Por Camila González Paz Paredes
La ola de deportaciones masivas de latinos desde Estados Unidos crece siguiendo la batuta de Donald Trump. Entre los miles de mexicanos repatriados, un grupo más vulnerable y desmembrado, pequeño en proporción pero grande en número, es arrastrado a las ciudades fronterizas del norte de México: los centroamericanos, principalmente de Honduras, Guatemala y El Salvador. Lejos de su gente, con las manos vacías y con una vida repentinamente interrumpida, la deportación a México abre una nueva fase de violencia en la dolorosa trayectoria de los centroamericanos.
Triángulo de horror
Pobreza, violencia y migración se refuerzan mutuamente. En Centroamérica, 26 millones y medio de personas carecen de una o más necesidades básicas. La desigualdad y el estancamiento económico agudizan la pobreza, el crimen organizado y las pandillas coartan el futuro de la juventud y el día a día de las personas. El Triángulo Norte de Centroamérica, formado por Honduras, El Salvador y Guatemala, es también un triángulo formado por estas tres epidemias sociales. Se trata de la región más violenta de América Latina, con El Salvador a la cabeza: la tasa anual de homicidios en ese país ronda los 116 por cada 100 mil habitantes -el promedio mundial es de 6.2 por 100 mil habitantes. En Guatemala hay unos 15 asesinatos diarios y la desnutrición afecta a más del 50% de la población. Cada año, entre 80 y 100 mil hondureños huyen de la pobreza y el desempleo de su país rumbo a Estados Unidos. Todo ello conduce a una crisis humanitaria y migratoria que no puede contenerse con muros, fronteras, policías o ejércitos, y que no puede seguir siendo ignorada.
La ruta más corta para cruzar México y llegar a Estados Unidos atraviesa los estados de Chiapas, Tabasco, Veracruz y Tamaulipas. Es también la más peligrosa, sobre todo porque es una ruta del narco: los migrantes enfrentan secuestros, extorsiones, violaciones, robos, detenciones, reclutamientos forzados en las filas del crimen organizado o esclavización en redes de trata de personas. La deportación desde Estados Unidos con frecuencia vuelve a enfrentar a los centroamericanos con los peligros de México, esta vez en una situación de absoluta vulnerabilidad.
Varados en la frontera Norte
Los centroamericanos deportados a México padecen especialmente la salida forzada de los Estados Unidos. Desde finales de los años 90 se implementó una estrategia de deportación para desincentivar el reingreso a Estados Unidos: además de sacar a la gente con las manos vacías, la policía migratoria procura alejarla de sus contactos y redes sociales tanto en Estados Unidos como en la frontera, expulsando a las personas por rutas distantes a las de entrada y separando a grupos y, muchas veces, a familias deportadas. Esta estrategia se ha mostrado ineficaz, pues no ha disminuido el reingreso de los expulsados, e inhumana, ya que condena a los migrantes a un desamparo repentino. Mientras que los mexicanos pueden establecer contacto con familiares y conocidos o volver a sus comunidades, los centroamericanos se encuentran en medio de la nada, y casi todos optan por quedarse en México e intentar volver a Estados Unidos.
Ni las autoridades de allá ni las de acá reconocen que hay una cantidad importante de centroamericanos que quedan varados en México tras la deportación. En consecuencia, la poca información que se tiene sobre su número y su situación proviene del vox populi. El motivo general de que acaben en México es que pasan “entre la bola” de mexicanos expulsados. La mayoría prefiere llegar a una ciudad fronteriza que ser devuelto a su triángulo de violencia en la más remota Centroamérica y tener que quedarse ahí o volver a arriesgarse cruzando México. Otros motivos contribuyen a que esto sea lo que efectivamente ocurra: la falta de papeles de identidad, la posesión de documentos falsos (que se pueden adquirir en México por $3,000 MXN o menos), el prejuicio de los agentes migratorios de que los latinos son todos mexicanos, o el interés de la migra de ahorrarse el gasto de mandarlos a un destino lejano.
Esclavos del crimen
Los centroamericanos desamparados en la frontera Norte de México son presa fácil del crimen organizado. Dos especialistas de la Universidad Autónoma de Tamaulipas entrevistaron entre 2011 y 2013 a 75 migrantes centroamericanos que habían quedado en esta situación. Aunque no puede establecerse representatividad estadística, es notable que el 87% de los entrevistados fueron secuestrados por el crimen organizado y obligados a delinquir en condiciones de esclavitud, en muchos casos después de días o semanas de tortura y amenazas. Los entrevistados dijeron haber durado entre 3 meses y 6 años en esta situación. En el año 2009, el alcalde de Ciudad Juárez reportó que más del 10% de los caídos en enfrentamientos con la delincuencia organizada eran centroamericanos. ¿Habrá subido esta cifra?
El gobierno estadounidense seguirá anteponiendo su distorsionada imagen de la seguridad y la soberanía nacionales, con sus deportaciones masivas y unilaterales, a los derechos humanos y a los debidos procesos. En este panorama, los centroamericanos deportados en México serán cada vez más y estarán más vulnerables. Las autoridades mexicanas deben reconocer su situación y prestarles la ayuda que necesitan. Se trata por una parte de dar la protección más básica a las personas más desprotegidas y, por otra, de combatir las redes criminales que hacen víctimas tanto a mexicanos como a centroamericanos y que convierten las ciudades de la frontera en un nuevo triángulo de horror.
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Camila González Paz Paredes es socióloga por la UNAM.