El término es utilizado a diario sin ton ni son. Y, lo cierto, es que su significado ya no nos queda tan claro. Al principio se utilizaba para referirse, de manera despectiva, a personas identificadas con la izquierda, aunque a últimas fechas se utiliza casi para todo y en todas las direcciones ideológicas. Pareciera ser que la palabra se utiliza, más bien, para denostar las ideas con las que no simpatizamos. El término, en su origen, era utilizado para señalar —y para pitorrearse— de esas caricaturas comunistoides encarnadas en personas con playeras del Che Guevara, cabello largo, gel en las patillas, fanáticos de Fernando Delgadillo, lectores de Marx y con una autoproclamada conciencia social. Esas personas de creencias inflexibles y una permanente ínfula de superioridad moral. El concepto después degeneró y ahora se aplica en cualquier situación: chairo.

Y es que, en realidad, todos somos chairos: los que defienden a ultranza las acciones gobierno y critican a los morenacos (a estos se les empezó a llamar derechairos), las defensoras de los derechos de las mujeres (algunos les comenzaron a llamar femichairas o feminazis), los seguidores de Andrés Manuel López Obrador (que se convirtieron, de pronto, de pejezombies a pejechairos), los oyentes del programa de la periodista Carmen Aristegui (a quienes otros motejaron como Chairistegui), los redactores de Sopitas.com (que pasaron de ser sopicualquierinsulto que se les ocurriera a sopichairos), los enajenados que viven por y para el futbol y no están conformes con nada (*cof cof  TODOS ESOS QUE ODIAN A JUAN CARLOS OSORIO cof cof*), los que pugnan por la igualdad, los que salen a manifestarse, los que presumen que votan por el PRI, los que denuncian actos con los que no están de acuerdo.

Básicamente, pues, todos los que tienen una opinión son chairos para otro grupo. Una opinión con la cual no estamos de acuerdo.

El término chairo, según los libros de historia y los reportajes de la época, fue acuñado en la Escuela Nacional Preparatoria 6 allá por 1998 o 1999. Aunque este ha sufrido varias modificaciones desde que un grupillo de jóvenes bautizara con ese mote a una morra preparatoriana que vestía un “atuendo vaporoso con reminiscencias indígenas” y que pasó a su lado bebiendo clorofila líquida. Originalmente la palabra se refería a las personas que provenían de un “contexto social más privilegiado”, que egresaban de colegios pirruris como el Madrid o alguna escuela Montessori , que eran hijos de intelectuales mexicanos, que vivían al sur de la ciudad cuando esto era lo más cool y que básicamente eran personas que ya habían leído un chorrotal, habían viajado montones y hasta habían ido a las sierras a alfabetizar. Esta gente era vista como falsa, elitista, mimada y hasta predecible.

Las cosas se rompieron, se descontrolaron y se resquebrajaron y los chairos transmutaron en mil y un cosas.

Fueron dotados con el don de la ubicuidad.

Foto: John Vázquiez Morales/LatinContent/Getty Images

Al chairo más tradicional se le relaciona con frases algo trilladas como “apaga la televisión y prende un libro”, “este es el video que el gobierno no quiere que veas, compártelo antes que lo borren”, “ve por tu torta y tu frutsi”, además de por utilizar algunas expresiones como “peñabot”, “PRIANista” o “vendepatrias”. También por pensar que el futbol y las telenovelas son expresiones bajas. Antes de que se le diera una connotación política, chairo o chaqueto era aquel que se la pasaba jalándole el cuello al ganso y se la pasaba distraído. Como fuera de la realidad. El chairo actual es lo contrario. Es alguien que, supuestamente, está muy al tanto de su entorno y le interesa cambiarlo.

Podría decirse que el término se popularizó durante la cerrada contienda electoral de 2006 entre Felipe Calderón Hinojosa y Andrés Manuel López Obrador. Algunos dijeron que el panorama tan estrecho era resultado del proceso democrático, otros tantos acusaron —y siguen acusando— fraude y guerra sucia. En 2012, la historia se repitió. Pero con el amplificador up to eleven. El choque entre Enrique Peña Nieto y AMLO polarizó a la sociedad mexicana hasta el borde del patatús. Y de ese encono ya nunca volvimos. La proliferación de las redes sociales también abonó a este intercambio de chairadas entre chairos y no chairos. “Que chairo yo, que derechairo tú. A ver, ¿quién es el más chairo de los dos?”. La cara del escritor Daniel Malpica se volvió en la bandera oficial del chairismo (en este enlace explica su versión) y desde 2012 hemos visto su cara en infinidad de memes.

Para arrojar algo de luz dentro de esta encarnizada discusión, el Colegio de México ha acudido a nuestro rescate a través de su Diccionario del Español de México. En el documento, al que se han agregado recientemente términos mexicanísimos como chamaquear, chayotero, huachicolero, cuatrapear o cocolazo, también se ha tratado de explicar qué carajos es un chairo. El Colmex define la palabra como un adjetivo o un sustantivo que se utiliza de manera peyorativa para referirse a una persona que defiende causas sociales y políticas en contra de la derecha, aunque se le critica que sea aquello que algunos llaman “activistas de sillón”. En otra de sus acepciones, la institución académica define a los chairos como alguien que se autosatisface con las acciones que lleva a cabo.

Facebook: Colmex

Obviamente las definiciones compartidas por el Colegio de México han dado cabida a un nuevo debate sobre el término. Y los usuarios han compartido sus propios conceptos.

Foto: Facebook

Tal vez, más allá de las disertaciones académicas, tendríamos que aceptar que todo aquel que tiene una posición innegociable e inmutable sobre un tema específico es un chairo. Ya sea sobre un tema político, deportivo, cultural, sobre videojuegos, musical, de sazón o hasta religioso. Al final todos somos chairos, aunque no traigamos playeritas del Che. Todos tenemos un argumento impermutable y que casi casi defenderíamos con la vida.

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