Por Diego Castañeda
Con el inicio del nuevo gobierno, no han faltado varios comentarios de nuestro presidente sobre cómo le gusta el modelo nórdico, el estado de bienestar que Noruega, Suecia, Dinamarca y Finlandia tienen para la prestación de servicios públicos. El presidente sin duda tiene un buen modelo en mente cuando piensa estas cosas, no como los que luego dicen que prefieren vernos como Dubai o como Arabia Saudita.
Sin embargo, para construir el estilo de vida nórdico hace falta mucho más que sólo desearlo. Si México algún día quisiera llegar a este paradigma de desarrollo, primero tiene que aprender algunas cosas; la más importante de ellas es, sin duda, sobre los impuestos.
Las tasas impositivas en esta parte del mundo son elevados. En promedio, en países como Dinamarca y Suecia llega por arriba del 44 por ciento para ingresos que sobrepasan el equivalente al millón de pesos al año (aproximadamente). No obstante, las personas son bastante felices con este arreglo. Obtienen un sistema de salud universal de muy bajo costo, educación sin costo desde el kinder hasta la maestría. Por ejemplo, en Suecia desde que se entra a la universidad hasta que se egresa de la maestría (o de dos o tres maestrías) el Estado le paga una suma mensual al estudiante para que pague su renta, su manutención, su entretenimiento, etcétera. Esta suma ronda el equivalente a los 25 mil pesos mexicanos de forma mensual, con un porcentaje que el beneficiario debe regresar al Estado a lo largo de su vida.
Todas estas cosas bonitas son producto de impuestos altos, que le dan mucha capacidad de acción al Estado. Con un gasto público fuertemente redistributivo, el entendimiento de que cada persona es que puede ser feliz y desarrollar al máximo sus potencialidades; así, todos en la comunidad estarán mejor.
En México claramente hay algunas lecciones que podemos derivar de esta cuasi-utopía del estado de bienestar.
Lo primero que debería ser muy obvio para todos es que si seguimos recaudando en impuestos unos 13 puntos del PIB y con todo el resto de ingresos (Pemex, cuotas del IMSS, etc, etc) contamos con unos 20 puntos de PIB de capacidad fiscal, nunca vamos a llegar a tener la capacidad para construir un estado de bienestar con esas características. El desarrollo es caro, como diría el gran Tony Atkinson.
Lo segundo es algo que al menos en principio nuestro gobierno entiende bien. El Estado debe tener legitimidad y para eso se requiere un gasto público más eficiente y redistributivo. En este campo tenemos mucho por hacer, pero que se reconozca que es una tarea muy pendiente es un avance importante.
Los escandinavos ven en sus estados de bienestar la columna vertebral de su calidad de vida. No se equivocan. Así hacen frente a los retos del cambio demográfico, la migración y la creciente desigualdad en el mundo. Y, sí, en las economías escandinavas la desigualdad crece; especialmente en Suecia, debido a una serie de recortes en impuestos. México pronto va enfrentar algunos de esos retos. Particularmente, el lado de las pensiones; con la diferencia de que nosotros no tenemos la fortaleza fiscal ni los sistema de seguridad social universal puestos en pie.
Nosotros tenemos que diseñar nuestra propia versión del estado de bienestar al mismo tiempo que enfrentamos estos retos. No es un asunto sencillo, pero requiere que por fin dotemos de capacidad al Estado; igualmente, de una reforma fiscal progresiva que permita enfrentar estos problemas. No queremos ser el país de los viejitos pobres.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda