Por Mariel Miranda
El revuelo de las consultas continúa, si no pregúntenle a quienes salieron a marchar el 11 de noviembre o al mismísimo Andrés Manuel, con su anuncio del lunes: una consulta dentro de 15 días que incluyen el Tren Maya y 10 programas sociales. No sólo eso, en su visita a Baja California Sur, prometió a quienes están en contra de los proyectos de extracción minera, y a favor de defender el agua, que la decisión sería vía consulta (¿o encuesta?) antes de que tome posesión para “saber qué hacer con la mina”.
Celebro la consulta y cualquier mecanismo que busque deliberar e incluir a las personas en la toma de decisiones sobre política pública y proyecto de país. Sin embargo, si se caracterizan por hacerlas al “ahí se va”, como meras consultas políticas, y no como un proceso que incluya a las personas, que les permita apropiarse de las decisiones públicas y amplíe su capacidad de incidencia, sólo me queda decir: Palacio Nacional, tenemos un problema.
Si es que quieren desenvainar la espada de que “sólo hablo de formas” o que “mejor que consulten mal a que no consulten”, aclaro desde ahorita que no va por ahí. Si la administración entrante persiste en no entender a los mecanismos de participación (espero que sea incomprensión y no cinismo), erradicar la corrupción —o más bien los privilegios políticos y cambiar a las élites— no le alcanzará para defender la democracia ni al pueblo. Vaya, incluso estaría poniendo sus propios objetivos en jaque, haciendo un mero relevo de élite.
Si su propósito es darle voz a quienes han sido excluidos, entonces no basta con un vocero que ponga orden y busque justicia social. Necesitamos tomar la participación e inclusión de las personas con seriedad porque ahí nos jugamos la posibilidad de igualdad política, donde cada persona pueda incidir y transformar su entorno, con la posibilidad de reducir las brechas de desigualdad. Es ahí donde disputamos la descentralización del poder, y no hablo de disputarla con quienes vienen a gobernar, que el centralismo no lo han inventado ellos.
Ya que este sexenio se caracterizará por los mecanismos participativos y un discurso que busca poner a las personas al frente, hagámoslo sin improvisaciones, apostando por los mecanismos de participación como un tema de ampliación de la democracia y no como un asunto de mero rédito político que posicione agendas personales y se vuelva la única agenda inmediata de los medios. Además, habrá que dejar claro que incluir a las personas en la toma de decisiones no implica librar a los gobiernos de su obligación de proteger y defender los derechos humanos y su progresividad y garantizar que habrá mundo para todas, no sólo para quienes lo habitamos ahora (incluso si “la mayoría” está de acuerdo con que más vale 10 años de extracción que 100 años de recursos naturales).
La ¿consulta? del Tren, cuya construcción inicia el 16 de diciembre, avanza. Luce lejano el caso de la ciudad brasileña de Porto Alegre, donde -por ejemplo- las consultas duran 2 años, tan sólo para definir prioridades locales. Y curiosamente tendrá lugar cinco días antes de que AMLO asuma posesión como presidente: en otras palabras, cinco días antes de que esté obligado a que cualquier ejercicio de consulta cumpla con los requisitos de la Ley Federal de Consulta Popular. Él mismo ya anticipó que buscará la reforma de la misma y nos advirtió que “nos vayamos acostumbrando”. Yo más bien sugeriría que mejor nos vayamos organizando para marcar pauta en lo que se refiere a los procesos participativos federales y locales.
Al respecto, una oportunidad para hacer valer la igualdad política y la descentralización del poder en la toma de decisiones no está lejos, en la CDMX. No hablo de la consulta express de 15 días sobre uno de los megaproyectos más importantes de los próximos años, sino de los mecanismos que tendremos para incidir en lo local. En las próximas semanas, el Congreso Local estará discutiendo la Ley de Participación Ciudadana. Ésta será una oportunidad para corregir comités vecinales, presupuestos participativos, asambleas ciudadanas y varias otras figuras que hemos visto que en la práctica se han quedado a medias, han sido mal implementadas e incluso se han integrado a la mala administración de lo público. No queremos sólo corregirnos la plana; queremos llevar más allá nuestras posibilidades de organización, así como nuestra capacidad de incidencia y representación. Debemos buscar la forma de deshacernos de los vicios que han tenido nuestras figuras de participación y representación, pero siempre ofreciendo una contrapropuesta a la falsa idea de que centralizar la toma de decisiones es la solución.
En las líneas anteriores he procurado abstenerme de usar “ciudadana/o” justo porque creo que ahí está el reto más importante de cualquier ejercicio de participación, ya sea para decidir sobre los 25 proyectos de Andrés Manuel (programas sociales incluidos) o para incidir en nuestras localidades. Descentralizar el poder es crear INCIDENCIA REAL Y SERIA de todas las personas; de aquellas que históricamente se han organizado por vías institucionales pero también, y sobre todo, de quienes sólo han podido organizarse bajo el clientelismo de la democracia. Se trata de superar la idea de que sólo los Ciudadanos —con C mayúscula, como refiere Arriagada Cuadriello, incluyendo a las élites políticas actuales (y hoy renovadas)— participen y podamos ampliar las discusiones más allá de la técnica o de los malabares políticos.
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Mariel Miranda es coordinadora de Wikipolítica CDMX, una organización política sin filiaciones partidistas.
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