Por José Ignacio Lanzagorta García

Poco más de 5 días y habrá terminado… aunque en estos meses ha sido digno de nota su silencio, su marginación, su olvido, incluso su irrelevancia. Tan intensas son las señales de cambio, tan fuertes son las pasiones que despierta el gobierno entrante que si de por sí es siempre difícil prestarle atención al Presidente que entrega la banda, esta vez casi nos tienen que recordar su nombre. Hasta la no saciada sed de justicia, que tanto se clamó estos años, se apaciguó. Parece que nadie está esperando con ansias a que termine este gobierno, pero porque lo otro no tuvo ni que esperarlo para comenzar. El próximo 1 de diciembre López Obrador no tomará protesta, bromean con sorna, sino que rendirá un informe de gobierno. Así se despide un gobierno que de facto está acabado desde hace como cuatro años.

Resulta irónico que la misma semana que la pareja del presidente electo presentó un proyecto de memoria histórica, aquél más bien hablara de un borrón y cuenta nueva. En la Cuarta Transformación no habrá destierros, fusilamientos, ni guerras… no habrá, según parece, ni siquiera denuncias. La administración más abiertamente corrupta de la historia reciente mexicana tendrá un pase dorado de impunidad… como (casi) siempre lo tuvo. El recuento de escándalos era ya inconmensurable. Su cotidianidad ahogó su espectacularidad. Imagino la frustración de los altos servidores públicos que, si acaso tuvieron la oportunidad, por pudor habrían robado poquito. “De haber sabido”, dirán. En todo caso, podrán llenarse la boca declarando que se van “con la consciencia tranquila”.

Sí es irónico: la semana que hablamos de memoria, el nuevo régimen avizora que para los rufianes no habrá ni justicia, sino sólo olvido. Sus nombres no permanecerán ni en los titulares de las órdenes de aprehensión, de las investigaciones en su contra, de los juicios y de las sentencias. Nada. Tal vez sea éste peor castigo para quien invirtió tanto en gel para el pelo, en utilerías y escenografías, incluyendo una cónyuge de fantasía, en branding y hasta motes: al eficaz presidente de las reformas no se le hará el favor de la justicia de convertirse en el infame presidente de la corrupción. Pero… ¿y el castigo para los otros?

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También es irónico que las cuentas pendientes con la justicia no continúen siendo un clamor central en la agenda pública. Tan azorados estamos por la violencia, tan fastidiados andamos con la corrupción, tan hastiados con una economía estática e injusta, que la promesa de cambio lo es todo, para esperanza de una mayoría y espanto del resto. Las fuerzas se nos van en la disputa por el futuro, en la forma en la que procesamos la ruptura. Ante este panorama, ¿qué presidente comprometería gobernabilidad persiguiendo al antiguo régimen? Tal vez el exceso que contribuyó a este hastío, a este ya no esperar nada, les valió ese pase dorado.

Ya se verán los costos y aciertos de tal decisión. Cuando no estén ocupados con los múltiples otros asuntos de la agenda pública, los detractores de la nueva administración se rasgarán las vestiduras por la ausencia del estado de derecho. Y ciertamente razón no les faltará. A veces no queda claro si la impunidad obedece a que aplicar correctivos sería mantener vivo un régimen que más bien se pretende anular por completo o todo lo contrario: que el régimen nuevo ya fue cooptado. Que no le gusta la venganza a López Obrador, dice, ¿pero y qué tal la justicia?

Para acabar con la corrupción tal vez no sólo basta la estatura moral del que encabeza la presidencia, como suele afirmar López Obrador, sino también la sanción ejemplar; la idea siempre tan débil en este país de que los hechos deben tener consecuencias. El primer ángel caído tras el borrón y cuenta nueva supondrá un reto político fundamental para la nueva administración, ¿quién será? ¿Un priista acogido? ¿Un morenista descarriado? ¿Uno de los muchos advenedizos? ¿La falta será equiparable a los desfalcos que hemos visto en estos últimos años? ¿Y si no es sancionado? Es interesante el reto que se pone a sí mismo López Obrador: su quinazo tendrá que ser con uno de los suyos. No hay que olvidar que, hasta ahora, los recursos ganados a la corrupción son cruciales en su cálculo de gasto público.

En cualquier caso, la elección de julio fue histórica también por la pulverización del PRI. Desde las reformas electorales de los 90 su hegemonía cedió a un sistema de partidos más competitivo, pero algunas de sus estructuras prevalecieron. Tal vez un poco por la afinidad en el modelo económico, otro poco por gobernabilidad y un poco más por impericia, los gobiernos de derecha poco hicieron para desmantelar estas estructuras. Salvo contadas excepciones, ellos también hicieron borrón y cuenta nueva. Y la factura la pagaron primero ellos con su derrota y luego muchos más con el regreso del PRI. Hoy conservan muchos gobiernos estatales, pero está más debilitado que nunca. Al parecer, a diferencia de los gobiernos panistas, la estrategia del cambio de régimen no será la justicia, pero tampoco pactar la gobernabilidad… sino cooptar estas estructuras. Tal vez este 1º de diciembre asistamos al más simbólico momento de la extinción del PRI, pero tal vez no del priismo.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter:@jicito

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