En una investigación realizada recientemente por el periódico español El País, se dio a conocer que la mayoría del sistema de agua potable de la Ciudad de México, está compuesta por tubería de asbesto, el cual ha sido clasificado como un material cancerígeno por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El reemplazo de estos tubos existe, pero solo cuando estos se rompen. Tras esta revelación, el Gobierno de la Ciudad ha reconocido esta cuestión, afirmando que esto no incrementará los casos de cáncer.
Sin embargo, todos los organismos de salud internacional advierten que no existe el uso seguro de este material, el cual se encuentra prohibido en países como Argentina, Honduras y la Unión Europea.
“Todas las formas de asbesto son cancerígenas para el ser humano.”
Y no solo la OMS especifica esto, la agencia estadounidense para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades refiere que el agua potable puede contener partículas de asbesto:
“Estas partículas no se evaporan ni se disuelven con el aire. Lo cual provoca que al ser ingeridas, estas se alojen en los pulmones o en el tubo digestivo, dañando las células de los mismos.”
A pesar de que los riesgos del asbesto son tan conocidos, México se ha negado rotundamente a obedecer el convenio de Rotterdam (el cual regula los procedimientos de consentimiento, previos a la distribución de productos y químicos peligrosos), el cual obliga a etiquetar a este producto como cancerígeno para su distribución.
Guadalupe Aguilar, miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México, es de las pocas personas que han investigado los daños producidos por el asbesto y ha determinado que esta negación viene a partir de que México es el principal importador de este material, principalmente desde Brasil y Canadá.
“La mayor parte de la red de abastecimiento de agua potable es asbesto”
Ramón Aguirre, Director del Sistema de Aguas de la Ciudad de México (SACMEX), explica que la red de agua tiene una antigüedad de 60 años y fue construida antes de conocer los efectos nocivos del material.
“Los tubos son reemplazados por otros de polietileno de alta densidad pero sólo hasta que se presenta una fuga o alguna falla que vuelven urgente el reemplazo.”
Por poner un ejemplo, en la delegación de Cuajimalpa hay 289 mil 224 metros de tubería de asbesto y sólo 7 mil 151 de polietileno. De hecho las fugas son un factor de riesgo, pues al romperse, el asbesto libera partículas, que como ya mencionamos, no se desintegran y quedan en el agua.
Aguirre rechaza que exista un riesgo de que la población desarrolle cáncer por consumir agua de esas tuberías. Esto dice:
“Sólo los trabajadores lo desarrollan por el contacto directo. Y aquí ya ni hay fábricas.”
El funcionario informa que la razón para cambiar estas tuberías, se debe a la fragilidad de las mismas, las cuales provocan hasta un 40% de fugas:
“La realidad es que se ha venido trabajando pero no con la intensidad que se requiere por la falta de recursos. Sí se hacen trabajos, pero se requiere invertir mucho más, por eso tenemos una alta incidencia de fugas.”
Aguirre dice que al menos se requieren mil millones de pesos al año para la sustitución de tuberías, adicionales a los 12 mil millones que asigna el congreso local.
Los expertos no se atreven a decir que el consumo de agua que fluye por tubos de asbesto sea causa directa de cáncer, sin embargo, personas como Enrique López, coordinador de la Maestría en Salud Ocupacional de Seguridad e Higiene de IPN, recomiendan que:
“Bien haría el gobierno de la Ciudad de México en empezar un programa para cambiarlos. Con el antecedente que tenemos de la elevada toxicidad del asbesto, pensemos proactivamente y establezcamos la hipótesis de que, al menos, es tan potencialmente peligroso por la vía digestiva como por la inhalación.”
Al menos el gobierno de la ciudad, no se encuentra negando el asunto. Pero si lo que se expone en esta investigación es verdad, vaya que tenemos de qué preocuparnos.