Por Alejandra Eme Vázquez
Una de las grandes polémicas cuando entramos a los terrenos de la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ, para los cuates) es si ésta tiene responsabilidades sobre los discursos que reproduce y transmite, si por la edad de su público es un vehículo de educación o si todo eso es un prejuicio de quienes a fuerza quieren convertir lo divertido en adoctrinador, o viceversa. La discusión está viva y, en su curso, saca a flote prejuicios y expectativas que hace bien tener claros para visibilizar desde qué ideas estamos ejerciendo la lectura, la escritura y la crítica. Eso hace mucho bien a una literatura que necesita formar alianzas con la niñez y la juventud, por tanto tiempo ninguneadas.
Aristóteles y Dante descubren los secretos del universo, de Benjamín Alire Sáenz, es uno de esos libros que, al margen de la discusión, irrumpe en el panorama para mostrarnos magistralmente cómo armar una historia que atraviesa esos temas que consideramos “escabrosos”, sin intenciones moralizantes ni desplantes de condescendencia. Ante las discusiones críticas, es la propia creación la que da ciertas respuestas. No se trata, entonces, de que la LIJ se escriba con una agenda en mente, sino de poner en palabras lo que nos acomoda y desacomoda la experiencia con esto que llamamos realidad. La ventaja de la literatura es que puede explorar, elegir sus rutas y entregar un mapa que crea su propio sentido. Ésta puede parecer una idea pretenciosa, hasta que llegan libros como Aristóteles y Dante… y no hay más que aceptarlo.
Sí, a veces la literatura tiene más vitalidad que la vida.
Siempre ha habido autoras y autores de LIJ que se salen del corsé de la literatura didáctica, pero especialmente en este siglo eso se ha convertido en una marca de oficio. Como dice Juana Inés Dehesa en este artículo,
[l]o primero que ha sucedido es que los niños que los autores imaginan al momento de concebir y llevar a cabo un texto ya no son los de antes. Esos personajes románticos, inocentes y maleables que vivían en la mente de los autores del siglo xix y principios del xx han sido reemplazados por unos con menos cartón y más vísceras, con menos conciencia de lo que está bien y es bueno, y con más noción de sus propios deseos y de la forma en que éstos pueden convertirse en realidad. No es que los niños hayan evolucionado en forma acusada y notoria, ni que su lenguaje haya variado tan drásticamente que al momento de plasmarlos en cuentos y novelas resulte que de tener un vocabulario y una sintaxis impecables han pasado a expresarse con dificultad. Los niños siguen siendo los mismos; lo que se ha modificado es la idea de infancia, y, sobre todo, la idea de lo que es apropiado para la infancia.
La cuestión con la LIJ es que sí tiene un factor iniciático que, al menos por ahora, como concebimos a las infancias y las juventudes, no puede evitarse. Ni tendría por qué, si una de las bellezas de escribir para niños y jóvenes es justamente enfrentarse a la lectura desparpajada, franca y exigente de esos primeros años en los que todas las preguntas están vigentes, como todas las posibilidades. Por eso es lógico que quienes escriben para este público hagan cada vez más patente un principio fundamental de la creación literaria en general: contar historias se trata de respetar a las historias, incluyendo las que cada lector ponga en juego al relacionarse con lo escrito.
Alire Sáenz es un autor que ama las palabras y, sobre todo, lo que éstas encarnan; eso se nota antes de ser su fan y devorarse su biografía, sus entrevistas y seguirlo en Twitter. También sus poemarios son fascinantes (recomiendo El libro de lo que permanece, en traducción de Javier Acosta, editado por Conaculta), y Aristóteles y Dante… desborda poesía, sobre todo en las conversaciones entre personajes. La experiencia de leer este libro es una delicia desde el nivel lingüístico y la sobresaliente traducción al español de Sonia Verjovsky Paul lo tiene clarísimo.
Seguro ya notaron que llevo, con éste, siete párrafos sin dar una sola pista de la trama del libro que reseño. Es justo porque es un texto que respeta y ama tanto a su historia, a sus personajes y a sus palabras, que va revelando cada vez una mayor profundidad y deja que todo tome su propio rumbo. Sería muy fácil ponerle una etiqueta y apelar a la fascinación del morbo para que sea leído, pero ¿no es eso justamente lo que queremos evitar cada vez que hablamos de no lucrar con las luchas por los derechos de grupos vulnerables, de no dejar que el mercado se apropie de nuestros afectos? Es tan evidente que este libro nació para ser un pedazo de vida, entrañable como pocos, que reducirlo a un tema “escabroso” o “tabú” es no hacerle justicia.
Tras un análisis detenido, he obtenido datos suficientes para concluir que parte fundamental de recomendar Aristóteles y Dante… es evitar por todos los medios revelar De Qué Se Trata. Así llegó a mí y así lo paso ahora a ustedes, como un ritual no escrito. Tengo la firme convicción de que la propia historia lo pide, porque el ambiente que crea es uno en el que los personajes van tomando decisiones, erróneas y acertadas, que les llevan a conocerse y reconocerse. No hay un solo elemento que falte o sobre en este mundo en el que la amistad de Aristóteles Mendoza y Dante Quintana detona un contexto tan poderoso que no queda más que pedirles encarecidamente que lean y que, cuando lean, compartan; que cuando compartan, sientan esta necesidad que siento ahora de respetar solemnemente la lectura ajena y dejar que sea el encuentro con el libro el que permita a cada uno, a cada una, descubrir los secretos del universo.
Benjamín Alire Sáenz, Aristóteles y Dante descubren los secretos del universo (traducción de Sonia Verjovsky Paul), Planeta, México, 2015.
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Alejandra Eme Vázquez es profesora y ensayista. Estudió en la UNAM la maestría en Letras Latinoamericanas.
Twitter: @alejandraemeuve