Por Uriel Salmerón
I
El padre Lancaster Merrin luce un atuendo —negro— impecable y un rostro descompuesto cuando un demonio milenario en posesión de una niña lo llama por su apellido con una voz gutural: “¡MEEE-RRRRRR-IIIIII-N!”. Con las cejas gachas, que casi le aplastan los ojos, la boca torcida y la mirada todavía en el suelo, el sacerdote se sienta en una silla. “Quisiera que fuera rápido a la residencia, Demian, y traiga una sotana para mí, dos sobrepellices, una estola púrpura y agua bendita”, ordena el hombre de dios. “Y su copia del ritual romano, el extenso. Debemos empezar”, agrega Merrin mientras de fondo suenan lamentos parecidos al canto de una joven ballena jorobada. Algunos fotogramas después, los dos padres caminan las escaleras y se dirigen a su encuentro con el diablo.
Las secuencias presentadas en El exorcista (1973) son todas las referencias que tengo sobre una posesión demoniaca y su combate. Vómito fluorescente, voces distorsionadas en otro idioma, piel partida tras el riego de agua bendita en forma de la santa cruz. Levitaciones, temblores, resquemores. Y las palabras “el poder de Cristo te doblega” repetidas como una letanía que no se termina. No sé si algo de eso es verdadero. Si una entidad ancestral se puede colar en tu cuerpo después de jugar un juego de mesa de estudiantes de secundaria. Si un cuerpo puede expulsar alfileres, cadenas de hierro y mechones de pelo, o incluso volar, en el trance del rito. El hecho es que mucha gente sí lo cree.
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Fortea, una página católica especializada en exorcismo, y referida por la Agencia Católica de Informaciones, define este fenómeno como “la acción extraordinaria de un espíritu maligno sobre un cuerpo humano, hasta el grado de que en los exorcismos ese espíritu puede mover ese cuerpo a voluntad y hablar a través de él”. La Iglesia Católica, desde sus primeros días, acepta como verdadero el concepto de la posesión demoniaca. En 2014 el Vaticano reconoció de manera oficial a una asociación de 250 curas católicos de todo el mundo que dicen rescatar a la gente de los demonios. En México, algunas iglesias ofrecen estos servicios.
II
Hay una casa que forma el rostro de una bruja en la colonia Roma. Su techo parece la típica representación del sombrero de bruja—un pico que se va escurriendo por los bordes—, tiene unas ventanas arqueadas que dan la ilusión de ser ojos y su balcón luce como una boca. En la tercera sección del Bosque de Chapultepec, cerca del panteón de Dolores hay otro domicilio tan famoso como embrujado. El lugar, presuntamente, le perteneció a una señora apodada Tía Toña, una anciana adinerada que habría matado a varios niños de la calle tras acogerlos en su pequeño palacio rodeado de árboles y maleza.
Otra versión del relato indica que los jóvenes sin hogar asesinaron a su benefactora después de robarle algo de biyuyo. Por los caminos para llegar a la casa en las barrancas del bosque, señalan algunos sitios de internet especializados en lo paranormal, se han reportado robos y violaciones. Más de veinte jóvenes han muerto mientras buscaban el sitio en el que se escuchan voces de niños y lamentos de una mujer, aseguran.
En la San Miguel Chapultepec se ubica otro sitio impregnado de misterio y de una leyenda que chorrea sudor frío. A La Moira le apodan “la casa más embrujada de la ciudad”, como si los niveles de malignidad fueran considerados en algún concurso y esta fuera la ganadora. En los setenta, un niño de ocho años llamado Marcos entró al domicilio. El chico salió disparado —y despavorido— tras ver a un niño de su edad colgado del techo de una habitación. Algún tiempo después, no se sabe con precisión, Marcos regresó a aquel lugar sólo para ahorcarse en el mismo sitio donde años atrás había visto un cuerpo que colgaba como una ofrenda de carne.
A partir de ahí, el inmueble fue hogar de sesiones espiritistas, utilizado como sensorama y centro cultural, además de ser uno de los puntos preferidos para hacer recorridos turísticos de terror.
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Hay más construcciones malditas en la Ciudad de México que perros callejeros. Pero ninguna está tan presente en el imaginario colectivo como el predio ubicado en Cañitas 51, ese en el que se manifestó el espíritu de un monje satánico después de jugar la ouija.
Y que después se convirtió en un best-seller y hasta en una película.
III
Un vaso con agua salió disparado sobre la mesa sin explicación aparente. La puerta de un armario se abrió sola. Las ventanas se azotaron sin que hubiera ventisca. Una muñeca antigua guiñó el ojo. Un Cristo destartalado parpadeó. A algunos los despertaron quejidos a las tres de la mañana, la hora del demonio. El abuelito de alguien tuvo un encuentro con el Charro Negro; a la mamá de otro se le apareció un nahual. Un tío cambió su forma de actuar de manera repentina, comenzó a echar espuma blanca por la boca y habló en palabras de otro mundo. Un desconocido niño de ojeras profundas apareció en la foto de una comida familiar. Todos, de manera directa o indirecta, han tenido una aproximación con lo inexplicable.
A pesar de esto, de acuerdo con la encuestadora Demotecnia sólo, 55% de los mexicanos creen en la vida después de la muerte, 31% piensa que los fantasmas existen y 17% asegura haber contactado a una persona fallecida.
¿Qué hacer en caso de posesión demoniaca? ¿Cómo distinguirla de algún desorden psiquiátrico? ¿A quién se acude en estos casos? ¿Cuáles son los síntomas? ¿Dónde se encuentra a un exorcista? ¿Cómo pedir ayuda sin que quede un estigma social? No es que exista un apartado en la sección amarilla con los números de diez, cincuenta, quinientos expertos. O un manual que ayude a diagnosticar con precisión si se es víctima de un espíritu.
El sacerdote Francisco López Sedano, quien presume haber realizado más de 6 mil exorcismos, afirmó en una entrevista a principio de año que un poseso es alguien que “oye voces”, “siente odio o rechazo por dios”, “que antes creía y ahora patea la Biblia”. Alguien que tiene dolores terribles que ningún médico puede detectar.
IV
Cuando se teclea su nombre en Google aparecen cerca de 650 mil resultados. Es el investigador paranormal más famoso de México. Carlos Trejo es autor de un best-seller, director y productor de una película, miembro de una banda de rock pesado, fundador de un club de motoqueros y de la Organización Mundial para la Investigación Paranormal, además de ser profesional del escándalo y la farándula. La primera imagen que me llega a la cabeza cuando pienso en él, son sus análisis de videos fantasmagóricos en programas matutinos de revista.
El primer resultado que arroja el buscador es la página cazafantasmas.com, un sitio que “parece que lo hizo un hipster de forma irónica”, dice una amiga. En su portal oficial, Trejo se define como “historiador incansable y que siempre busca la verdad de los hechos históricos”. Su obra cumbre, Cañitas (1993), ha vendido más de cuatro millones de ejemplares, de acuerdo con el autor. A pesar de lo abultado de la cifra, y de lo que digan las encuestas, no es difícil pensar que realmente vendió esa cantidad.
Lo indescifrable siempre vende.
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V
Su nombre se ha vuelto un símbolo pop de todo lo que tenga que ver con la muerte y lo inexplicable. De espíritus chocarreros, apariciones endemoniadas, encuentros desde el más allá, pero también del Halloween, el Día de los Muertos y la cultura de lo mórbido. Como Thriller, de Michael Jackson; como El Exorcista, de William Friedkin; como La Catrina de José Guadalupe Posadas. En su respectiva dimensión, claro está. Para contactar al cazafantasmas más prolífico y mediático de México no es necesario ir a una cita espiritista con un médium, jugar la ouija o cortar el pabilo de una vela encendida enfrente de un espejo mientras dices su nombre tres veces. Trejo está muy activo en las redes sociales. La ayuda en un aprieto paranormal (o una entrevista) está al alcance de un correo.
En su respuesta, dice que tiene la agenda llena. “Me es imposible esta semana”, escribe el especialista del “fenómeno paranormal”. “De hecho”, dice, “hoy (1 de noviembre) es el Halloween de Cañitas, la invitación es abierta, por si gustan venir”, prosigue. “Busca en Google: ‘casa de Carlos Trejo'”, es su indicación para dar con la famosa locación. El lugar, a unas cuantas cuadras del metro Popotla y a 650 metros de la Plaza del Árbol de la Noche Triste, está marcado en Maps como un “lugar de interés histórico” y tiene una calificación de 1.8 estrellas. Los usuarios dicen que la historia de Cañitas es “puro choro” que inventó el escritor y que se popularizó “gracias a medios de descomunicación”.
Otros comentarios dicen: “pura historia ficticia, ¡la mentira vende de a montón!”, “nadie murió ahí por causas desconocidas, todo fue inventado por el charlatán” o “es una simple casa y ni siquiera está abierta al público”. En alguna de las tantas entrevistas que el cazafantasmas mexicano ha ofrecido desde entonces, el autor aseguró que la historia, que después plasmó en la publicación, no se la creyó nadie. Ni sus amigos ni sicólogos. Ni siquiera los curanderos.
VI
En el camino hacia la fiesta embrujada, Víctor, un conductor de Uber, habla sobre sus experiencias con lo desconocido, como aderezando lo que nos espera al final del viaje. Él no cree del todo en lo místico, en lo sobrenatural, aunque tiene un amigo que es nieto de curanderos de un pueblo cuyo nombre no recuerda. Otro de sus cuates, un devoto de la Santa Muerte, lo hizo dudar un día mientras se jambaban unas cervezas en una cantina (él casi no toma, recalca).
— Me dijo que a él lo protegía un muerto. Yo no le creí.
El chofer relata que, hacia sus adentros, dijo “este wey está loco”. Entonces un garrafón lleno de agua se empezó a zangolotear. Así, sin que nadie lo propiciara. Su amigo le dijo, con escalofriante exactitud, lo que hace unos momentitos había pensado. “Me dice mi muerto que tú no crees y también que hay mucha gente que te quiere hacer daño, pero no te preocupes, tú también tienes a alguien que te protege”, dijo su amigo dejándolo con dudas sobre el mundo más allá de este.
VII
Toda la calle de Cañitas está cerrada. En su intersección con la calle F.C. de Cuernavaca hay una camioneta de la policía y un poco más adentro están diez elementos (formaditos contra la pared) y autoridades de la delegación Miguel Hidalgo. Como si se tratara de una escena de crimen o algo realmente horrible hubiera pasado allí. A la mitad del corredor hay un templete donde más tarde tocarán grupos de salsa y la banda del investigador de ultratumba (Carlos Trejo & Los Caza).
Un poco más atrás hay dos baños portátiles a los que se puede acceder tras pagar un “cover” de cinco pesos. Por momentos pareciera que es una convención de motociclistas. Y quizás sí es una reunión de motoqueros. El escritor es célebre dentro de este gremio. La mayoría de los asistentes están enfundados en chaquetas de cuero, traen chalecos de mezclilla con montones de parches de su club biker y en un estacionamiento aledaño a la casa embrujada hay un desfile de choppers aparcadas.
VIII
La fachada de la casa embrujada de Cañitas 51 luce un azul cielo diluido y grecas aztecas en la parte de abajo de los muros. Es una casa común y corriente, salvo que es casi dos veces más grande que los demás predios. En su frontispicio hay una Virgen de Guadalupe pintada en azulejo y una cartulina que dice “Megachelas $70”. A la entrada uno es recibido por una pintura del monje satánico que ilustra la portada del libro pintado sobre una pared. En el patio de la residencia maldita no hay nada que temer.
En su espacio hay stands que venden banderillas, hamburguesas y papas a la francesa. Caguamas de a setenta pesos. O en donde alguien se puede transformar en una presencia demoniaca (la pura carita o el cuerpo completo) gracias a la pintura, el látex y cien pesos. A un costado está ubicada una barra VIP, para los invitados con pulsera. Hasta el fondo del patio, justo a lado del domicilio donde el joven Emmanuel fue poseído tras jugar la ouija, hay un puesto decorado con velas. El único lugar a la redonda que exuda algo siniestro.
IX
Sobre la mesa están colocados los títulos menos conocidos del autor: Historias de espantos y muertos, Casas embrujadas, Evidencias de vida después de la muerte y Fantasmas más allá de la muerte. A la venta también están varias revistas con calacas en sus portadas y posters con un Carlos Trejo de mezclilla y cuero acompañado de una de sus motocicletas. La vendedora está disfrazada de bruja roja y dice que esta es la decimotercera fiesta de Halloween en Cañitas. Después promociona su mercancía. Puedes llevarte el cartel autografiado por Trejo por cincuenta pesos, la revista (que además incluye un CD-ROM) por otros cincuenta, cualquiera de los libros por ciento cincuenta o el “paquete todo” (que también incluye una foto) por trescientos cincuenta. Esta se puede tomar, con tu celular, en la habitación donde “se apareció la bruja” (y que también fue locación de la película) o a bordo de la motocicleta del estudioso paranormal. “Como tú quieras. Tú solo en la motocicleta o con Carlos”.
Cuando Trejo sale a escena, todos se sacan selfies con él. Nadie paga.
X
En la calle cerrada de Cañitas, muy cerca de la tarima, ya hay un grupo tropicoso haciendo los honores. Uno de sus integrantes es referido por los demás como “El Cañitas”. El cantante de la banda aplica un gag como de boda y se disculpa por haber empezado a tocar “tan tarde”. “Discúlpenos, estábamos dando autógrafos… pero nadie nos lo recibía, guajaja”, se carcajea el vocalista. El ambiente es ese, como de unos XV años, de un bautizo o de cualquier otra fiesta familiar. No de una casa llena de fantasmas y tragedias que fue construida sobre un antiguo “cementerio de monjes de Tacuba“.
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Uriel Salmerón es periodista egresado de la EPCSG. Ha sido colaborador de la Red de Periodistas de a Pie y publicado en diversos medios como Máspormás, Sinsabor, El barrio antiguo, Cosecha Roja y Yaconic.
Twitter: @urisalmeron