¿Usted se ha preguntado de qué va la política exterior de nuestro país? Históricamente México ha sido un país con suficientes problemas al interior como para fijarse en el exterior; seguramente más de uno ahora mismo piensa: “primero resolvamos nuestros problemas y luego nos fijamos en los demás”.
Ésa ha sido nuestra historia, sumisa y aislada, una voz inexistente en el foro mundial. Lo anterior no se debe exclusivamente a quienes detentan el poder, esta postura es legitimada socialmente pues por nuestras venas corre una sangre nacionalista (probablemente producto de la revolución), siempre preocupada por pensar exclusivamente en lo suyo, celosa de su suelo y símbolos, siempre por delante con ese orgullo patriótico, nunca interesados por lo que sucede a nuestro alrededor. El hecho es que pertenecemos a una nación que se aisló de las relaciones internacionales, no figuramos como una voz autorizada si no acaso como un gris socio comercial, pero empapado en una cultura folclórica.
Dentro de lo poco que México ha aportado al Derecho Internacional y al estudio de las Relaciones Internacionales se rescata en particular un pronunciamiento diplomático que por su contenido y pertinencia, se le considera actualmente una doctrina. La llamada Doctrina Estrada, estandarte del Estado mexicano ante el exterior, históricamente polémica y aún más tras la llegada de la globalización y el neoliberalismo, es decir, bastante sonada durante la administración del jocoso Vicente Fox.
La mencionada doctrina, pronunciada por el diplomático de carrera Genaro Estrada en el año 1930, perteneciente al gobierno de Pascual Ortiz Rubio (que como bien sabemos sólo fue el rostro visible del Jefe Máximo Calles), hace alusión a la no intervención en asuntos domésticos de un Estado extranjero, prefiere reservarse el derecho de otorgar o no reconocimiento a un gobierno que hubiese llegado mediante los medios que fueren (elecciones, revolución, golpe de Estado, gobierno legítimo, etc.); y, de producirse un cambio de gobierno no sustentado bajo el amparo de la ley, México se reserva el derecho a mantener el vínculo diplomático con la nueva administración sin otorgarle su reconocimiento político. Es decir, México no cuestiona la legitimidad internacional de determinado régimen político, es la no intervención entre naciones: ni me críticas ni te crítico.
(Pascual Ortiz Rubio con sus quevedos «hipsters»)
La política exterior de México se ha basado en la igualdad jurídica de los Estados, el reservarse el derecho de opinión o intervención en los asuntos internos de otros y respetar el derecho de los pueblos a su autodeterminación. Dicen los expertos que esas premisas son el resultado del corte ideológico nacionalista que caracterizó en sus inicios al PRI. También por supuesto, responde al contexto de la época; Cárdenas, por ejemplo, se basó en la Doctrina Estrada para defender el derecho de México a ejercer el control de sus recursos naturales y su industria. De modo que esa política exterior ilustra el manejo diplomático que mejor convenía en una época en que las fricciones con Estados Unidos y Europa –sobre todo desatadas por la nacionalización del petróleo- no se tomaban en lo absoluto a la ligera, digamos que a las potencias no les gustó la aplicación del Artículo 27 de la Constitución (aquél que habla de la propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro del terriotrio nacional).
El canciller Genaro Estrada tenía en cuenta la presión que ejercieron Europa y Estados Unidos sobre los gobiernos de Carranza, Obregón y Calles, entonces respondió a la urgencia de trazar la política exterior de una nación agredida y aislada históricamente.
Ahora cabe preguntarse, ante los cambios políticos mundiales ¿México debe mantener esta postura? Es un hecho que actualmente México no tiene voz ni voto a nivel mundial, ni se inmuta en los aspectos que incluso le competen; un caso reciente es el de espionaje que destapó el buen Snowden (la escueta declaración de EPN, la verdad no vale).
(A Trotsky lo recibimos, pero a Snowden ni los buenos días le damos)
Durante la administración del dicharachero ex presidente Fox esto fue un asunto en boga. Fracciones panistas se pronunciaron por modificar el 89 constitucional, pues bajo la lógica de la democracia liberal que caracteriza al PAN, se pensó que México debía denunciar aquellos gobiernos ilegítimos constitucionalmente, aquellos autoritarios y violadores de derechos humanos; sobre todo y en concreto a Cuba. Como bien recordarán, Fox fungió como acérrimo enemigo del régimen político cubano, también llegó a meterse con Venezuela, hasta ganarse uno de los mejores motes: “cachorro del Imperio”.
Fox, fiel a la costumbre, fue bastante incongruente respecto a la Doctrina Estrada, pues la invocó durante el golpe de Estado que derrocó por algunas horas a Hugo Chávez y por otro lado, denunció sistemáticamente al Estado Cubano, es decir, a veces la aplicaba y a veces no. Primero -mediante Jorge Castañeda- se pronunciaba por una política exterior mexicana que defendiera los derechos humanos, las libertades y regímenes constitucionales en el mundo, pero cuando un golpe de Estado derrocó a Chávez, recurrió a la Doctrina Estrada y mantuvo relaciones diplomáticas prescindiendo de su reconocimiento político.
El tema viene a colación a propósito de las relaciones internacionales que desencadenó el caso Snowden. Los gobiernos europeos primero profundamente indignados por el espionaje del que fueron víctimas por parte del Tío Sam y después actuando como sus subordinados (no olvidemos lo sucedido con Evo Morales). Por su parte, los gobiernos latinoamericanos, esos que nos repiten sistemáticamente en la cultura dominante, que se caracterizan por su autoritarismo, represión, violaciones de derechos humanos, de la libertad de expresión y de la transparencia (como Ecuador, Venezuela y Nicaragua) ante la cacería humana que emprendió Washington contra Snowden, le ofrecieron asilo político a este denunciante de los abusos a la libertad de expresión y a los derechos humanos de un país –que siempre nos dicen- es más demócrata que la junta vecinal del barrio.
¿Y México qué opina? Habrá que evaluar los beneficios y perjuicios de la aún vigente doctrina Estrada, pero sobre todo, demostrar un poco más de autonomía y menos subordinación plasmada en silencio que tanto nos ha caracterizado los últimos años.
Por: Aldo Bravo