Por Esteban Illades

A veces parece un sueño, a veces se nos olvida, pero el presidente de Estados Unidos es Donald Trump. Un magnate que miente sobre su fortuna, que miente sobre, pues, todo, preside el país que durante el último siglo fue considerado el más poderoso del mundo.

Enrique Peña Nieto tuvo que vivir sus últimos dos años perseguido por los tuits y las ocurrencias de Trump: mientras se negociaba un nuevo Tratado de Libre Comercio –idea también de Trump–, el presidente estadounidense dinamitaba una y otra vez las mesas de negociación a punta de tuitazos. También tuvo que aguantar una y otra vez la amenaza de que México construiría un nuevo muro fronterizo.

Peña tampoco se hizo favores, y es, hasta cierto punto, corresponsable del desastre. Todos recordamos cuando lo invitó en plena campaña, en 2016, a Los Pinos y las consecuencias que la imagen tuvo. Recordamos a un presidente pequeño, bulleado por una estrella de televisión, en la entonces residencia oficial. Recordamos también que le dio el Águila Azteca, la máxima condecoración del gobierno mexicano a un extranjero, a Jared Kushner, el yerno de Trump.

Pero Peña ya se fue, y le heredó el changarro a Andrés Manuel López Obrador, quien en campaña dijo que respondería todos y cada uno de los tuits de Trump, y que –para nuestra fortuna–, optó por la filosofía de “Bora respeta” ya que asumió el cargo. Ante ataques, ante injurias, el presidente repite que no se meterá en problemas, que Trump puede decir lo que quiera. AMLO se ha mantenido callado frente a los embates, a pesar de que han subido de tono en las últimas semanas.

Pero la pregunta es hasta dónde se puede ignorar al presidente de Estados Unidos. La bolsa de valores y el mercado financiero, por consecuencia, ya no le hacen mucho caso; descuentan sus dichos y acciones. Por eso, a pesar de su errático comportamiento, nuestro vecino del norte no se ha caído como se hubiera esperado. Se dice en medios, con el viejo dicho de por medio, que Trump es como el perro que ladra pero no muerde.

Sin embargo, algo ha cambiado en los últimos días y ese algo podría tener efectos más fuertes de los que creemos.

Se trata del famoso “reporte Mueller”, encargado a Robert Mueller, exdirector del FBI. Durante más de dos años, Mueller se dedicó a investigar la presunta intervención de Rusia en el proceso electoral de Estados Unidos. Finalmente, hace un par de semanas, Mueller entregó sus resultados. Aunque el reporte, según lo que se ha dado a conocer, pues todavía no es público, no exonera a Donald Trump respecto a una posible asociación con Rusia para ganar la elección, tampoco lo declara culpable. Es decir, deja las cosas en una zona gris. Trump ni está libre de responsabilidad pero tampoco es señalado como un peón del gobierno ruso.

El problema es que en un país que ahora se rige por opiniones y no por hechos, Donald Trump es el dueño de la narrativa. El presidente ahora se dice completamente inocente y utiliza eso como herramienta fundamental para lanzar su candidatura para reelección en 2020.

Foto: Shutterstock

Y he ahí el meollo: para la campaña, Trump echará mano de todo lo disponible en busca de la reelección, y si algo le ha generado apoyo es su discurso nacionalista y antimigrante. Esperamos más de eso, y a un volumen mayor en los próximos meses. Ataques y amenazas, que, aunque no parezcan serias, sí podrían cumplirse en caso de que se reeligiera. Esto no es descabellado, por cierto, si se piensa que la oposición, los Demócratas, no tienen ningún candidato que emocione al electorado.

Porque si Trump es reelecto ya no tiene nada que perder. Tradicionalmente, el segundo período presidencial en Estados Unidos es en el que se revela aún más la agenda política del presidente: no tiene restricción alguna porque ya no competirá por ningún cargo nunca más. Ése es el peor escenario no sólo para los mexicanos en Estados Unidos, sino para el gobierno mexicano: que Trump esté en el poder cuatro años más, sin la sombra de interferencia rusa y con una oposición política que aún no sabe cómo detenerlo.

Por lo pronto, seguiremos escuchando sobre un posible cierre de la frontera si México no responde a las amenazas de Trump. Seguiremos escuchando de la posible cancelación del nuevo tratado de libre comercio si no se hace nada respecto a la migración. Seguiremos escuchando retórica que para 2020 podrá pasar de lo imaginario a lo real.

Por eso, aunque nos digan que Trump no importa, que es un “presidente de chocolate”, no hay que echarlo en saco roto: de ganar la elección, la presidencia de López Obrador correrá todo su sexenio en paralelo a la de Donald Trump, y ya no sólo con amenazas encima, sino con posibles acciones y daños de alguien que lo único que busca es ser popular y está dispuesto a hacer lo que sea con tal de mantener el rating.

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Esteban Illades

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