomkamp.

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Los problemas de la película no están ahí. No están en ese sello tan propio del director sudafricano, no están en la ternura de su personaje, ni en los intentos ambiciosos de hacer ciencia ficción dura que pueda también apelar a un cariño familiar (sin llegar a la lágrima de homenaje a Spielberg que fue, por ejemplo, Super 8). No, los problemas de esta película están en un equilibrio que no ha logrado restablecer Blomkamp desde District 9, esa fina línea entre el alcance global de una reflexión amplia sobre el mundo y la empatía que se puede tener por personajes específicos. Y no digo esto por Chappie que es un personaje entrañable, ni por Dev Patel que hace un papel completamente convincente y entregado. El asunto está más bien en que, fuera de estos personajes, todo se vuelve un poco caricaturesco. Ninja y Yo Landi de Die Antwoord no son verdaderamente actores. Y aquí salen representándose a ellos mismos en un idílico encuentro de gángster sudafricano diluido por MTV.

En el intento de trasladar las personalidades magnéticas de los dos raperos se perdió algo del realismo crudo de District 9: los sets parecen marcos para sus diseños alebrestados, todo se pinta de colores fluorescentes, camisetas autorreferentes, logos y grafitis perfectamente delineados; las pistolas están hechas a la medida, los coches al estilo, y la música se vuelve forzosamente redundante. Y bueno, en realidad, estos raperos podían salir de fondo o Blomkamp los hubiera podido usar como lo hizo Harmony Korine: buscando su completa extrañeza, su lejanía de nuestra lógica, sus sueños etéreos de fondo de bong rebotados en nuestra pantalla, confrontándonos por su rareza. Pero aquí son, por el contrario, las figuras por las que tenemos que sentir una cierta empatía dramática para que funcione la cinta. Y en realidad se nota la incomodidad que les causa estar en pantalla tratando de crear vínculos emocionales. La dificultad que tienen para actuar (sobre todo Ninja) y el malestar de todo eso se traduce en un desbalance extraño: ni los integrantes de Die Antwoord ni el muy caricaturesco Hugh Jackman con Mullet, ni siquiera la mítica Sigourney Weaver, logran transmitir la misma energía magnética que produce Copley con Chappie.

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Y la impresión que queda es que Blomkamp se agotó en el concepto, en todo el diseño del personaje principal y en la maquetación de la idea sólo para quedarse corto en muchos otros aspectos. El balance se rompe: no hay empatía, no hay equilibrio entre la trama sencilla y las reflexiones elevadas, no queda ninguna propuesta concreta entre todo el relajo y al final todo se poncha un poco volviendo a decepcionar. Y con esto no digo que Chappie haya sido un fracaso como Elysium. No. Creo que Blomkamp va hacia el buen camino para recuperar la integridad balanceada de la obra maestra con la que debutó de la mano de Peter Jackson.

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En realidad creo en Blomkamp. No puedo pensar que lo que hizo en District 9 haya sido una mera casualidad o suerte de principiante. Elysium fue un error, como todos lo han tenido (si no pregúntenle a Fincher sobre Alien 3 o a Lynch sobre Dune), y creo firmemente que el camino del director sudafricano se irá enderezando con el tiempo. En ese sentido, Chappie parece una película de aprendizaje, un nuevo ensayo sobre el alcance que puede tener una idea, la paridad de su realización y la realización concienzuda de un casting adecuado. Con todo, como experimento de crecimiento, como otro paso más en la carrera de Blomkamp, la cinta no es un bodrio y puede resultar muy divertida (aunque esto sea, por momentos, de forma involuntaria), el personaje central es entrañable y la trama promete entusiasmos. La decepción que causa esta película nace justamente de ese respeto por Blomkamp, por sentir que ahí atrás, en algún lugar escondido, está todo su potencial y su genio. Esperemos que lo reencuentre en su totalidad para el proyecto más importante de su carrera; esperemos entonces que para la quinta entrega de Alien volvamos a tener algo de la primera entrega de Blomkamp.

Por: Nicolás Ruiz (@Pez_out)

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