Por Tamara Velasquez
La gentrificación es un problema que enfrentan muchas de las grandes ciudades. Ésta se caracteriza por el desplazamiento de comunidades originarias a mano de una nueva población con un mayor nivel de ingresos. Las zonas atraen inversionistas, inmobiliarias, y especuladores, quienes las hacen inasequibles para los vecinos que en ellas residían con anterioridad.
La primera indicación de que una zona está en proceso de gentrificación es el incremento en la oferta inmobiliaria, de oficinas y de locales. Después, sigue la alza en los costos de vivienda. Todo esto acompañado de proyectos de inversión privada y privatización del espacio público. Dinámicas que destruyen comunidades y generan exclusión social, aunque suelen presentarse como “proyectos de renovación urbana”.
La Ciudad de México no es excepción a este fenómeno mundial. Durante el sexenio de Miguel Ángel Mancera se ha experimentado un boom sin precedentes de desarrollos inmobiliarios que han provocado serias afectaciones en la prestación de servicios como el agua y la congestión de vialidades en las colonias en las cuales se construyen. En muchos casos, se ha identificado que esta permisividad inmobiliaria está ligada a casos de corrupción. Esto ha venido acompañado de una estrategia de crear una “marca ciudad” muy específica para la capital, la cual involucra promover a la CDMX como un destino cosmopolita de lujo, y crear la imagen de una ciudad cool ante el imaginario colectivo tanto global como nacional.
He escrito antes acerca de este curioso fenómeno del rebranding de la Ciudad de México. En los últimos años ha salido artículo tras artículo comparando a la Ciudad de México con capitales europeas, siempre entrevistando a adinerados artistas extranjeros, expatriados que trabajan remotamente para algún medio o empresa europea o norteamericana, ganando salarios en dólares o euros y, en casos muy raros, a uno que otro mexicano de clase alta o media-alta. Los textos suelen hacer referencia a colonias de moda, haciendo creer que éstas son representativas de toda la ciudad. Inclusive el mismo gobierno ha sacado spots promoviendo a la Ciudad de México como un paraíso hipster en el cual personajes rubias, extranjeras y de clase alta pasean por las calles de Polanco, cenan en restaurantes finos, y toman cócteles en lujosos bares de la Roma. De igual manera, en YouTube aparecen decenas de videos promocionales parecidos.
Por medio de estos mensajes, la presencia de la mayoría de las personas que habitan esta ciudad se invisibiliza. Por ejemplo, la publicidad que promueve la Colonia Juárez vende la idea de que la historia de esta zona es la de un barrio de “aristócratas, bohemios, y hipsters”, dejando a un lado que ésta tuvo, por décadas, un alto porcentaje de población indígena. Esta clase de narrativas es una característica clave del fenómeno de la gentrificación como fenómeno global. Mucho se ha escrito acerca de cómo los esfuerzos gentrificadores resultan en una homogeneización de la población, la cual en ocasiones deriva en que la historia de grupos racial y socioeconómicamente marginados quede borrada de colonias que históricamente habitaban. Tal es el caso de ciertos barrios históricamente afroamericanos e hispanos en diversas ciudades estadounidenses.
Curiosamente, la mercadotecnia ha funcionado. Cada vez escucho de más conocidos extranjeros con un repentino interés en conocer la Ciudad de México. Hay vlogs enteros dedicados a documentar la vida de los expatriados en la ciudad. Inclusive el comediante norteamericano Fred Armisen ha expresado interés en crear una serie sobre hipsters romacondechis para HBO. Es claro que la creación de esta marca ciudad proviene de un deseo de encarecer la ciudad para favorecer a inversionistas y corporativos inmobiliarios, a costa de los vecinos que habitan las colonias céntricas de nuestra ciudad.
Estas nuevas dinámicas inmobiliarias han convertido a la CDMX en una ciudad impagable para sus habitantes. De acuerdo con estudios realizados por la consultoría PwC, si se toma la renta como una proporción del ingreso promedio, la Ciudad de México es una de las ciudades más caras para rentar, inclusive por encima de ciudades como París o San Francisco. Asimismo, de acuerdo con el diario El País, resulta más fácil conseguir una propiedad que valga un millón de dólares a una que valga un millón de pesos.
No cabe duda que los efectos de este fenómeno han sido devastadores para nuestra ciudad, pues han provocado dinámicas de exclusión, desplazamiento, y segregación pronunciadas. Es probable que estén contribuyendo tanto a la creciente reducción de la clase media, como a la exclusión de quienes ya vivían en condiciones de precariedad.
Entonces, ¿qué nos toca hacer ante la gentrificación?
Podemos identificar dos agentes principales en los procesos de gentrificación: las inmobiliarias y el gobierno. Debemos limitar el poder que estas primeras tienen sobre el segundo a través de medidas anticorrupción y regulación sobre el financiamiento privado a partidos políticos y candidatos.
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Debemos reconstruir una ciudad más humana y vivible. Se deben establecer políticas públicas que garanticen el derecho a una vivienda social digna en zonas accesibles para todas las personas, que regulen la construcción de desarrollos en la ciudad—con especial atención y control a las herramientas financieras que promueven la especulación inmobiliaria—, y debemos empezar a implementar controles sobre la renta que se puede cobrar.
Además, es importante que respeten y se promueva la independencia de los mecanismos de participación ciudadana capaces de involucrar a vecinos en la toma de decisiones de sus colonias, como los comités vecinales, los cuales se encuentran hoy, en gran medida, cooptados por los partidos políticos.
La Ciudad de México es una megalópolis con problemas titánicos. También es nuestro hogar. Hay que intentar hacerla más humana.
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Tamara Velasquez es parte de Wikipolítica CDMX, una organización política sin filiaciones partidistas.
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