Por José Ignacio Lanzagorta García
Hubiera sido encantador que apareciera en la Lagunilla. Imagino los titulares dentro de unos 10 años: “el jersey de Tom Brady comprado en la Lagunilla por $500 pesos”. En una de ésas y hubiera sido hasta positivo para una autoestima nacional. La Lagunilla acrecentaría esta fama, que nos llena de un extraño orgullo, de ser el mercado de lo improbable, lo inexplicable, lo inrastreable. En cambio, fue imposible vencer la tentación de enmarcar el asunto en nuestra colección “Qué pena con las visitas” que incluye borrachos suicidas en cruceros brasileños, borrachos incontinentes que extinguen fuegos memoriales y borrachos haciendo otras lindezas. Una lista de vergüenzas nacionales de la que no sé si sólo estamos conscientes en México y ya.
Otra crítica irresistible fue la de ver movilizada a la PGR por encontrar una fetichizada camisola de un deportista estadounidense cuando tenemos un cúmulo de cuerpos, personas, delincuentes y víctimas, objetos y muchos políticos cleptómanos, perdidos. El mismo día que las autoridades mexicanas “realizaron un operativo” en Atizapán para rescatar este raro tesoro, un colectivo ciudadano encontró otra escalofriante fosa más en Veracruz. En defensa de la PGR, y eso que no merecen mucha, tampoco fue que tuvieran que hacer gran cosa. El cleptómano Mauricio Ortega estuvo más que identificado como sospechoso por las autoridades estadounidenses. Las mexicanas no tuvieron más que hurgarle en sus redes sociales para confirmar las sospechas al verlo buscando coleccionistas.
Dado el tenor de las cosas, deberíamos estar celebrando que no parece haberse convertido en un escándalo mayor. No tuvimos –hasta ahora- ni siquiera un tuit de Trump. Y eso que el señor tuitea por cualquier cosa. Y justo ese día estaba otra vez enojado con los mexicanos. De hecho, llega a resultar incómodo que Brady o las autoridades estadounidenses ni siquiera hayan presentado, hasta ahora, cargos contra Ortega. En una de ésas y pedirle a las autoridades mexicanas que atrapen a alguien con conectes ya es pedirles demasiado y para qué molestarlos… o evidenciarlos. Es más, es hasta por buena onda que no presentan cargos. O quién sabe. Si queremos competir por ridículos, en este contexto a mí me resulta más ridículo que el mercado valorice tanto una simple camisola al grado de movilizar a dos altas agencias gubernamentales para encontrarla dejando de lado capturar al ladrón. El sudor del cuerpo ganador de Brady está ahí. Es lo único que importa. Casi que se excusa a Ortega como diciendo: ¿quién hubiera vencido la tentación de poseer esta sábana santa teniéndola ahí, tan disponible, en un casillero abierto en medio de una confusión de testosterona eufórica y prensa?
En todo caso, y como señaló Ana María Salazar en una mesa de discusión sobre el tema, el evento reveló una inusitada colaboración entre los dos países en un contexto más bien hostil. La búsqueda del jersey sagrado ocurrió con total discreción, sin filtración alguna hasta no tenerlo recuperado. La prensa estadounidense no parece haber exaltado un sentimiento anti mexicano. La misión era recuperarlo donde fuera y en manos de quien estuviera, sin más lecturas, sin más condenas, sin más miramientos. Para mañana ya estaremos en otra cosa. A menos que decidan finalmente perseguir a Ortega y para entonces ya esté allá, en ese ágora de los prófugos privilegiados de este país para el que la PGR parece necesitar construir un portal a otra dimensión para llegar.
En el siguiente evento de interés internacional es probable que algún connacional vuelva a darnos motivo de invocar este panteón de osos. El jersey robado de Brady se contará en nuestros listados. A veces leo un malestar intenso, una vergüenza irreparable entre muchos que reciben estas noticias. Sienten, tal vez, que el mexicano que hizo esto o aquello nos representa más que cualquier otro. Sienten, a lo mejor, que los extranjeros tienen un particular interés y atención por definir “lo mexicano” y a “los mexicanos” a partir de esto. En una de ésas y los extranjeros ni se enteran bien, como nosotros tampoco nos enteramos –o pronto nos olvidamos- de los borrachazos o fechorías ridículas que hacen personas de otras nacionalidades en eventos o asuntos de atención internacional.
A veces le damos demasiado crédito a la “cultura nacional” o, peor, le damos como patrimonio el patetismo de conductas más bien habilitadas por todo menos por la pertenencia a una comunidad imaginada. A lo mejor me incomoda más no lo que los extranjeros vayan a pensar de “los mexicanos” por estas conductas, sino que nosotros mismos pensemos que eso es “lo mexicano”. Pero luego, no sé, habría que darse una vuelta en otros países a ver cómo acomodan los borrachazos y fechorías de sus connacionales. A lo mejor y en eso somos todos un poco iguales.
***
José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.
Twitter: @jicito